En tiempos de hiperconexión, las empresas de internet compiten por el interés de usuarios demandados por estímulos múltiples y simultáneos, mientras avanzan las técnicas para predecir y manipular sus comportamientos. Los riegos del multitasking.
12 de julio de 2018
(Pablo Blasberg)
Alarmas, chats y mails nos reclaman en cualquier momento: puede ser un mensaje laboral, una urgencia o un meme, pero solo lo sabremos al mirar, ansiosos, la pantalla. En unas pocas décadas la sobreconexión nos ha transformado en seres hiperestimulados e interrumpidos permanentemente. La atención se ha transformado en un insumo escaso y las empresas 2.0 pelean por ella para extraer riquezas.
El fenómeno no es nuevo; la TV y la radio producen programas para generar la atención de su audiencia y ofrecérsela a los avisadores a cambio del dinero necesario para producir más programas. El objetivo actual sigue siendo el mismo, pero en lugar de producir los contenidos, las redes sociales aprovechan lo producido por los usuarios.El secreto está en disponerlo de forma irresistible. ¿Cuáles son las consecuencias de esta interrupción permanente de las personas hiperconectadas? Las respuestas son variadas y seguramente faltan algunos años para comprender el impacto real sin exageraciones ni ingenuidad. Mientras tanto, se multiplican las voces que alertan sobre las consecuencias de vivir en la era de la interrupción.
Tim Cook, el CEO de Apple, dijo recientemente: «No quiero que mi sobrino esté en redes sociales». Luego aclaró: «No creo en el abuso de la tecnología. No soy una persona que dice que hemos logrado el éxito si la utilizamos todo el tiempo». Pero justamente de eso se trata: de enganchar a los usuarios todo lo posible a su red, juego, sitio o lo que se ofrezca online. Cuanto más tiempo la persona pase «conectada», la empresa tendrá «más atención» para ofrecer a sus clientes. ¿Cuál es la diferencia con lo que ya ocurría en medios tradicionales? Que en la web 2.0 nuestro comportamiento puede ser minuciosamente estudiado para hacernos irresistible otro video en YouTube, otra película en Netflix, otro posteo en Facebook, otra foto en Instagram, otro Angry Bird…
«Quiero que imaginen una sala de control con un montón de gente, 100 personas, agachados sobre un escritorio lleno de perillas que usan para controlar los pensamientos y sentimientos de miles de millones de personas. Esto puede sonar como ciencia ficción, pero realmente existe ahora, hoy» aseguró en una charla TED Tristan Harris, quien renunció a su puesto de «diseñador ético» en Google y fundó una ONG llamada Time Well Spent (tiempo bien usado).
En especial desde el lanzamiento del primer iPhone en 2007, los usuarios ofrecen más atención a las empresas 2.0. Pero el tiempo de vigilia humana es limitado y poco a poco comenzó la competencia por ese recurso escaso de distintas maneras, pero sobre todo probando qué hacía volver a los usuarios y qué los mantenía interesados por más tiempo. El resultado es una carrera que no se detiene: cuando YouTube descubre que cargando automáticamente un nuevo video en la pantalla la gente sigue mirando, las otras empresas no tienen más remedio que imitarla. ¿Funciona retener los likes en Instagram unos minutos para que el usuario siga chequeando ansioso? ¿Si priorizo fotos de bebés la gente comenta más? Todo vale para captar la atención.
El CEO de Netflix una vez dijo: «Nuestros principales competidores son Facebook, YouTube y el sueño». ¿Qué pasará si doblega a todos sus competidores? Quiénes hayan tenido que levantarse temprano luego de una maratón de series conocen las consecuencias de esta pugna.
Como reptiles
Uno no «decide» si indignarse: simplemente ocurre frente a cierta información. Lo mismo pasa con otras emociones. Como dice Harris, las redes apuntan a las partes más primitivas de nuestro cerebro, a la parte «reptiliana», no a la racional. Así se facilita la circulación de noticias falsas: arrastrados por una indignación irreflexiva, no nos tomamos el tiempo para saber si lo que compartimos es cierto.
Hay quienes se vanaglorian de ser «multitasking», capaces de tener varias «ventanas abiertas» al mismo tiempo. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, es un error creer que la atención dividida es un síntoma de evolución; en su libro La sociedad del cansancio explica: «El multitasking es típico entre los animales salvajes. Es una técnica de atención indispensable para la supervivencia»: los animales deben comer, estar atentos a sus rivales, predadores y cuidar a sus crías al mismo tiempo. El hombre, al lograr cierta tranquilidad, pudo concentrarse en desarrollar las artes, la ciencia… la tecnología, la misma que en la actualidad le dificulta tanto la concentración.
Un estudio de la universidad japonesa de Hokkaido indica que el solo hecho de tener el celular sobre la mesa genera una ansiedad que dificulta el diálogo. Sean Parker, uno de los fundadores de Facebook, se considera actualmente como un «objetor de conciencia» de la red y da charlas criticando sus efectos.
Falta aún para confirmarlo, pero si realmente hay una pandemia de interrupciones capaz de afectar las capacidades cognitivas de las personas, evidentemente será necesario ocuparse del tema. Hay libros que ayudan a domesticar el uso del celular con consejos como dejarlo siempre fuera de la habitación (Ver La fábrica…), pero en última instancia, los fenómenos de esta escala requieren políticas públicas para ser controlados. En el frente de esta batalla están los docentes que buscan formas de negociar usos del celular capaces de favorecer procesos de aprendizaje. La tarea no es fácil y, como suele ocurrir, se reclama a las escuelas la solución de lo que la sociedad no puede. Mientras tanto, las empresas suman poder económico, político y social que dificulta la posibilidad de controlarlos.
Por el lado de las empresas, solo hay promesas de ser mejores. En el reporte de ganancias del último trimestre de 2017 de Facebook, luego del escándalo de Cambridge Analytica, se lee: «En total, hicimos cambios que redujeron el tiempo gastado en Facebook en unos cincuenta millones de horas cada día». Casi sin darse cuenta, la empresa reconoce tener un control significativo sobre el tiempo de sus usuarios. Además lo hace sin afectar su negocio: en el primer trimestre de 2018 facturó 11.790 millones de dólares, casi un 50% más que un año antes.
Puede que buena parte de los lectores no se sientan tan acosados por sus dispositivos electrónicos, pero las horas frente a la pantalla aumentan en la sociedad y surgen instituciones, como la Academia Americana de Pediatría, que piden evitar que los menores de dos años usen las pantallas y, más tarde, recomiendan regular el tiempo. ¿Podrán los padres, los médicos, los docentes, las ONG o el Estado controlar este cambio si realmente se comprueba que afecta negativamente a la sociedad? Habrá que seguir el tema con atención. Al menos, la que nos quede disponible.