Trump el terrible

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El magnate busca reafirmar su liderazgo mundial con posturas desconcertantes, como la reciente declaración de guerra comercial con China. El desplante en el G7, la cumbre con el líder norcoreano y la crisis migratoria, otros focos de conflicto.


Washignton. En la sala Roosevelt de la Casa Blanca, el mandatario se prepara para una reunión de trabajo junto a sus colaboradores. (DOULIERY/AFP/DACHARY)

Cuáles son los planes de Donald Trump? La pregunta que se aplicaba al magnate apenas asumió en la Casa Blanca se complementa ahora con otras: ¿qué es?, ¿qué hace? Ninguno de los interrogantes tiene respuesta inequívoca; el liderazgo del presidente estadounidense se construye con posiciones que desconciertan y muestran varios personajes en uno. El Trump que amenaza con desequilibrar el comercio mundial con medidas proteccionistas contra China. El Trump que sonríe, cándido, con su –hasta no hace poco– acérrimo enemigo en Corea del Norte. El Trump que desprecia el encuentro que reúne a siete potencias –el denominado G7 que integra su país junto con Canadá, Alemania, Japón, Gran Bretaña, Italia y Francia– y abandona la cita para destrozar a sus pares en las redes sociales. El Trump que corre por derecha a Alemania en su política hacia los inmigrantes y refugiados de Europa. Estados Unidos es quien dicta el libreto de la geopolítica internacional: su guionista es impredecible.
«Mi gran amistad con el presidente Xi y la relación de nuestro país con China es muy importante para mí», había dicho Trump minutos antes de acusar al país oriental de robar la propiedad intelectual norteamericana y, por eso, disponer «un arancel del 25% sobre productos de China que contienen tecnologías industrialmente significativas, por valor de 50.000 millones de dólares». Desde Beijing replicaron con la misma moneda, decretaron tasas del 25% para productos agrícolas de tierras estadounidenses, como la soja, el maíz, la carne vacuna y porcina, también por 50.000 millones de dólares. Se trata de un disparo al sector rural, centro del electorado que consagró al magnate de la rubia cabellera.
El tablero marcaría un claro empate. Pero Trump redobló la apuesta y ordenó aranceles adicionales del 10% a productos chinos por 200.000 millones de dólares. Eso sí, la Casa Blanca aclaró que esta medida entrará en vigor «si China sigue adelante con los aranceles que ha anunciado». Ojo por ojo y el mundo quedará ciego o, de seguro, en severa crisis. ¿Y si China no se queda atrás y aumenta también los productos arancelados? Llegaría a cubrir la totalidad de importaciones desde Estados Unidos. La balanza comercial entre ambos países es severamente deficitaria para Washington en 376.000 millones de dólares.
Protegerse contra las importaciones es el doble estándar del sistema capitalista estadounidense, globalizado hacia afuera, hermético hacia adentro. Hasta el G7 marcó esa contradicción en su último encuentro en Canadá. Justin Trudeau, primer ministro del país anfitrión, había rechazado explícitamente el arancel del 10% que Estados Unidos le impuso al aluminio y al acero. Trump tildó a su colega de «débil» y «deshonesto» y se negó a firmar el documento final de la cumbre, que propiciaba «un libre comercio recíproco y equitativo» con rebajas genéricas de aranceles. Incluso anticipó que aplicaría una tasa del 25% a los automóviles que ingresaran por sus fronteras. Antes, se encargó de irritar a los presentes pidiendo que reincorporasen a Rusia al club de los siete. Desde que en 2014 el gobierno de Vladimir Putin anexara la península de Crimea al territorio ruso, su nación permanece excluida del G7.

Errores de Europa
Una foto de la cita en Quebec recorrió el planeta: la canciller alemana Angela Merkel, parada, con sus manos apoyadas en un escritorio, inclinada sobre un Trump que, sentado y de brazos cruzados, parece manifestar desinterés por lo que sucede. El retrato no tiene audio, pero fue el propio presidente de EE.UU. el que luego aportaría una hipótesis de lo ocurrido en la escena. Es que Trump expresó por Twitter que «la delincuencia en Alemania está en alza, gran error cometido en toda Europa al admitir dentro a millones de personas que han cambiado tan fuerte y violentamente su cultura». Y agregó: «No queremos que eso nos pase a nosotros». Desde Berlín desmintieron los datos que brindaron en Washington, pero el golpe de efecto del magnate ya estaba logrado. En 2017, poco antes de asumir su puesto en la Casa Blanca, Trump había calificado de «catastrófica» la política migratoria germana. Para evitar toda duda, ahora sentencia que «Estados Unidos no será campo de inmigrantes o refugiados».
En Singapur, el presidente norteamericano rompió todos los pronósticos. Había llegado al encuentro con su par de Corea de Norte con antecedentes desalentadores: un año atrás amenazó con «la destrucción total» de los norcoreanos y describió entonces al presidente Kim Jong como «un hombre cohete en una misión suicida para sí mismo y su país». Otra foto, la de un cordial apretón de manos entre ambos mandatarios, mostró a un Trump diplomático y mesurado. Tanto, que hasta fue criticado por muchos de sus compatriotas por haber obtenido resultados poco tangibles tras la cita: el compromiso –sin precisión ni plazo– de Corea del Norte de desnuclearizarse a cambio de un apoyo de Washington al gobierno de Kim.
Los focos del planeta todo iluminándolo: ese es el protagonismo preferido por Trump. No pocos le señalan que no tiene luces para justificar ese rol, pero él se encarga de no moverse ni un centímetro del centro del escenario. La obra es inquietante, sí, y con final que nadie se anima a aventurar.

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