Un viaje a la oscuridad

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Los destinos ligados con la muerte y la tragedia –desde lugares donde han ocurrido catástrofes hasta escenarios de crímenes– ganan cada día más adeptos y generan un nuevo mercado alimentado, a su vez, por series y películas. El debate ético.

Ucrania. Una foto en el bloque cuatro de Chernóbil, la central eléctrica soviética que fue escenario del peor accidente nuclear de la historia. (AFP/Dachary)

No hay tierras extrañas. Quien viaja es el único extraño», decía el célebre escritor Robert Louis Stevenson. La frase quizá podría aplicarse a los aficionados al turismo dark, un fenómeno protagonizado por quienes sienten atracción por destinos ligados con la muerte y la tragedia: desde lugares abandonados donde han ocurrido catástrofes o matanzas, hasta campos de concentración u hoteles en donde han habido muchos suicidios.
El término original –dark tourism– fue acuñado por J. Lennon y M. Foley, profesores de la Glasgow Caledonian University, en el año 2000, cuando publicaron un libro con ese nombre. En realidad, la noción deriva de thanatourism –es decir, tanatoturismo o turismo de duelo o muerte– que mencionaba en sus clases de marketing turístico, a mediados de los 90, el profesor Tony Seaton, en la Universidad de Strathclyde.
El interés por los recorridos atípicos, macabros, siniestros, gana cada día más adeptos. Al punto que Netflix creó una serie, Dark tourist (2018), en que David Farrier, un periodista neozelandés, visita lugares que pueden tratarse tanto de un bosque encantado como de un hotel manejado solo por robots o un lago nuclear, y, de paso, brinda intensidad emocional a su audiencia.
Actualmente, además del clásico neoyorquino como el edificio Dakota, donde Roman Polanski rodó El bebé de Rosemary (1968), la «Zona cero», el sitio donde se levantaban las Torres Gemelas destruidas en los atentados del 11 de septiembre de 2001, es uno de los sitios más visitados y a Fukushima, en Japón, escenario de un accidente nuclear en 2011, van unos 2.000 turistas al año, según la española Míriam del Río, periodista, coordinadora de viajes de aventura y autora de Turismo dark (Luciérnaga), un libro en el que explora puntos «asociados con la muerte, el misterio o el abandono» en todo el mundo, y el magnetismo que ejercen en sus visitantes.
«Ahora mismo el destino que causa mayor sensación es Chernóbil, por la repercusión de la serie Chernobyl, de HBO: están recibiendo entre 40.000 y 70.000 visitas al año y esperan unas 100.000 al término de 2019», dice Del Río, quien también es fundadora de GoBcn, empresa con base en Barcelona que organiza recorridos, como la ruta romana de esa ciudad. Pero, ¿por qué están de moda los sitios raros? «El ser humano siempre se ha sentido atraído hacia todo aquello que destile un halo de misterio y oscuridad. El tema de la muerte le ha parecido muy seductor. Podemos pensar en aquellos románticos del siglo XVII que realizaban peregrinaciones a cementerios donde estaba el literato de turno, buscando ese halo, ese ambiente de niebla, un poco decadente», responde. «Para mí, estos sitios están de moda, porque el turista va un poco más allá: busca experiencias distintas, “inmersivas”: sentir, en primera persona, algo de lo que está visitando, por ejemplo, en el caso de Chernóbil, donde prácticamente está absorbiendo la radioactividad. Es gente que busca la peligrosidad».

Precedentes históricos
Philip Stone, director ejecutivo del Institute for Dark Tourism Research –el primer centro dedicado al tema, que se fundó en 2012, en la Universidad de Lancashire Central, Inglaterra–, sostiene que el turismo dark es «una etiqueta académica para renombrar sitios de muerte y desastres». Y que, desde que comenzó a emplearse el concepto, ha capturado el interés interdisciplinario en todo el planeta, ya que el hecho de que haya turistas que acudan a sitios considerados macabros «ayudaría a entender lo que la sociedad siente sobre la muerte». También se trataría de una actividad con precedentes históricos: «¡La muerte vende! Siempre lo ha hecho… Es un soporte de las noticias de los diarios y la TV», afirma Stone.
Mientras que, en 2000, el profesor Lennon describía el dark tourism como un fenómeno posmoderno, «debido a los medios de comunicación, la globalización, la creciente tecnología y las ansiedades sociales» Stone indica que su origen «puede rastrearse mediante la historia del traslado de la gente por viajes de placer».  Su colega  Tony Seaton, el académico que instauró el vocablo «tanatoturismo», va más lejos: para él, la primera atracción de turismo dark sería el sitio de la crucifixión de Cristo. «Por una razón u otra, la gente siempre ha viajado a sitios de muerte. Lo que es contemporáneo sobre el turismo hoy, no son solo sus implicaciones sociales y culturales y las consecuencias de la experiencia turística masiva, sino la creciente movilidad de la gente que consume la muerte y el desastre en disparatados rincones del mundo. Si bien los destinos se vinculan con muertes intempestivas o violentas, los lugares tienen una significación política o histórica, consecuencias sobre cómo se interpreta el legado que duele», ha señalado Stone. Basta con pensar en las ruinas de Pompeya y sus cuerpos petrificados o en las visitas multitudinarias a Auschwitz, donde las autoridades del museo que preserva la memoria de las atrocidades cometidas por los nazis se vieron obligados a pedir a los visitantes que se abstengan de sacar  selfies irrespetuosas en el campo de concentración. «Cuando venga a Auschwitz, recuerde que está en un lugar donde fueron asesinadas mas de un millón de personas. Respete su memoria».
Míriam del Río, que en su libro abarca puntos de Latinoamérica, entre ellos, el Cenote Sagrado de Chichen Itzá –donde los mayas hacían sacrificios y tributaban a sus dioses– y La Isla de las Muñecas –llamada así por las innumerables peponas que cuelgan de árboles y construcciones– en Xochimico, México; o el Salto del Tequendama, en Cundinamarca, Colombia, al que se lanzan suicidas, espera añadir la Cárcel de Ushuaia en una segunda edición. «Me parece muy interesante la historia, ya que en otros tiempos, era conocida como la cárcel de los confines del mundo», comenta.
Aunque el turismo dark –que mezcla turismo de patrimonio con turismo extremo–puede sonar morboso y hasta inmoral para algunos, Del Río sostiene que se trata de «algo bastante más profundo. Yo lo que promuevo es el turismo que sea muy respetuoso con el lugar, que seas una persona con ética, para que lo visites con el máximo respeto. Es un turismo para quienes quieren vivir la historia e ir un poco más allá. En mi caso, me gusta visitar el lugar, tirar del hilo y descubrir lo que esconde ese pueblo, ese cementerio, ese bosque. Pero, insisto, siempre se ha de visitar con el máximo respeto».
Lo que realmente le impresiona y hasta le da temor son historias como la de los albinos en Tanzania, donde estos son perseguidos y asesinados –se estima que ahí existe un albino por cada 1.400 habitantes; mundialmente, hay uno por cada 20.000–. «Allá se los conoce como ‘zeru’, que en idioma swahili significa fantasma. Se cree que los pobres están malditos. Muchos son liquidados por las mafias que se dedican al tráfico de órganos, porque el pelo, los ojos, los brazos o las piernas son utilizados para elaborar pócimas y toda clase de amuletos. Por una extremidad se puede pagar desde 2.000 dólares hasta 10.000 dólares. Una ruta como esa me causaría mucho pavor, porque no es una leyenda, es algo que existe».
No debe faltar quien esté dispuesto a pagar por recorrerla.

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