Un siglo de la Revolución de Octubre

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Vigencia y significados de lo ocurrido en Rusia durante aquellos «días que conmovieron al mundo», un acontecimiento que cambió el curso de la historia internacional con su inspiración emancipadora.

Plaza Roja. Lenin y la multitud: el líder que logró conducir las fuerzas sociales y políticas en un proceso con perspectiva socialista. (Universal History Archive/Rex/Shutterstock/ Dachary)

Por qué importa ponderar en el presente la experiencia de la histórica Revolución de Octubre que llegó con la promesa de inaugurar un mundo de justicia e igualdad superando para siempre las relaciones de opresión política, explotación
del trabajo y hegemonía cultural, inmanentes al capitalismo?
Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia y seguramente el intelectual revolucionario más importante de nuestro tiempo, nos orienta al constatar la dimensión histórica del acontecimiento: «La Revolución de 1917 es el acontecimiento político mundial más importante del siglo XX, pues cambia la historia moderna de los Estados, escinde en dos a escala planetaria las ideas políticas dominantes, transforma los imaginarios sociales de los pueblos, devolviéndoles su papel de sujetos de la historia, innova los escenarios de guerra e introduce la idea de otra opción real y posible en el curso de la humanidad». Y concluye: «Revolución se convertirá en la palabra más reivindicada y satanizada del siglo XX».
El historiador británico Edward H. Carr, reconocido como el máximo experto mundial sobre la Rusia soviética, declaraba a fines de los años 70 que antes de 1917, Rusia era «un país en el que más del 80% de su población eran campesinos analfabetos o semianalfabetos, y que luego se convirtió, transcurridos 60 años, en una de las principales naciones industrializadas, en una potencia mundial y en un pueblo dotado de gran cultura y avance científico».
En relación con la cuestión crucial de interpretar adecuadamente el acontecimiento histórico, Carr decía sin vueltas: «Soy plenamente consciente de que cualquiera que hable de los logros de la Revolución será inmediatamente tildado de estalinista. Pero yo no estoy dispuesto a aceptar esta especie de chantaje moral. Después de todo, cualquier historiador inglés puede cantar alabanzas a los logros obtenidos durante el reinado de Enrique VIII sin que, por ello, se le suponga favorable a la decapitación de esposas».

Injusticias
Hoy percibimos los síntomas de una verdadera crisis civilizatoria del sistema global. Las ocho riquezas individuales más grandes del mundo son equivalentes a los ingresos de la mitad de la población mundial; las relaciones y conflictos entre Estados se dirimen crecientemente con el uso de la violencia por parte de las grandes potencias. Como en anteriores fases del capitalismo, el desarrollo vertiginoso de la tecnología y la robotización amenaza con acotar radicalmente la necesidad de trabajo manual, generando una gran incertidumbre para millones de trabajadores ya que frente a este fenómeno no surgen respuestas racionales que encaucen la vida laboral en un sentido humanista.  

De frente. Luchadores bolcheviques en San Petersburgo, ciudad entonces llamada Petrogrado. (Tass/AFP/Dachary)

Las relaciones sociales de injusticia propias del orden establecido fueron la causa de reacciones radicalizadas desde sus mismos inicios. En las primeras décadas del siglo XIX los obreros en Inglaterra rompían las máquinas, convencidos de que eran las culpables de su durísima existencia. En esa lucha avanzaron a mayores niveles de conceptualización concluyendo, en la primera mitad del siglo XIX, con tres invenciones: el sindicato y la cooperativa como organizaciones sociales; y el socialismo como proyecto político para dar respuestas a sus graves encrucijadas y a las demandas de la clase trabajadora.
En Rusia, en 1905, estalló una insurrección contra una monarquía zarista ya senil, luego de más de mil años de existencia. El masivo reclamo de pan, paz y trabajo fue respondido por el zar, los dueños de la tierra y la burguesía con una salvaje represión. En 1914 detona la Primera Guerra Mundial intercapitalista, en la que Rusia intervino en uno de los bandos. El deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población, agravada por el hecho de que millones de rusos retornaban de la «gran guerra», generó una gigantesca movilización de trabajadores sin destino para sus vidas; consecuentemente, la legitimidad del zar fue severamente impugnada.

Un nuevo Estado
Desde fines del siglo XIX e inicios del XX un núcleo de intelectuales comenzó a influir fuertemente en la clase obrera de Moscú y San Petersburgo, lo cual dio lugar a distintas expresiones partidarias. Fue Lenin quien logró catalizar las fuerzas sociales emergentes de la crisis y ponerse a la cabeza de la Revolución de Octubre, con una perspectiva socialista.
El gobierno revolucionario triunfante se propuso la creación de un nuevo Estado basado en los soviets de obreros, soldados y campesinos, que promovían inéditos procesos de participación popular. Tras el triunfo de la Revolución –el 7 de noviembre de 1917– comenzó una intervención militar sostenida durante varios años por los gobiernos capitalistas europeos con el fin de derrotar en su cuna al gobierno de los soviets. En aquellos primeros tiempos hubo profundos debates acerca de cuáles debían ser los caminos para fundar una nueva sociedad comenzando por el sistema productivo, revisar desde sus raíces la cultura y la educación, cuáles debían ser las nuevas formas de gobierno y participación para una nueva democracia, indispensable para que el pueblo ejerciera sus derechos con vistas a transformar la sociedad. Fueron años de gran efervescencia en los que todo estaba puesto en cuestión. Así ocurre con las rupturas que se proponen transformaciones de época, ya que son acontecimientos excepcionales, en los cuales se entremezclan corrientes muy diversas e impensadas, e intervienen núcleos sociales que eran indiferentes a la lucha política por cambiar el poder. Muy pocos años después, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas debió enfrentar otro desafío de gran trascendencia en la historia moderna: la Segunda Guerra Mundial puso a la URSS como contendiente esencial al nazismo, responsable de la muerte de decenas de millones de personas en toda Europa, Asia y África. Entre el ejército combatiente y los civiles se calculan 25 millones de muertos. Fueron hombres y mujeres rusos que combatieron en pos de la defensa de su patria y por contribuir a la victoria de los pueblos sobre el nazismo.
Tras la caída del Muro de Berlín (1989) y el fracaso de la experiencia soviética, los años subsiguientes parecieron consagrar el «Fin de la Historia». Se sostenía que con el predominio del mercado y democracias que se le subordinaran, la humanidad había llegado a su última estación. Lejos de tan imposible pretensión, en América Latina el orden neoliberal va agotando sus posibilidades de reproducción y se vislumbra una transición turbulenta de final incierto. En estas luchas epocales y civilizatorias, los cooperativistas seguimos firmes y convencidos de que debemos continuar aportando y luchando por una sociedad solidaria. De allí que resulta imprescindible tener una clara valorización de aquellas experiencias de inspiración emancipadora, más allá de sus insuficiencias y desenlaces posteriores. De eso se trataba hace 100 años en San Petersburgo y Moscú, en aquellos «días que conmovieron al mundo», como caracterizó el gran periodista y luchador estadounidense John Reed.
 

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