Una nueva escalada bélica

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En Israel son cada vez más los sectores que cuestionan la respuesta del gobierno y reclaman pasos hacia la paz. Los temores de la población en un clima de inestabilidad regional.

 

Horror. Gobiernos de varios países reclamaron un urgente cese del fuego para ponerle fin al continuo derramamiento de sangre. (AFP/Dachary)

Si la visita del Papa para orar con los presidentes Shimon Peres y Mahmud Abbas pudo generar alguna esperanza de paz, la nueva escalada bélica en la Franja de Gaza demuestra que para lograr un marco de convivencia sostenible en Oriente Medio se necesita algo más que una invocación a Dios; sobre todo cuando el telón de fondo es el desarrollo de los conflictos en Siria y la avanzada de los grupos islamistas radicales de Irak.
En este contexto, las razones que esgrime el gobierno de Benjamín Netanyahu para responder ante ataques con cohetes desde Gaza se confunden con un historial que no hace sino probar las dificultades para navegar en estas aguas turbulentas luego de casi 70 años de guerra entre palestinos e israelíes.
Porque este conflicto, que ya dejó miles de muertos y desplazados, provocó daños incontables en ambas sociedades y creó divisiones muy difíciles de reparar si es que la propuesta más razonable para la dirigencia de ambos sectores en pugna es una paz seria y perdurable. Hay varias generaciones, tanto israelíes como palestinas, que detectan mejor el humo de la metralla que el perfume de las flores, en términos –si se los puede tildar así– poéticos. Algo como esto perciben los sectores más progresistas dentro de Israel, país que, ante el cariz que fueron tomando los acontecimientos, aparece como el malo de la película en virtud de las cifras que arroja su respuesta ante los ataques desde Gaza: más de 500 palestinos muertos, en su abrumadora mayoría civiles y con un 25% de niños, 3.000 heridos y cientos de miles de refugiados ante la orden del Ejército israelí de abandonar sus casas por nuevos ataques desde el aire. Del otro lado se computaban unos 15 muertos al cierre de esta edición. Un grupo de 62 intelectuales y 7 Premios Nobel de la Paz –entre los que figuran Adolfo Pérez Esquivel, Desmond Tutu, Rigoberta Menchú y Noam Chomski– reclamó un embargo de armas a Israel. El gobierno argentino, en tanto, condenó la respuesta israelí por los ataques de Gaza, que también repudió. Al mismo tiempo, rindió homenaje a «los niños asesinados en las últimas semanas». Pero muchos israelíes se suman a las críticas contra el gobierno derechista. David Grossman, un escritor y ensayista israelí, señaló hace unos días su perplejidad por el clima de desesperanza que nota entre la población judía más proclive a la convivencia con los vecinos. Dijo que siente «como si se estuviera hablando en nombre de una ley de la naturaleza, un axioma que afirma que entre estos dos pueblos nunca podrá haber paz, que la guerra entre ellos es un decreto divino, y que, en definitiva, todo será siempre malo aquí, nada más que malo».

 

Ingenuos o traidores
En un artículo que dedicó a Ron Pundak, uno de los impulsores de los acuerdos de Oslo de 1993, Grossman lamenta que, para el pensamiento imperante, quien no siga la corriente de respuestas militares cada vez más duras es considerado, en el mejor de los casos, un ingenuo o un soñador iluso, «y en el peor, un traidor que debilita los recursos de Israel, alentando a dejarse seducir por falsas visiones».
Grossman califica como integrante de la izquierda israelí, sector que fue perdiendo influencia desde la llegada al gobierno del derechista Netanyahu. Pero no se puede decir que Yuval Diskin siga ese camino. El hombre fue durante 6 años jefe del Shin Bet, el servicio de inteligencia de las Fuerzas de Defensa de Israel y tuvo a su cargo la misión de ponerle fin a la segunda Intifada Palestina. Por lo tanto, no es un soñador iluso sino un estratega que desde hace tiempo viene reclamando que el gobierno israelí negocie con mayor razonabilidad con el presidente Abbas para llegar a un acuerdo perdurable.
En una de sus últimas publicaciones de su página de Facebook, reproducida por el periodista Ezequiel Kopel, de la Agencia Paco Urondo, Diskin sugiere desconfiar de la realidad que pinta la administración Netanyahu. «Este es el resultado de la política llevada a cabo por el actual gobierno israelí cuya esencia es: “Vamos a asustar al pueblo sobre todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor en el Oriente Medio, vamos a demostrar que no hay interlocutor palestino, vamos a construir más y más asentamientos y crear una realidad que no se puede cambiar, vamos a continuar sin tratar los graves problemas del sector árabe en Israel, vamos a continuar sin resolver las carencias sociales graves en la sociedad israelí”».
En sus palabras, la ilusión no es creer que una paz es posible, sino sostener que «todo se puede resolver con un poco más de fuerza, la ilusión de que los palestinos van a aceptar todo lo que se hace en Cisjordania y que no responderán a pesar de la rabia, de la frustración y del deterioro de la situación económica; la ilusión de que la comunidad internacional no va a imponer sanciones contra nosotros, de que los ciudadanos árabes de Israel finalmente no saldrán a las calles debido a la falta de atención a sus problemas, y que el pueblo israelí continuará, sumiso, aceptando la impotencia de su gobierno para hacer frente las brechas sociales que sus políticas han creado y continúan empeorando mientras la corrupción sigue envenenando todo lo bueno». Es una frase dura para alguien que no es un revolucionario y se enfrentó a los palestinos por años.

 

Malestar creciente
Es que en sectores cada vez más amplios de la sociedad israelí crece el malestar por la situación económica interna y los recortes presupuestarios que afectan a los que menos tienen. También porque la militarización genera resquemor e inseguridad en el hombre común, que ve pocas posibilidades de desarrollar un proyecto de vida en un clima de inseguridad cotidiana. Por otro lado, también se suman voces de rechazo moral a las acciones que los soldados desarrollan en los frentes abiertos dentro de Cisjordania y la propia Gaza.
El psiquiatra israelí Carlo Strenger cuenta en una columna al diario Haaretz –el tribunal donde se están expresado masivamente estas críticas– que le toca atender en su clínica casos de soldados que cuentan los padecimientos por los horrores que viven y que cometen en sus intervenciones. Como especialista en cuestiones psicológicas, pero también como pacifista, el también profesor en la Universidad de Tel Aviv entiende que el miedo de la población a lo que pueda ocurrir en un entorno político enrevesado en el mundo árabe debe ser comprendido no sólo desde el punto de vista de la psicología.
Hay, sostiene Strenger, una responsabilidad de los sectores de izquierda en sostener ideológicamente respuestas adecuadas ante el peligro real y los peligros que el gobierno pueda agregar en el camino. «Con demasiada frecuencia hemos dicho a los israelíes que necesitamos poner fin a la ocupación por el bien del carácter democrático de Israel. Hemos señalado cuán racista Israel se está tornando como resultado de la ocupación, y seguimos advirtiendo que Israel va a terminar siendo un Estado paria si la ocupación no termina». Pero, aclara, «la izquierda ha perdido progresivamente terreno en Israel, ya que no se ha ocupado de estos temores con valentía y claridad suficiente».
Nir Baram es un joven escritor que publica sus reflexiones en un blog que se llama +972, por el prefijo telefónico que corresponde a Israel. Baram señaló que «mientras hacemos duelo por el horrible asesinato de los tres niños israelíes en manos de asesinos despreciables, una vez más se escucha en Israel que en momentos así no hay izquierda y derecha, que estamos todos juntos», algo que rechaza desde la izquierda, para agregar, dramático: «Se ha formado una sociedad violenta y ocupadora en Israel, una sociedad que está en una posición de constante victimización: vemos los resultados ahora y los veremos en los tiempos por venir».
Otra israelí crítica, Amira Hass, explica parte de la situación en Gaza y Palestina usando precisamente el prefijo que les corresponde como país, pero agregando información clave para entender lo que está en juego. «El código separado, +970, es un gesto vacío que queda del período de Oslo. Pero el sistema telefónico palestino es una rama del israelí. Cuando el servicio de inteligencia Shin Bet llama a una casa en Gaza para anunciar que la fuerza aérea va a bombardear, el Shin Bet no tiene que marcar 970». El título del artículo en Haaretz señala un punto contundente: «Gaza no es un Estado independiente». Hass admite que parte de la situación en Palestina tiene que ver con la lucha entre facciones de Hamas y de Al Fatah, que controlan efectivamente Gaza y Cisjordania. Pero «Israel sigue controlando el registro de la población. Cada recién nacido palestino en Gaza o en Cisjordania debe estar registrado en el Ministerio del Interior de Israel (a través de la Coordinación y Administración de Enlace) para poder obtener una tarjeta de identificación a los 16 años. La información escrita en las tarjetas es también en hebreo. ¿Alguna vez has oído hablar de un estado independiente cuya población deba inscribirse en el “vecino” Estado (que ocupa y ataca), o de lo contrario no van a tener los documentos y no existirán oficialmente?».
Eso, sin contar con las consecuencias del bloqueo a Gaza, incluso la provisión de energía eléctrica y agua, y los permisos de pesca en el Mediterráneo y para cultivar la tierra cerca de la frontera. Por eso Hass agrega que los residentes en Gaza deben recurrir a sí mismos para conseguir, por ejemplo, el vital elemento, pero ocurre que «la demanda supera la oferta y no hay exceso de bombeo. El agua de mar se filtra en las aguas subterráneas, al igual que las aguas residuales de tuberías decrépitas. El 95% del agua de Gaza no es potable. Y en base a los acuerdos pasados, Israel vende 5 millones de metros cúbicos de agua a Gaza (una gota en el océano)».

Alberto López Girondo