Tierra fumigada

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Cada vez son más los médicos e investigadores que advierten sobre el peligro que los herbicidas y plaguicidas representan para el medioambiente y la salud humana. Quiénes ganan y quiénes pierden con el actual sistema agrario y cómo se podrían producir alimentos más sanos.

(Foto: AFP/Dachary)

La soja transgénica ingresó al país en 1996, mediante una aprobación que requirió menos de tres meses, con informes en su mayoría en inglés y realizados por la propia semillera que buscaba afianzarse a nivel local: Monsanto. La promesa de entonces era que los alimentos a los que se les introducían, por vía de la ingeniería genética, mejoras a nivel nutricional e incluso se los fortalecía para soportar las inclemencias climáticas, terminarían con el hambre de millones. Por mucho tiempo, además, se fomentó el consumo de esta oleaginosa, a la que se presentó como posible sustituto de la carne, atribuyéndole propiedades alimenticias que no posee. Más de dos décadas después, no solo no se terminó con el hambre del mundo sino que las consecuencias del modelo agroexportador basado en la siembra directa están siendo fuertemente advertidas por la comunidad médica y científica.
«En estos momentos se usan aproximadamente unos 400 millones de kilos de herbicidas en Argentina, de los cuales 260 millones corresponden al glifosato. Por otra parte, todos los años aumenta la cantidad utilizada, porque es un sistema productivo dependiente de estos productos; además, las malezas y los insectos se van adaptando y no mueren», señala en diálogo con Acción Medardo Ávila Vázquez, médico pediatra y neonatólogo, investigador y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Córdoba y coordinador de la organización Médicos de Pueblos Fumigados.
Ávila Vázquez sostiene, además, que de acuerdo con un estudio realizado con el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional de Córdoba, se estima que unas 12 millones de personas están expuestas a agroquímicos en el país, contando las ciudades y pueblos de menos de 100.000 habitantes. «La gente que está expuesta es la que vive en los bordes de las ciudades, en la zona rural. En esos pueblos hicimos un estudio mediante el cual analizamos el agua de lluvia en los meses de fumigación, en octubre, noviembre y diciembre, y vimos la presencia de glifosato; esto muestra que el aire está cargado del herbicida y con la lluvia baja a la tierra», asegura.
Desde 2004 los habitantes de Canals, un pueblo ubicado al sur de la provincia de Córdoba, en el límite con Santa Fe, rodeado de campos de soja, maíz y trigo transgénico, empezaron a sospechar que algo los enfermaba, en virtud del aumento de casos de cáncer que veían entre los vecinos. No obstante, no fue hasta 2016 que pudieron organizarse y empezar a visibilizar el problema. Así, llegaron a contactarse con Ávila Vázquez quien, junto con otros investigadores, los propios vecinos y el médico del pueblo, Adolfo Estrella, decidieron contactar a los familiares de las personas fallecidas entre el 1º de abril de 2017 y el 31 de marzo de 2018 para conocer las causas de mortalidad.
Los datos fueron contundentes. «Los resultados muestran que, efectivamente, el cáncer (en distintas localizaciones) es la principal causa de muerte, que más de la mitad de los fallecidos lo hicieron por esta enfermedad (un total de 66 vecinos o el 55%), mientras que en todo el país, en la provincia de Córdoba y en la ciudad de Córdoba esto no es así, solo muere de cáncer menos del 20% de los fallecidos. De este modo, en Canals muere de cáncer uno de cada dos fallecidos, mientras que en la ciudad de Córdoba, y en todo el país, lo hace uno cada cinco fallecidos», reza el informe que elaboraron los científicos.  

Cerdá. «El modelo disminuyó la microbiología y fertilidad del suelo.»

«Está demostrado que el glifosato daña la estructura genética de las células, produciendo mutaciones en los cromosomas, en las moléculas de ADN, modificando la lectura de esas moléculas, haciendo que las células funcionen de una forma diferente, aberrante. Esas células mutan y si se empiezan a reproducir provocan cáncer», explica Ávila Vázquez.

Ávila Vázquez. «La gente expuesta es la que vive en los bordes de las ciudades.»

Para Nancy Reinaldi, que conforma la organización Vecinos Autoconvocados de Canals, los resultados vinieron a confirmar algo que se sospechaba. «Estábamos muy preocupados por la alta incidencia de cáncer, los datos nos sorprendieron. Lo que queremos ahora es la instalación de un campamento sanitario para que analice el suelo, el agua y la presencia de glifosato en nuestra sangre», relata Reinaldi en una charla con Acción.

Della Villa. «Se puede producir horticultura a gran escala sin agrotóxicos.»

Para Estrella, «por un lado está la salud de las personas y por otro los intereses económicos de la gente de campo. Recién hace unos meses se logró un perímetro alrededor del pueblo donde no se puede usar glifosato. Tener el glifosato en la sangre determina la posibilidad de un cáncer a futuro».
Otro de los estudios que habla sobre el impacto del glifosato en el medio ambiente es el realizado por la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) en la ciudad de San Salvador, Entre Ríos, de 14.000 habitantes y ubicada a 200 kilómetros de Paraná. Si bien se la conoce como la Capital Nacional del Arroz, la mayoría de las hectáreas se dedican a la soja. Ambos cultivos utilizan glifosato.
En total se relevaron unos 828 hogares al azar y, de acuerdo con los resultados, se vio que en los doce meses previos al estudio, en 387 hogares (casi el 50%) unas 584 personas habían tenido algún problema de salud. De acuerdo con el informe, los problemas respiratorios son los que adquieren mayor relevancia, ya sea infecciosos o de origen alérgico. En tanto, cuando se observan las causas de fallecimiento en los últimos 15 años «los tumores malignos llamativamente toman la delantera por sobre las enfermedades cardiovasculares, con un no despreciable 39,7%», sostiene el trabajo que además indica que el cáncer de pulmón está entre las primeras tres causas de muerte.
A su vez, el informe ambiental hecho por la UNLP reveló que en todas las matrices ambientales hay 31 plaguicidas de «uso histórico y relevancia agrícola actual» como glifosato, 2,4-D, endosulfán y clorpirifos, entre otros. El trabajo incluyó la toma de muestras de agua de red, pozo y superficial, de suelos, sedimentos y material particulado sedimentable. «A partir del estudio algunas cosas cambiaron: los mosquitos fumigadores no andan en la ciudad, no vas a ver un bidón fuera de lugar, los depósitos se están trasladando, el mayor problema son los molinos dentro de la ciudad. El gobierno provincial debería intervenir. Hoy la agroecología es una opción, casi una obligación, pero no se dan herramientas para empezar; mientras, las personas siguen enfermando, hay chicos de 8 años con cáncer de testículos», sostiene Andrea Kloster, habitante de San Salvador y activista ambiental.

Pergamino. Marcha en reclamo de un «agua sin veneno» tras un fallo judicial que prohibió fumigaciones debido al hallazgo de moléculas de plaguicidas en el agua de red y pozos. (Natalia Tealdi)

En Pergamino, donde la comunidad se movilizó contra el uso de pesticidas, la Justicia procesó a tres productores por el delito de contaminación del ambiente de un modo peligroso para la salud. La investigación se inició por las denuncias de una vecina cuya familia se enfermó por las fumigaciones. Primero se logró un fallo que suspendió la aplicación de agroquímicos en barrios donde el agua estaba contaminada y luego surgió la condena a los productores. En el plano internacional existen pronunciamientos contundentes de la Justicia (ver De aquí y de allá).

Otro modelo posible
Eduardo Cerdá es ingeniero agrónomo y presidente de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología, bajo el cual se agrupan unos 150 productores de 13 municipios en todo el país, con 185.000 hectáreas cultivadas bajo esta modalidad. Es también quien asesora al campo La Aurora, de 650 hectáreas, situado en Benito Juárez, en la provincia de Buenos Aires, que fue premiado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, como una de las 52 experiencias exitosas de agroecología en el mundo.
«El modelo actual disminuyó la microbiología del suelo, mató las lombrices, la fauna benéfica y con ello su fertilidad. El glifosato es una sustancia quelante, es decir, captura los minerales, con lo cual, los granos sometidos a este herbicida tienen mucho menos valor nutricional. Además, hoy estamos cerca de las 40 malezas resistentes a este agrotóxico; ante eso, los productores ven que el glifosato ya no hace efecto y van por más dosis, más concentración, en vez de darse cuenta de que el modelo es el problema», señala Cerdá.

Entre Ríos. La escuela 44 demandó por las fumigaciones a productores vecinos. (AFP/Dachary)

Desde la agroecología se propone recuperar los suelos bajando el uso de fertilizantes  utilizando cultivos asociados según la zona, como por ejemplo el trigo, la avena y la cebada asociados con cultivos como tréboles o alfalfa. «Lo que se hace es generar una sucesión de cultivos que cuidan el suelo, que lo alimentan y le dan la posibilidad de respirar. Cuando se colocan dos o tres cultivos, uno se cosecha y otros van a estar cuidando el suelo aportando restos vegetales y reestableciendo el equilibrio de la fauna benéfica que es la que controla las plagas», asegura.

Verdurazos
Quienes también apuestan por la agroecología y por el acceso a los alimentos a precios justos son los productores nucleados en la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), quienes tomaron relevancia a partir de los llamados «verdurazos» que buscan visibilizar la difícil situación de la agricultura familiar responsable de la producción del 60% de los alimentos que llegan a la mesa de los argentinos.
«Las familias productoras nos organizamos para luchar por nuestros derechos: tener acceso a la tierra y la vivienda, pero más allá de esto proponemos un modelo alternativo; se puede producir horticultura a gran escala sin el uso de agrotóxicos. Ahora también hay que discutir la distribución y los esquemas de comercialización reales que beneficien al pequeño productor y también al consumidor», sostiene Juan Pablo Della Villa, secretario de Comercialización de la UTT. La forma agroecológica de la que habla Della Villa se logra con un suelo vivo y con herbicidas naturales. «En vez de bromuro, como hace la siembra convencional, al campo le pasamos nutrientes naturales. Hacemos rotación de cultivos, si hay 30 hectáreas de producción hay 30 variedades de verdura. Frente a  las plagas y malezas generamos una línea de herbicidas naturales a base de insumos como el ajo, el ají, la cebolla, el sauce, la ceniza del carbón, tenemos una línea de fungicidas y plaguicidas naturales», explica el productor.

Urdinarrain. La localidad acumula una de las mayores concentraciones de glifosato. (AFP/Dachary)

Recientemente, desde la UTT abrieron el primer mercado mayorista de productos agroecológicos ubicado en Valentín Alsina, al sur de Buenos Aires, donde los municipios, comercios y restaurantes pueden comprar frutas y verduras orgánicas. «Las facultades tienen que hacer un cambio, no puede ser que si hay muchos tipos de agricultura solo se enseñe una –concluye Cerdá–. Hay que terminar con esta agricultura drogadicta».

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