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Temblores en Chile

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Diego Pietrafesa

A dos años de los estallidos populares, José Kast y Gabriel Boric dirimirán en segunda vuelta al sucesor de Piñera. La amenaza del regreso del pinochetismo.

Santiago. Los candidatos Kast y Boric, tras los resultados del 21 de noviembre.

BENAVIDES/AFP/DACHARY
BERNETTI/AFP/DACHARY

Pequeño, como sorbo de pisco, fue el margen entre la ultraderecha y la izquierda en Chile: 27,90% a 25,80%. Una diferencia breve, demasiado exigua como para saber aún si la copa está medio llena o medio vacía. Que haya triunfado el candidato que dijo que «si (Augusto) Pinochet viviera votaría por mí» es un balde de agua fría para un país que hace apenas un año había tirado a la basura la vieja Constitución del dictador, con un apoyo del 80% a la nueva Carta Magna. En ese mismo suelo, se produjeron masivas manifestaciones en las calles en 2019 contra las desigualdades manifiestas del modelo neoliberal.
José Antonio Kast celebró su victoria dando gracias a Dios y prometiendo que luchará contra el terrorismo y el comunismo. Su rival en la segunda vuelta, Gabriel Boric, consideró que «se nos ha encomendado liderar una disputa por la democracia, la inclusión y el respeto por la dignidad de todos y todas». Será clave saber el comportamiento de las fuerzas que quedaron fuera de la contienda. El tercero en las urnas (con un 13%) fue el economista liberal Franco Parisi, quién realizó toda su campaña fronteras afuera, sin pisar Chile. La concurrencia –no obligatoria– a las urnas fue de apenas el 48%.
La propuesta de gobierno de Kast incluye la reducción del Estado y la apertura indiscriminada de la economía, defendiendo el rumbo y gestión de Pinochet. La receta es conocida: reducción del gasto fiscal y de los impuestos a las grandes empresas, también una reforma previsional que aumente la edad jubilatoria. Plantea que aquellas escuelas públicas que lo soliciten podrán recibir profesores de religión y expresa su rechazo al aborto legal y el matrimonio de personas del mismo sexo mientras ofrece subsidios a la natalidad. El candidato insta a cerrar el Instituto de Derechos Humanos y el Ministerio de la Mujer, quiere levantar un muro en el límite con Bolivia y Perú y considera legítima la militarización de la Araucanía por el conflicto mapuche.
Del lado de Boric, el planteo es opuesto. En lugar de achicar el gasto, impulsa aumentarlo de la mano de mayores impuestos a los sectores de mayores recursos, con nuevos tributos a las grandes fortunas. El sector minero será más gravado y habrá medidas para combatir la evasión fiscal. Plantea una reforma total de jubilaciones y pensiones, actualmente a manos de entidades privadas, las AFJP. En material laboral propicia llevar la jornada laboral a 40 horas. En materia educativa defiende la mirada de los derechos de las minorías y el enfoque feminista, propone ampliar la gratuidad en los niveles universitarios y condonar progresivamente las deudas estudiantiles. «Lo que tenemos que hacer es entender a los que eligieron alternativas distintas y convencerlos de que somos un mejor camino para conducirlos a un país más justo», declaró Boric.

Destino incierto
El próximo 19 de noviembre se celebrará la segunda vuelta y la disputa opone dos posturas irreconciliables: por un lado, las reformas que den vuelta la esencia conservadora del país trasandino, por el otro, el deseo de volver al pasado para, precisamente, continuar teniéndolo como espejo donde mirarse. En medio parece ya añejo lo que en octubre de 2020 resultaba lo nuevo. Aquel movimiento de izquierda y sectores independientes que dijeron «basta» al libreto constitucional de la dictadura parece tener ahora un destino incierto. Si Chile gira a una derecha salvaje, ¿cómo podrá construirse el consenso con los sectores más reaccionarios?
No alcanzó o no duró lo suficiente. Así explican algunos analistas sobre el mal humor y el hartazgo que las clases medias y bajas expresaron por las calles de Santiago en 2019, languideciendo ahora. Teorizan que la agenda de derechos de la izquierda no se impuso sobre la sensación de seguridad, orden y control que propuso la extrema derecha. El fantasma del miedo, agitado por la hegemonía mediática al otro lado de la cordillera, completó el panorama.
Antes de los comicios, se especulaba que Santiago Sichel, candidato del oficialismo, podría llegar al balotaje. Pero obtuvo apenas un 12%, víctima de la radicalización en la campaña de la derecha, de casos de corrupción de su entorno y de la contundente caída en la imagen del presidente Santiago Piñera, salvado del juicio político en el Senado por el escándalo de los Pandora Papers. «Voy a conversar con Kast, no quiero que gane la extrema izquierda en Chile», sentenció Sichel.
Boric sumaría las voluntades de la centroizquierda (con Yasna Provoste, 12%), del Partido Progresista (Marco Enríquez-Ominami, 7,60%) y de la izquierda tradicional (Eduardo Artés, 1,45%). Con un 13% de los votos, Parisi puede tener con su caudal de sufragios las llaves de la Moneda. Por haberse contagiado de COVID en el extranjero y ser acusado de estafa y de no pagar la cuota alimentaria de sus hijos, este representante de la antipolítica estuvo fuera de Chile en toda la contienda electoral, con centro de operaciones en Alabama, Estados Unidos. Dice que consultará digitalmente a los suyos para decidir a quién apoyar en la segunda vuelta.
No hay nada dicho del otro lado de la Cordillera, cualquiera sea el resultado se vislumbra un escenario político de sismo.

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