Una nueva oportunidad

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Fue una firma célebre en los años 80 pero entró en crisis y se declaró en quiebra. Sus trabajadores no se resignaron: se pusieron la fábrica al hombro y, de manera autogestiva, volvieron a producir.

 

Mover los hilos. Acolchados, frazadas, cortinas y manteles llegan desde la cooperativa de Munro a 500 comercios argentinos. (Jorge Aloy)

Alcoyana-Alcoyana» decía Berugo Carámbula en el juego de coincidencias del recordado programa Atrévase a soñar, que el uruguayo conducía a fines de los años 80. En esos momentos, Alcoyana era una de las fábricas textiles más importantes del país y el impresionante predio de 80.000 metros cuadrados que ocupa la planta en Munro estaba en plena ebullición, con más de 800 trabajadores que le daban vida. Ese movimiento se quebró cuando en 2007 la empresa comenzó a despedir obreros y entró en concurso de acreedores. En sus tiempos más prósperos, Alcoyana llegó a tener 3 plantas: Munro, Trelew y Ushuaia. Cuando se vendió la sucursal fueguina, las otras dos plantas empezaron a sufrir intentos de vaciamiento. Después de mucho andar, los operarios de la textil chubutense armaron la cooperativa Nehuén para continuar con la producción, en tanto que los de Buenos Aires debieron transitar un largo trecho hasta llegar a la autogestión. «Los manejos fraudulentos, para que la empresa que había comprado la planta de Usuahia se quedara con todo, se iniciaron cuando el dueño original, que era un hombre muy mayor, se enfermó», explica Walter Sorato, encargado en ese entonces de la tarea de expedición. «Antes nunca habíamos tenido conflictos laborales, siempre nos pagaban a término. Por eso nos sorprendimos cuando despidieron a unas 120 personas. Hicimos paro y se tomó la fábrica por tres días. Después, los gremios fueron a conciliación, pero nunca reincorporaron a los despedidos», recuerda Sorato.

 

En jaque
En 2008, Daniel Dornell, especialista en hilado, era tomado como empleado en la fábrica de Munro, a pesar del estado crítico de la empresa. Pronto se vio afectado por los desmanejos gerenciales que jaquearon la estabilidad productiva y comercial de la empresa textil. «Me tomaron porque mi oficio es el de kardista (manejar el Kardex, máquina que controla la entrada, salida y uso de materias primas en una fábrica) y son pocos los que saben hacerlo. Al principio, estaba muy contento con mi nuevo trabajo, pero enseguida me di cuenta de que algo no andaba bien», cuenta el operario. Sueldos, vacaciones y cargas sociales impagos eran algunas de las deudas que la fábrica mantenía con los empleados. «Nos daban 100 o 200 pesos por semana, a cuenta. Mucha gente renunció porque no podía mantener a su familia. En 2009, el plantel se redujo a 234 trabajadores. Finalmente quedamos unos 140», rememora Sorato.
El 5 de mayo de 2010 se decretó la quiebra de la fábrica bonaerense. Los trabajadores quedaron desamparados, y aún recuerdan que su sindicato no hizo todo lo que ellos esperaban en defensa de los puestos de trabajo. Como en numerosos casos de recuperación de empresas y fábricas, la experiencia y la solidaridad de otros trabajadores que pasaron por el mismo proceso fueron las que impulsaron a los obreros de la planta textil a conformar una cooperativa de trabajo. «Unos días antes de la quiebra definitiva, un compañero, cuando llevaba a su hija al colegio, vio un cartel que decía: “Cooperativa. Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas”. Entonces fue y preguntó de qué se trataba. Lo recibieron muy bien y le explicaron cómo era eso de recuperar una fábrica», dice Sorato. Asesorados por los cooperativistas de Fadip, una metalúrgica recuperada de la zona, y por el abogado Luis Caro, del MNFR, los ex empleados de la firma textil decidieron crear la cooperativa de trabajo Alcoyana. «Como un barco a la deriva, no sabíamos qué hacer, no sabíamos para dónde ir, hasta que decidimos tomar este camino y, gracias a Dios, la pegamos, hicimos lo correcto; por eso estamos trabajando», dice conforme Daniel Dornell, operario y ahora secretario del consejo de administración.
La primera batalla estaba ganada, luego vinieron otras: enfrentar un intento de desalojo, comenzar a transitar los tortuosos laberintos jurídicos, lograr la expropiación del inmueble y las maquinarias, pero, sobre todo, reiniciar la producción. Limpiaron y revisaron los depósitos y allí encontraron materiales que les permitieron continuar la fabricación. También vendieron chatarra y con lo que juntaron compraron materias primas. «Empezamos a producir con dos telares y ahora ya tenemos casi todos los sectores andando, aunque no funcionan al 100%», señala Sorato, elegido en la última asamblea como tesorero de la cooperativa. Invertir todo el dinero que ingresaba en reactivar la fábrica fue la primera estrategia que los cooperativistas implementaron para sostenerse y avanzar. Para esta faena también recibieron el apoyo de distintos sectores de los Estados nacional y provincial.
Una vez normalizada la actividad, la necesidad que suele surgir en las empresas y fábricas recuperadas es la de aprender a gestionar. «Cuando uno pasa a trabajar en el consejo, el cambio es muy grande. Si sólo estás en la máquina, hay muchas cosas de gestión que no comprendés. Por eso tenemos que ocuparnos de que se entienda que todos somos dueños y, por lo tanto, todos somos responsables y beneficiarios de lo que hacemos en la fábrica. No es fácil –concluye Dornell–, pero la estamos luchando y ojalá vayamos para adelante». Actualmente, los 130 asociados de la cooperativa de trabajo Alcoyana confeccionan integralmente acolchados, cortinas, manteles y frazadas, entre otros artículos textiles, que se comercializan en unos 500 comercios minoristas y mayoristas de todo el país.

Silvia Porritelli