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Es cotidiana y menos perceptible que la violencia física, aunque tanto o más dañina. Críticas, insultos y observaciones humillantes erosionan la autoestima.

 

Violento y cotidiano. Este tipo de abuso psicológico muchas veces está naturalizado. Los niños son los más vulnerables. (Télam)

Tarado». «No te da la cabeza». «Pelotudo». Las palabras construyen la intimidad de un ser humano. Y expresiones descalificadoras como estas, matan, por decirlo de alguna manera, la autoestima de quien las recibe: ya se trate de un niño, una pareja o un compañero de trabajo.
A pesar de que no deja huellas visibles, el maltrato verbal es más común de lo que se piensa. De acuerdo con la Oficina de Violencia Doméstica, que depende de la Corte Suprema, el 89% de los casos de violencia son psicológicos, rama en que se sitúa este tipo de abuso. Violento y cotidiano, muchas veces está tan naturalizado o suele ser tan sutil que la gente no se da cuenta cuando lo realiza o lo padece. Pero, de todos modos, impacta. «Causa depresión, angustia, desorientación. Si se trata de algo reiterado, la persona puede creerse lo que se le dice, sobre todo, en casos en que hay antecedentes en su propia historia», explica el psiquiatra Eduardo Drucaroff.
En adolescentes y niños, el efecto paralizante de las palabras peyorativas (amenazas, comentarios humillantes, críticas, insultos) es mayor. «Los niños son los más vulnerables porque carecen de recursos propios para hacer frente al otro», señala Drucaroff, quien integra la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y es autor del libro Conceptos fundacionales del psicoanálisis. La transformación de obstáculos en instrumentos. Según dice, el maltrato en los vínculos de adultos (padres, maestros) y chicos es preocupante, ya que, además, los sujetos que maltratan tendrían que ser los encargados de cuidar; por ende, hay una asimetría de poder.
Otro ejemplo en el que la agresión se produce en condiciones de asimetría es el trabajo, donde el empleado está sometido a un jefe. «Es mucho más evidente si se trata de un maltrato que, por ejemplo, se da en situaciones como el colectivo o la calle, donde la gente está en igualdad de condiciones y puede escapar, defenderse o no dar cabida a un insulto. Y donde más bien se puede hablar de “malas formas”», ilustra Drucaroff.
La agresividad verbal, además de una forma de violencia psicológica, es el modo más común del maltrato emocional: el  tipo de abuso más disimulado y aceptado por la sociedad, al punto que ha conquistado sin inconvenientes otros espacios, como la TV, donde los panelistas de programas de baile o los participantes de realities se atacan o desprestigian unos a otros. En tanto, en Internet, que brinda una idea de falsa familiaridad, el anonimato permite que las personas opinen «sin flitro» y sin mayor cuidado por el otro.
Silvia Guemereman, socióloga e investigadora del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, sostiene que el hecho de que el problema esté invisibilizado tiene que ver con la naturalización de las maneras de nominar a otros. «Las palabras pierden el carácter peyorativo. Se habla de “boludo” y “pelotudo”, todo el tiempo, y despojadas de su carácter, aparecen como palabras simpáticas», comenta. «Los argentinos tenemos un trato muy confianzudo. Puede que estemos anestesiados y no las percibamos como maltrato. Ahora, el punto es si todo se neutraliza o es sólo que el efecto se invisibiliza. O sea, si yo le digo a alguien: “gorda”, “loca”, “pelotuda”, ¿realmente esta persona es inmune al efecto? ¿O la procesión va por dentro?, como se dice».
Quizá el ejemplo más emblemático del último tiempo recaiga sobre la presidenta Cristina Fernández, a quien sus detractores llaman «Kretina», entre otros insultos. «Esto en otra cultura es impensable: tratar así a un presidente constitucional, legítimo, pasa sólo en este país… Y no creo que ella pueda estar inmune a ello», opina Guemereman. «Como sociedad está diciendo que hemos bajado muchísimo la guardia: naturalizado e internalizado un nivel de violencia como si fuera que corresponde al orden social, y no es producto de construcción de voluntades, con tolerancia a aberraciones que no vemos, y que en otras épocas han sucedido y mucho».
¿Qué pasa con los jóvenes? Los insultos parecen formar parte de las reglas del juego en sus relaciones. Pueden tener un sentido negativo o positivo, dependiendo de la forma en que se emiten las palabras y hacia quién van dirigidas. La cara más extrema y visible del maltrato entre pares es el bullying, un fenómeno presente en toda Latinoamérica y que, lamentablemente, Argentina lidera: entre 16 naciones, es el país donde hay más insultos, amenazas y agresiones físicas, según el II Estudio Regional Comparativo y Explicativo (Serce) que realizó la Unesco a chicos de 6º grado de unos 3.000 colegios, entre 2005 y 2009.
El maltrato verbal no es cuantificable y aún no está socialmente asociado con la violencia. En 2009, el Consejo Publicitario Argentino (CPA), en alianza con instituciones como Cáritas, desplegó la campaña «El maltrato verbal es violencia», de la mano de la agencia Ogilvy. «La idea era prevenir el maltrato infantil desde la perspectiva de los niños y sin una sola demostración de violencia física», recuerda Marina von der Heyde, directora ejecutiva del CPA. Así surgieron los spots titulados «Padre» y «Madre» (que aún pueden verse en www.escuchate.org.ar). Además de ganar premios por la creatividad y efectividad, Suiza, Colombia y Chile pidieron la campaña para reproducirla a nivel local. Paralelamente, 5 de cada 10 argentinos dijeron recordar el mensaje y 7 de cada 10 aseguraron que éste llevaría a un cambio de actitud sobre el tema. Ojalá así sea.

Francia Fernández

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