Una guerra silenciosa

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Con cifras de muertos en aumento, Honduras, Guatemala y El Salvador conforman la región más violenta del planeta, a causa de la grave crisis social y, sobre todo, del avance del crimen organizado. Las disputas por negocios y sus víctimas invisibles.

La ley de la calle. Policías militares observan el cuerpo de un integrante de una pandilla asesinado en Tegucigalpa (Honduras). (Sierra/AFP/Dachary)

 

Irak y Afganistán son, desde hace años, zonas de guerra donde la vida cotidiana transcurre entre atentados terroristas y batallas entre facciones beligerantes. No obstante, la secuela de víctimas es muy inferior a la que se registra en el llamado «Triángulo Norte» de la América Central, integrado por Honduras, Guatemala y El Salvador. Esta región se ha convertido en la más violenta del planeta. Durante 2015, allí se han producido 18.000 homicidios con armas de fuego oficialmente registrados, y la tendencia va en aumento.
El Triángulo Norte vive sumergido en una guerra silenciosa que no se presenta como tal, que no recibe atención de las cadenas globales de noticias ni campañas humanitarias en Internet, pero que tiene un costo en vidas humanas aun mayor que cuando esos mismos países sufrían la guerra civil y la represión ilegal.
Las cifras de la violencia criminal recabadas en los tres países por organismos nacionales e internacionales son estremecedoras. La tasa latinoamericana de homicidios promedio del año 2015 fue de 20 asesinatos con arma de fuego cada 100.000 personas, que se elevó a 35 entre los seis países centroamericanos. Pero en Guatemala trepó a 46, subió a 68 en Honduras y alcanzó los 115 en El Salvador. Y si los índices permiten comparaciones alarmantes, los números absolutos son aún peores.
El Instituto de Medicina Legal de El Salvador reveló en junio pasado que en 2015 allí hubo 6.656 homicidios (18,2 por día), pero solo en el primer trimestre de 2016 ya ocurrieron 2.022, a razón de 22,2 por día. El Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras asegura que en 2015 se produjeron 5.248 asesinatos, en una cifra también creciente que solo entre enero y marzo de este año sumó 1.775 casos. El mismo organismo dice que en Guatemala fueron 5.681 las muertes por arma de fuego el año pasado, aunque los primeros tres meses de 2016 muestran un amesetamiento, con 1.256 casos registrados.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define una epidemia de violencia cuando las tasas de homicidio superan las 10 víctimas cada 100.000 habitantes. Los organismos nacionales e internacionales adjudican la violencia criminal a una multiplicidad de causas entrelazadas, pero con denominadores comunes, como la pobreza, el desempleo, la exclusión y la marginalidad: la pobreza oscila entre el 50% y el 60% de la población. Sobre ese piso de crisis social, se asientan las pandillas juveniles conocidas como Maras, y el crimen organizado que en esta zona involucra el narcotráfico, la trata de personas, el esclavismo, los secuestros, las extorsiones y el contrabando, entre otros. Pero la violencia se alimenta además de la represión encabezada por la policía y los militares, y por los grupos parapoliciales y paramilitares en auge, además de los ejércitos privados de multinacionales y terratenientes.

 

Matices y derivaciones
Las miles de muertes se producen no solo por la acción inherente de cada uno de estos bandos, sino también por las disputas territoriales y de negocios entre ellos, y en su interior, por los conflictos entre facciones que pelean a balazo por el control del grupo. El Observatorio de la Violencia de Honduras detectó un nuevo protagonista de esta guerra silenciosa: son pequeños grupos armados de autodefensa barrial que se conforman por asociación entre vecinos para defenderse no solo de la delincuencia y las maras, sino también de la policía.
Aunque coincide en que causas y protagonistas son similares en los tres países, el politólogo, filósofo y analista panameño Nils Castro diferencia matices entre la criminalidad de El Salvador y la de sus vecinos Honduras y Guatemala. Sostiene que en El Salvador el factor determinante son las maras y, en particular, las guerras entre las distintas bandas, y no tanto el narcotráfico y el crimen organizado.
Mara Salvatrucha (MS), Barrio 18 Revolucionario (18-R), Barrio 18 Sur (18-S), La Máquina, Mao-Mao y MS-13, entre otras 800 pandillas, congregan entre 80.000 y 100.000 «soldados» de entre 14 y 30 años, pero que pueden llegar a los 250.000 si se computan adherentes indirectos, familias, proveedores y profesionales que los asisten.
Contrariamente, explica Nils Castro, en Guatemala y Honduras se suman y realimentan todos los factores, además de una legislación sobre armas tan permisiva que cualquiera puede acceder hasta a cinco permisos de tenencia y portación. Ambos países son el eje de lo que denominan como «el corredor centroamericano», por donde transita «el 90% de la cocaína que ingresa a los Estados Unidos», según el informe 2015 del Banco Mundial «Crimen y Violencia en Centroamérica».
«Los flujos financieros son enormes. El valor agregado del tránsito de la cocaína por el corredor centroamericano, y que se embarca desde Honduras y Guatemala a los Estados Unidos, equivale al 5% del PIB regional», asevera el Banco Mundial al cuantificar uno de los factores que ocasionan la matanza imparable. A ello, el crimen organizado suma la trata de migrantes; la compra, venta y alquiler de esclavos; el contrabando y la trata de mujeres para esclavismo sexual, entre otros.
Cada uno de los «negocios» tiene un ejército privado que lo respalda y otro que supuestamente lo reprime, pero en realidad lo disputa. El paroxismo ocurre en Honduras, donde entre fuerzas militares y policiales (estatales y privados) hay 154.000 uniformados asignados a la seguridad pública, en un país de 8,6 millones de habitantes: un vigilante cada 55 personas, según datos oficiales.

 

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