Tiempos de cambio

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En 1977, la norma de la dictadura impuso un duro reto a las organizaciones financieras solidarias. El crucial rol del IMFC.

 

Santa Fe. El CES fue uno de los 77 bancos cooperativos inaugurados entre 1978 y 1979, luego de la ofensiva dictatorial.

La dictadura cívico-militar de 1976 representó para el movimiento cooperativo una nueva etapa de ofensiva contra su operatoria y sus principios. A menos de un año de la puesta en marcha del denominado Proceso de Reorganización Nacional, el 15 de febrero de 1977, el Poder Ejecutivo sancionó la mal llamada «Ley» de Entidades Financieras –en rigor, fue un decreto de la dictadura– , que tenía entre sus objetivos reformar el sistema para adecuarlo a los intereses de la banca extranjera que influían fuertemente en la región. El proyecto despertó en el universo cooperativo un fuerte rechazo ya que, por las condiciones que imponía, el decreto dejaba a las cajas de crédito cooperativas fuera del mapa de las entidades financieras. Las cajas –entre otras cosas– manejaban en ese momento un importante volumen de operaciones.
Sin embargo, tras una intensa campaña para resistir el embate, el movimiento solidario nucleado en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos logró que el texto definitivo del decreto permitiera a las organizaciones transformarse en bancos, conservando su forma jurídica cooperativa. El sector de las cajas de crédito, que en gran parte era orientado por el IMFC, logró preservar así la presencia de los valores solidarios en un mercado financiero que favorecía la concentración y daba amplias libertades de acción a los bancos en el marco de una concepción fuertemente liberal que se imponía en la economía. Con ese hito de resistencia, el cooperativismo comenzó entonces el proceso de readecuación de las cajas de crédito.

 

Federalismo económico
La primera preocupación de los dirigentes del Instituto Movilizador fue que cada caja de crédito pudiera transformarse en un banco y así mantener el carácter descentralizado de las instituciones y sostener un auténtico federalismo económico. No obstante, las resoluciones del Banco Central, compartidas por el Ministerio de Economía dirigido por José Alfredo Martínez de Hoz, plantearon un escenario adverso: fijaron capitales mínimos para la transformación en bancos que la amplia mayoría de las cajas de créditos no lograban cumplir. Esta instancia obligó a las entidades a analizar la posibilidad de integrarse con otras cajas a fin de continuar con su actividad.
La situación también planteaba otras problemáticas para los dirigentes. «Para mí la palabra banco simbolizaba el poder frío del dinero y la caja de crédito era la fuerza caliente de lo humano», contaba Bernardo Wernstein, dirigente de la Caja de Crédito de América del Sur, en una entrevista brindada en 1996 al Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito. Sin embargo, el proceso de transformación, más que constituir una pérdida, fortaleció la integración del movimiento. «Pensaron que nos matábamos entre nosotros, que tendríamos tanta ineficacia que nos autodestruiríamos. No les salió bien», analizaba Carlos Heller, actual presidente de Credicoop, en una entrevista del año 2008.
A dos años de la norma y cumplido el plazo para la adecuación, 273 cajas de crédito cooperativas –de las 375 existentes– decidieron transformarse en bancos cooperativos. Tras agruparse para cumplir con las exigencias del Banco Central, entre abril de 1978 y junio de 1979 nacieron 77 bancos cooperativos, de los cuales 62 estaban adheridos al IMFC. Estos nuevos bancos se sumaban a 8 ya existentes, totalizando 85 instituciones bancarias cooperativas. De las entidades que optaron por transformarse, 41 lo hicieron en forma individual y 232 optaron por fusionarse con otras entidades hermanas. De la unión de 44 entidades de la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana, nació el Banco Credicoop. En el interior del país, algunos de los bancos fundados fueron: CES, en la provincia de Santa Fe; Berisso, en la localidad del mismo nombre; Udecoop (con sucursales en Rosario, Córdoba, Santa Fe, Tucumán, San Juan y Mendoza); Local, con casa central en la localidad bonaerense de Chacabuco; y Coopesur, con casa central en la ciudad de Bahía Blanca.
«En ese momento histórico tan complejo y turbulento fue decisivo para nosotros, que estábamos construyendo el proyecto de Credicoop, aplicar con creatividad pero, además, con mucha firmeza y consecuencia, la línea de trabajo que orientaba el Instituto», relataba Juan Carlos Junio, director del Centro Cultural de la Cooperación, en un entrevista realizada en 2003.
Esta línea de trabajo tenía dos ideas rectoras fundamentales. La primera fue que los bancos tuvieran carácter zonal, fruto de la fusión de la menor cantidad posible de cajas de crédito (sólo la necesaria para alcanzar los capitales mínimos). Por otra parte, el IMFC redactó un estatuto que garantizaba el resguardo de la autonomía de las ex cajas. En relación con dicha autonomía, el presidente del IMFC en aquellos años, Amero Rusconi, detallaba en una nota publicada en Acción en 1977: «Los fondos captados por cada filial deben ser reinvertidos en la misma filial y sólo podrán ser destinados a otra zona con autorización del consejo local, un órgano que se crea para administrar la vida de la filial». La casa central, en tanto, sería un organismo de coordinación de las filiales, debiendo consolidar el balance, presentar la información al Banco Central, receptar los movimientos de corresponsalía, coordinar el comercio exterior y la conducción institucional, entre otras funciones específicas. También se crearon, en aquella época, las comisiones de asociados.
Al término de la dictadura, habían dejado de existir 10 de los 85 bancos cooperativos vigentes en 1979. No obstante, el movimiento cooperativo, con su proceso de transformación, había sostenido, con una efectiva defensa, su sustancia histórica fundada en los principios de gestión social, democracia y solidaridad, mostrando que estos valores no eran incompatibles con la eficiencia en la gestión de las entidades. Fue un gran mérito de los dirigentes de aquel momento haber sostenido estas banderas en el período más oscuro de la historia argentina reciente, que buscó por todos los medios profundizar el interés individual y el lucro como principios rectores de la actividad económica.

Maximiliano Senkiw

 

 

23 de agosto de 1996

El dramaturgo Roberto Cossa habla en la reapertura del Teatro del Pueblo, espacio artístico recuperado gracias a la intervención del IMFC, que adquirió y remodeló un lugar de referencia indiscutida en la escena independiente de la ciudad de Buenos Aires. Había sido fundado en 1930 por Leónidas Barletta.

 

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