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Un terremoto político

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La estatización de YPF obligó a las distintas fuerzas opositoras a fijar una posición clara a favor o en contra. Disputas internas y especulaciones de cara a las presidenciales de 2015.

El anuncio presidencial de la expropiación del 51% de las acciones de Repsol-YPF, más allá de su importancia en lo que hace a la recuperación de la capacidad de decisión del Estado argentino sobre un recurso estratégico y de su consecuente significación económica, irrumpió con la fuerza de un sismo en el escenario político y obligó a las fuerzas opositoras a definir su postura sin ambiguedades. Esta circunstancia motivó nuevos resquebrajamientos en sus ya débiles estructuras e instaló un debate de proyecciones imprevisibles en el seno de aquellas que se definen como progresistas. Sucedió justamente cuando muchos de sus dirigentes comenzaban a ilusionarse con recuperar el terreno perdido en las últimas elecciones a partir del deterioro de la imagen presidencial que anunciaban algunas encuestas y que presumiblemente estaría ocasionado por los coletazos de la tragedia de Once –que evidenció las falencias de gestión del actual sistema ferroviario– y la campaña de prensa sobre el caso que involucra al vicepresidente Amado Boudou en gestiones impropias de su cargo para beneficiar a la ex Ciccone.
Dentro del Frente Amplio Progresista (FAP) se realizó un notable esfuerzo para conciliar la postura adoptada por su principal referente, Hermes Binner, el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, y el senador Ruben Giustiniani –todos ellos identificados con los lineamientos generales de la medida–, con el duro posicionamiento de la dirigente del GEN, Margarita Stolbitzer, quien postulaba la intransigencia opositora argumentando que tal actitud fortalecería al FAP como principal opción antikirchnerista, aun cuando las bases programáticas de la organización avalaban el apoyo de la iniciativa. Finalmente triunfó la cordura y el FAP comprometió el apoyo de sus legisladores, aunque aclararon que expresarían sus disidencias cuando se discutiera artículo por artículo.
En el radicalismo las cosas se presentaron más problemáticas. Ya días antes del anuncio, el frustrado precandidato presidencial Ernesto Sanz se apresuró a declarar que se opondrían firmemente a una eventual expropiación, en tanto el titular del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, Mario Barletta, sin atender a su rol de componedor de los distintos sectores que conviven en el partido de Alem e Yrigoyen, intentó cortarse solo y desestimó la posibilidad de que sus correligionarios respaldaran el cambio de rumbo gubernamental, al tiempo que enfatizó las críticas a la política petrolera del kirchnerismo. Los diputados Ricardo Gil Lavedra y el cordobés Oscar Aguad –cada día más cercano al macrismo– formaban parte del contingente más belicoso. Pero, como bien lo entendió Ricardo Alfonsín, los márgenes para oponerse eran demasiado estrechos, considerando que la UCR es un partido histórico que siempre levantó como bandera la defensa de los recursos naturales.
Además, el no haber apoyado la estatización de las AFJP o de Aerolíneas había generado, tiempo atrás, un duro debate con el sector interno que lideran Leopoldo Moreau y Federico Storani quienes conservan una fuerza significativa en la provincia de Buenos Aires, circunstancias todas que confluyeron para que finalmente se resolviera respaldar el
proyecto oficial, aunque también con discrepancias en particular.
Por su parte, Fernando Solanas y sus seguidores de Proyecto Sur, coherentes con los postulados que siempre sostuvieron en la materia, consideraron que la iniciativa significaba un importante avance, aunque se pronunciaron por la estatización total de la empresa.

Sólo el Pro y la Coalición Cívica se abroquelaron en el espacio de la oposición irreductible. En el caso del macrismo, resultaba evidente que, fieles al manual del Consenso de Washington y a la ortodoxia neoliberal, iban a escandalizarse ante tamaña herejía. Por añadidura, la medida parecía ajustarse como anillo al dedo a la necesidad de Mauricio Macri de afianzar su postulación presidencial con vistas a 2015, presentándose como la única alternativa al estatismo kirchnerista. Pero la notoria inhabilidad del jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires volvió a jugarle una mala pasada. Su discurso crítico, plagado de lamentos e increíbles anécdotas que pretendían vincular la indefensión de su pequeña hija con la que supuestamente estaría padeciendo el pueblo argentino, motivaron cataratas de expresiones irónicas, entre ellas la de la propia Presidenta de la Nación. De tal modo que intentó una rectificación parcial seguramente sugerida por su asesor estrella tras la lectura
de las encuestas: «si llego a ser presidente no voy a reprivatizar YPF, porque el daño ya está hecho», señaló. Luego intentó explicar, el cambio, desatendiendo la apotegma que reza: «No aclares que oscurece».

La base no está
En verdad, las aspiraciones del ingeniero tienen una precaria base de sustentación. Por el momento sólo dispone de una base electoral sólida en el distrito metropolitano y eventualmente podría extender su predicamento a los partidos limítrofes del norte del conurbano bonaerense –en Vicente Lopez ya gobierna su primo Jorge Macri– donde los sectores de altos ingresos constituyen un segmento importante de la población, pero carece de estructura en el resto de la provincia y es prácticamente un desconocido en el interior del país, salvo en Santa Fe, donde cuenta con una carta que hoy parece buena pero habrá que ver qué vigencia conserva dentro de tres años: el histrionismo del Midachi Miguel del Sel.
Lo de Carrió se asemeja demasiado a un grito en el desierto, habida cuenta de que ni siquiera sus antiguos conmilitones de la Coalición Cívica-ARI asistieron al lanzamiento del denominado Movimiento Humanista de Resistencia y Construcción, ámbito en el que procurará desarrollar su vocación oracular.

Odiosas comparaciones
Así las cosas, los medios hegemónicos se quejaron y con razón de que los habían dejado demasiado solos. El columnista de La Nación Fernando Laborda, por ejemplo, tras señalar que las comparaciones suelen ser odiosas, asimiló la expropiación de las acciones de Repsol en YPF a las condiciones imperantes durante la guerra de las Malvinas, cuando «muchos militares imaginaban que sólo estarían enfrentados con Gran Bretaña pero pronto se descubrió que detrás de los británicos estaban los Estados Unidos y la Otan». Luego precisó: «Es probable que al tomar la decisión de expropiar la empresa petrolera y de intervenirla, echando a sus directores de una manera casi propia de pistoleros del Lejano
Oeste, el gobierno argentino no haya medido adecuadamente que a las quejas de España se sumarían la solidaridad de toda la Unión Europea, la inquietud de Barack Obama y las reservas de algunos presidentes latinoamericanos». En otro párrafo de su invectiva afirmó, como de pasada, que Leopoldo Galtieri vio en la recuperación de las islas «la solución para detener la caída libre de un régimen que evidenciaba su agotamiento y comenzaba a sufrir fuertes presiones sociales» y remató con una conclusión por lo menos discutible: «Salvando las distancias, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha recurrido a la retórica
nacionalista para repuntar en la consideración popular, tras la fuerte disminución de su imagen positiva».
Como si fuera poco, un editorial del mismo diario apuntó sin titubear a los desertores: «El comportamiento de los opositores que, entusiastas y dóciles, corrieron a ponerse del lado del proyecto oficial, parece indicar que prevalece en ellos la maquiavélica idea de que el fin justifica los medios, traducida, en este caso, en que YPF debe ser estatal a cualquier precio y sin importar el atropello que significa este robo».
En la misma sintonía, nada fina, el editorialista del matutino Clarín, Eduardo Van der Kooy, insistió con la comparación: «Como sucedió con las Malvinas, el interrogante que plantea la expropiación de YPF dispuesta por Cristina Fernández, consiste en saber si el camino elegido resultó el adecuado más allá de las coreografías que el kirchnerismo monta con eficiencia» y añadió: «Cristina despertó la reacción de medio mundo pero logró silenciar, momentáneamente las voces opositoras que empezaban a criticarla. Casi toda la oposición se alineó con la expropiación de la petrolera. Resistió Mauricio Macri, pero con un libreto
impreciso». Como para demostrar que los medios hegemónicos no se darán por vencidos pese a las defecciones de sus aliados, Van der Kooy enumeró en su nota los problemas que le complicaron la vida al Gobierno, soterrados hoy por la contundencia de la decisión expropiatoria y en lo que aparece como una clara expresión de deseos, disparó: «Ni bien el impacto político de la expropiación pierda vigor, esos conflictos volverán sobre Cristina. Tal como están y tal como son».

—Daniel Vilá

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