Tejer el futuro

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Fundada en 1989, la cooperativa PUNHA nuclea a 80 asociados que, gracias a los conocimientos ancestrales en hilado de lana de llama, pudieron sobrevivir al cierre de las fuentes laborales. A pesar del contexto desalentador, busca seguir creciendo.

Protagonistas. El trabajo de PUNHA alimenta a casi 100 familias abrapampeñas. (Ariel Mendieta)
 

Hace casi 29 años que Eugenia Gutiérrez se levanta unos minutos antes de las 7, prepara el mate cocido y camina hasta la cooperativa PUNHA donde la esperan sus compañeras para trabajar la lana de llama: la lavan, la secan y la dejan lista para empezar a tejer con dos agujas o con las ruecas. La cooperativa funciona en la ciudad de Abra Pampa, a 3.500 metros de altura. En esas calles polvorientas donde se despliega el esplendor de la Puna jujeña, un grupo conformado por 72 mujeres y 8 hombres no solo se reúne a trabajar, sino a discutir ideas y pensar proyectos de cara a un futuro que, hoy, los encuentra con más dudas que certezas.
PUNHA significa Por un nuevo hombre americano. Todo comenzó en octubre de 1989, cuando la minería, la producción azucarera y la de tabaco decayeron durante la hiperinflación y las familias abrapampeñas debieron buscar nuevos horizontes laborales. Muchos jóvenes emigraron a Buenos Aires o a la capital provincial, mientras que los que se quedaron no tuvieron más alternativa que volver a las fuentes: los trabajos manuales y las tareas rurales.
«Cuando comenzamos era vergonzoso ponerse a hilar, a tejer, era visto como cosa de viejos, de campesinos. Por suerte esa idea ha cambiado con los años, hemos recuperado muchos saberes de nuestros abuelos y, a la vez, incorporamos técnicas nuevas para trabajar la lana que son exclusivas de nuestra cooperativa porque las creamos nosotros probando distintos métodos», cuenta orgullosa Eugenia Gutiérrez, presidenta de PUNHA.
Abra Pampa, con alrededor de 20.000 habitantes, es la mayor productora de llamas del país. Por un lado, está la comercialización de la carne para el consumo, y por el otro, de la lana para la confección de ponchos, ruanas, telares, aguayos, bufandas, guantes, pulóveres, medias y otras prendas que se tejen en la cooperativa y se distribuyen especialmente en Maimará (donde tienen un local), Tilcara y Purmamarca.
«Con nuestro trabajo se alimentan más de 80 familias directamente desde la cooperativa y otras 40 más que son los productores de lana de los campos circundantes a los que nosotros les compramos», cuenta Gutiérrez.
El hilado, el teñido y el tejido son realizados de manera artesanal y las tareas se dividen en talleres. El primer paso es el de hilado, donde se procesa la fibra de llama y se preparan los hilos. Luego se pasa al taller de teñido artesanal, con plantas del lugar y de la quebrada (remolacha, hierba, repollo, quichamal, achigüete y lampazo); por último ese hilo es distribuido a los telares y tejido a dos agujas o en las ruecas.

Necesidades y esperanzas
Las cooperativistas cuentan con capacitaciones laborales y espacios de reflexión sobre derechos, género y otras problemáticas de interés «donde abordamos el tema del equilibrio entre el hombre y la mujer», asegura Gutiérrez. Hubo un tiempo en que vendían parte de su producción a Bélgica –de donde tomaron el proyecto Oxfán como modelo y recibieron ayuda solidaria–, pero cuando la lana de llama escaseó no pudieron cumplir con los pedidos. «Viene gente que nos compra en cantidad y lo llevan a Buenos Aires o Europa, son revendedores que aparecen cada tanto. Hasta 2015 nos iba muy bien, pero ahora han bajado mucho las ventas. Ahora estamos necesitando gente capacitada para hacer una página web y así poder vender por internet», afirma la presidenta.
Con los años, PUNHA se ha ido transformando en un espacio de mujeres. Los hombres fueron consiguiendo otros trabajos y fueron ellas quienes se hicieron cargo de llevar adelante el emprendimiento, que se convirtió en el lugar donde muchas criaron a sus hijos mientras tejían o hilaban. «La mayoría –cuenta Gutiérrez– viene a la tarde, porque de mañana trabajan en la casa, llevan los chicos a la escuela y cocinan. Las que están amamantando o tienen changuitos vienen con ellos. Una de las chicas de la cooperativa se recibió de maestra y sigue viniendo. Somos como una familia».