Tragedia humanitaria

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El empobrecido país atraviesa la crisis social más grave del siglo XXI, según datos de Naciones Unidas. La guerra y el hambre producen estragos, mientras Arabia Saudita e Irán se disputan el poderío regional. Los negocios de la Casa Blanca.


Apoyo. En Saná, un joven carga una bolsa con granos entregada por una organización benéfica que impulsa un programa de ayuda alimentaria. (HUWAIS / AFP / DACHARY)

No suele aparecer en las tapas de los diarios ni en el horario central de la televisión. Es un rincón del planeta prácticamente olvidado, en el que la violencia y la miseria están tan naturalizadas que ya forman parte del paisaje cotidiano. Sin embargo, el conflicto en Yemen no es apenas uno más entre tantos otros que se desarrollan en Oriente Medio: según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se trata de la «mayor crisis humanitaria del mundo» en la actualidad y la más grave del siglo XXI.
Algunas cifras difundidas por el organismo dan cuenta de la dimensión de la crisis. Desde el inicio de la guerra, unas 16.000 personas murieron por los bombardeos y los combates entre las facciones en pugna. «Alrededor del 80% de la población, unos 24 millones de personas, necesitan asistencia y protección humanitaria y unos 20 millones necesitan ayuda para conseguir alimentos, incluidos casi 10 millones que están a un paso de la hambruna», señaló el secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios, Mark Lowcock.
Este verdadero drama es el resultado de más de cuatro años de guerra ininterrumpida y de toda una historia de desigualdad e inestabilidad. El último de los conflictos internos comenzó a fines de 2014, cuando el grupo armado de los hutíes (vinculados con la insurgencia chiita, una de las ramas del Islam) se rebeló contra el Gobierno del presidente Abd Rabbo Mansur Hadi (identificado con la rama sunita) y tomó Saná, la capital del país. El conflicto se agravó en marzo de 2015, con la entrada en escena de Arabia Saudita y otros países de la región para apoyar militarmente al gobierno yemenita. Dicha incursión produjo una verdadera carnicería en los vastos territorios controlados por los rebeldes hutíes. En diciembre del año pasado, los grupos en pugna firmaron una tregua, pero fue incumplida por ambas partes, y las posibilidades de arribar a la paz parecen cada vez más lejanas.

Rivalidad histórica
A la hora de analizar los orígenes y motivos del conflicto, los especialistas consultados por Acción coincidieron en señalar que las cuestiones étnicas y religiosas cumplen un papel secundario en relación con los intereses geopolíticos en juego. «Aunque se subraye la condición de chiitas de los hutíes (lo que los distingue de la condición sunita de la mayoría de la población), lo religioso es secundario. La virulencia y duración del conflicto se explican, en realidad, porque se ha transformado en una guerra que opone a Irán y a Arabia Saudita. Mientras Irán, sin participar directamente, apoya a los rebeldes hutíes, Arabia Saudita interviene directamente en apoyo del gobierno yemení», explica Gabriel Puricelli, coordinador del Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas.
En la misma línea que Puricelli, Paulo Botta, profesor de Relaciones Internacionales de la UCA, señala que, lejos de tratarse un conflicto meramente interno, en Yemen está en disputa el poderío de dos potencias regionales que mantienen una rivalidad histórica. «Tanto Arabia Saudita como Irán –afirmó– están haciendo su juego para que los distintos países de la región respondan a sus intereses».
Botta destaca, además, el lugar estratégico que Yemen ocupa en el sur de la península arábiga: el país está cerca de importantes rutas comerciales y sobre sus costas se encuentra el estrecho de Bab el-Mandeb, que enlaza al mar Rojo con el océano Índico. Tal como recuerda Luis Mendiola, exembajador argentino en Arabia Saudita y Yemen, en el centro del enfrentamiento entre ambas facciones está «la lucha por el poder, el territorio, el dominio del mar y el espacio: en definitiva, lo que está en juego es el control de las rutas del petróleo y del gas».
Como no podía ser de otra manera, en el conflicto también está involucrado el gobierno estadounidense. «El rol de la Casa Blanca es indirecto y ha cambiado con la llegada de Donald Trump a la presidencia: pasó de favorecer un equilibrio regional entre Irán y Arabia Saudita al apoyo abierto e incondicional a la monarquía saudí», asegura Puricelli. Para Botta, ese apoyo «representa un cheque en blanco para que Arabia Saudita reorganice Oriente Medio en función de sus propias líneas de intereses, que son las mismas que las de EE.UU.».
Uno de los objetivos de Trump desde su arribo a la Casa Blanca fue maximizar la venta de armas a las distintas monarquías prosauditas del Golfo Pérsico. Por el momento, todo marcha como el magnate pretende: según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), EE.UU. sigue siendo el mayor proveedor de armamento de Arabia Saudita.
Ni siquiera la barbarie en Yemen representa un obstáculo para los planes de Trump. En una entrevista de noviembre del año pasado, el presidente estadounidense se mostró horrorizado por lo que ocurre en el país árabe y lo consideró «una cosa terrible». Sin embargo, y a diferencia de otros gobiernos occidentales, en ningún momento evaluó la posibilidad de frenar la venta de armas hacia Arabia Saudita, incluso después del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, que puso al reino árabe en el centro de la polémica. Por entonces, Trump sostuvo que Arabia Saudita era un «socio firme» que invertía «una cantidad récord de dinero» en su país y que, por ese motivo, las relaciones entre ambos gobiernos seguirían siendo tan carnales como siempre.
Está dicho: los negocios mandan. La guerra, mientras, sigue haciendo estragos.

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