Un desafío a la izquierda

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Pese a los embates de las corporaciones, la agrupación surgida del movimiento de los indignados se erige como una fuerza nacional con posibilidades de llegar al poder. Dilemas de su construcción política.

 

Líderes. Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, dos de los referentes, en un acto de campaña con miras a las elecciones celebradas en Cataluña. (AFP/Dachary)

Los grandes medios de comunicación no pierden ocasión para fomentar intrigas, desatar conflictos, hurgar en pasados y potenciar denuncias que finalmente mueren de absurdo en los archivos. Las corporaciones financieras los atacan al percibirlos como una amenaza que puede poner en riesgo sus ganancias  descontroladas. Lo mismo sucede con las grandes empresas, nacionales y transnacionales, que durante décadas engordaron a costa de negocios turbios con el Estado. La Justicia, que se declama pomposamente independiente, abre expedientes y recibe gustosa acusaciones con la celeridad que jamás tuvo para el establishment del que forma parte. En síntesis, los que parecen acontecimientos de la vida cotidiana para los gobiernos populares suramericanos, es lo que enfrenta en España la agrupación de izquierda Podemos, que se plantea, y no sin pocas dificultades, llegar al Palacio de la Moncloa (sede de gobierno) en las elecciones generales previstas para la segunda quincena de diciembre. Y tiene probabilidades de lograrlo.
Podemos es una agrupación política reciente, sin historia, heterogénea, plural y algo caótica, urbana, de clase media, surgida al calor de la movilización social contra el ajuste que sufren los españoles desde hace más de un lustro, y que los llevó a padecer los más altos índices de desempleo de su historia, además de la precarización laboral y la pobreza más alta de toda la Unión Europea, incluida Grecia. Son los herederos de lo que se conoció como el Movimiento de los Indignados, organizado luego paulatinamente para construir esta formación política de alcance nacional que se propuso el desafío de la disputa por el poder, y desechó la opción de convertirse en una mera fuerza testimonial contestataria.
Podemos quedó conformado en enero de 2014 y, tras superar con creciente acompañamiento popular las elecciones europeas de mayo de 2014 (8% de los votos) y las regionales de 2015 (15%, en promedio), aparece ahora cómodamente colocada como tercera fuerza nacional apenas detrás del Partido Popular (PP) y del aún llamado Partido Socialista Obrero Español (Psoe), cuando falta poco más de 60 días para elegir el nuevo gobierno nacional. Incluso, en su momento de mayor expansión pública, hacia fines de 2014, los sondeos de intención de voto lo colocaban al frente de las preferencias sociales, con casi un tercio del electorado que fue lentamente perdiendo hasta quedar estabilizada en un 20%.
Cuando la carrera electoral ya está lanzada a pleno, la pregunta obvia es: ¿podrá Podemos romper el bipartidismo posfranquista y ungir a su líder, Pablo Iglesias, como el próximo primer ministro, o se quedará sin nafta en la recta final y, como segunda fuerza, en todo caso se verá limitada a pactar con el Psoe un programa de gobierno de centroizquierda que logre solo desplazar del poder al conservadurismo más duro, encarnado en el PP?
«A fines de 2014 y principios de este año parecía estar claro que Podemos se encaminaba indefectiblemente a tomar la Moncloa, pero ahora eso no resulta tan evidente por las dificultades que enfrenta la fuerza en su misma construcción política. Ellos no suman hacia la izquierda, porque ese sector ya lo tienen; para seguir creciendo deben ir hacia el centro, a la derecha. Eso los obliga a ampliar las alianzas, moderar el discurso, entrar en contradicciones y hasta presentar algunas indefiniciones en temas complejos», alerta Luis Méndez Asensio, profesor de Postgrados de la Universidad Complutense de Madrid, escritor y periodista. En diálogo con Acción, Méndez Asensio explica que la encrucijada de Podemos reside en que hoy «su definición estratégica es, justamente, la ausencia de definiciones» claras y concretas. Igualmente, aclara, todo está por verse porque su campo de crecimiento es muy amplio debido a que gran parte de la sociedad aún los percibe claramente como la fuerza que enfrenta la crisis y que no está contaminada por todos los vicios que arrastra el bipartidismo español.
El discurso habitual de los grandes medios de comunicación es que Podemos ya se desayunó a Izquierda Unida (IU, el partido de izquierda tradicional de España) y que ahora avanza para almorzarse a  una parte del Psoe. De paso, los medios los encasillan a diario en categorías tan amplias como contradictorias, con la única y evidente finalidad de descalificarlos. Así, Podemos puede ser «la filial local del populismo bolivariano», «marxistas anticapitalistas disfrazados de socialdemócratas nórdicos», «intelectuales izquierdistas propensos a sumir a España en un asambleísmo».
Lo cierto es que si algo tiene a su favor Podemos es que dista años luz de ser una agrupación con posibilidades de ser interpelada con los mismos criterios que los partidos políticos tradicionales. Por ejemplo, en junio sus adherentes votaron en referendo los marcos para las alianzas en las elecciones de diciembre, y la forma de construirlas. Y por ahora no se apartan un nanomilímetro de lo que han llamado «Hoja de ruta».
Allí estipularon que todos los candidatos deberán surgir de elecciones primarias abiertas a la sociedad, y que no harían alianzas a nivel nacional con ningún partido. «Los acuerdos se establecerán a escala territorial, nunca superior al de autonomías (regiones), para respetar la plurinacionalidad de España y establecer formas de alianzas para cada ecosistema que presenta una singularidad política», explicó Pablo Iglesias al presentar su estrategia electoral en junio.

 

Tiempo de disputas
Pero no es lo único. Los acuerdos para conformar las listas de candidatos no se limitan a las delegaciones locales de los partidos, sino que se afianzan principalmente en líderes de organizaciones sociales, sindicales, profesionales, ecológicas y los bloques de «plataformas ciudadanas», como llaman a agrupaciones locales y hasta casi barriales. Ello les provee una profunda capilaridad hacia toda la sociedad, pero al mismo tiempo los pone a conducir una heterogeneidad extremadamente compleja y gelatinosa.
El caso más notorio es el de Galicia, donde ya sellaron una alianza regional de 8 partidos y un centenar de organizaciones sociales, en lo que fue la convocatoria para el Econtro Cidadán per unha Marea Galega, en el que conviven Podemos e Izquierda Unida, los nacionalistas del Bloque Nacionalista Gallego (BNG), Anova, Compromiso por Galicia y Cerna, además de los ecologistas Equo y Espazo Ecosocialista. Todos, bajo el paraguas de una consigna primordial: «Luchar contra las políticas neoliberales y defender los intereses de Galicia».
En ese nivel regional se relacionan, además, con el que sería su aliado natural, Izquierda Unida, pero no como una alianza de partidos, sino como estructuras subsidiarias de una organización ciudadana que los excede. Marchan hacia una alianza, entre otros, entre IU y Podemos, pero que no se llamará de esa manera, no será presentada como tal, ni sus candidatos hablarán en nombre de los partidos que la integran. Ese es el sendero finito, ajustado, que Podemos ha elegido en su intento por llegar a la Moncloa. El sendero de la ambigüedad, del digo pero no digo, soy pero no soy, estoy pero me fui.
Pero ese sendero tan estrecho puede resultar un búmeran, como en las elecciones autonómicas catalanas de setiembre pasado, que en los hechos eran un plebiscito por la independencia de la región. Fueron al comicio en un frente muy amplio que rechazaba la secesión, pero prometía un referendo sobre la autonomía: la discusión allí era «independencia sí o no», pero Podemos dijo «ni». «Quédense en España, echemos juntos a Rajoy y hagamos un país que los contenga», reclamó Iglesias. Pero los catalanes desoyeron su llamado, por lo que Podemos terminó en un quinto puesto.
Igualmente, mantuvieron su línea y discurso amplio. «No hay en España una realidad para discutir derecha o izquierda; aquí la cuestión es democracia o dictadura, los de arriba o los de abajo», define otro de los líderes de la agrupación, Íñigo Errejón. Cuando saludó el abrumador triunfo de Jeremy Corbyn en el laborismo británico, Iglesias le escribió una carta que marchaba en el mismo sentido: «Nuestro papel no es otro que el de ser las fuerzas que representan a la mayoría social, a las clases populares golpeadas por el modelo de gobernanza financiero».
A 60 días de las elecciones generales, todas las opciones en España parecen estar abiertas, aunque algunas son más seguras que otras. Lo más probable, según vaticinan casi todos los sondeos, es que el PP se encamine hacia una derrota y que el nuevo gobierno surja de la disputa entre Podemos y el Psoe. Pero también tiene altas probabilidades de emerger de un acuerdo entre ambas agrupaciones, cuyos dirigentes no lo han descartado plenamente. «La última decisión del Psoe en el gobierno fue indultar a un banquero. Con ese Psoe no hay nada que hablar. Ahora bien: si se deciden a concurrir a la senda del cambio político, como es poner las instituciones al servicio de la mayoría empobrecida, entonces es posible que pueda haber un entendimiento», proclamó Errejón, lo que según surge de sus palabras, podría dar lugar al gobierno más filosuramericano de Europa. Por ahora.

Alejandro Pairone

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