Todo se transforma

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Abuela Naturaleza es una asociación civil que, a través del reciclado de residuos, fomenta los vínculos territoriales y el trabajo cooperativo. Este año inauguró el Museo de la Basura, el primero en su tipo en el país y tercero en el mundo.


Entramado vecinal. La organización bonaerense trabaja junto con cooperativas y el municipio. (Juan C. Quiles/3 Estudio)

 

La asociación Abuela Naturaleza de Morón tuvo su origen en una observación que hizo Virginia Pimentel, quien ahora está al frente de la tesorería: corría 1986 cuando vio que en su casa se acumulaba cartón, vidrio y plástico. Entonces comenzó a intercambiar información sobre las formas de recuperar desechos. El fax, ese aparato que combinaba escáner, módem e impresora, y las cartas que llegaban hasta su buzón le trajeron los primeros datos. Después conoció las experiencias de cartoneros de Brasil y de Rosario. En 1997 le llegó una más cercana: la de los carreros de La Matanza, el partido más extenso del conurbano bonaerense y el más poblado de toda la provincia. «Los cartoneros existen desde que existe el primer basural. Ellos recuperaban para la industria y eso es un trabajo», dice Pimentel. En 2006, nació Abuela Naturaleza, con el fin de potenciar cooperativas y emprendimientos dedicados al procesamiento de materiales reciclables. Pronto se unió a NuevaMente, una cooperativa formada por recuperadores urbanos que recolectan desechos reutilizables en las calles del oeste del conurbano bonaerense. «Los que hacemos es disminuir la cantidad de basura que se entierra y generar inclusión social», resume Pimentel.

 

Un gran paso
«Cuando, en 2006, el municipio de Morón comienza con la iniciativa del presupuesto participativo, vimos la posibilidad de presentar un proyecto relacionado con los residuos, la promoción ambiental y la integración de cartoneros. Se armó y fue votado por la comunidad», evoca Virginia. Finalmente, en 2009, la propuesta se hizo realidad y desde ese año, y hasta 2014, junto con la municipalidad y NuevaMente, la asociación logró procesar un promedio de 45 toneladas de residuos sólidos urbanos mensuales, involucrando en la recolección diferenciada a un 15% de los moronenses. En 2009 se firmó un convenio con la Secretaría de Niñez de la Provincia de Buenos Aires para ejecutar el proyecto Círculo de Jóvenes, que benefició a los hijos de los cooperativistas aportándoles conocimientos para volverse emprendedores juveniles. Y pronto se inaugurará el Espacio de Integración Laboral. También se instaló un puesto de recicladores asociados a NuevaMente en la feria de Economía Social del Municipio de Morón; y, junto con el Centro Experimental para la Producción de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, se realizó un emprendimiento de artículos elaborados con materiales reciclables.
«Hoy los vecinos nos siguen apoyando y eso demuestra el compromiso», dice Pimentel. Por momentos su voz  se tapa con el ruido de una agujereadora o de una máquina de coser porque en los dos pisos que actualmente ocupa Abuela Naturaleza, donde trabajan decenas de personas, todo se transforma: un envase de vidrio ahora es un vaso, una bolsa del supermercado se vuelve mantel o botón y unas cuantas chapas, una compostera. En abril de este año, Abuela Naturaleza, junto con NuevaMente y los vecinos de Morón, inauguró el primer Museo de la Basura del país. Mariano Canelo, curador del espacio, recorre las 10 islas interrelacionadas donde, a través de los residuos, se cuenta la historia de los equipos de sonido y telefonía, de la transformación de materiales y del trabajo de los cartoneros y cooperativas.  Canelo tiene las manos y bolsillos repletos de tapitas coloridas de gaseosas. «¿En qué se transformarán?», pregunta un niño que se acercó con su familia a visitar el museo, el segundo de Latinoamérica y tercero del mundo. «La idea es reivindicar a la basura como material reciclable, a la persona del cartonero como promotor ambiental y al trabajo cooperativo que se lleva a cabo», dice Canelo. Después de su visita, una nena termina de comer un caramelo. El papel brillante se ilumina con el sol del mediodía. Ella lo mira y lo guarda en el bolsillo: después del paseo por el museo, entiende que ese envoltorio no irá a parar al cesto. «Voy a pegarlo en el cuaderno
–decide– así le pongo más color».

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