26 de octubre de 2017
La nación más monitoreada del planeta en procesos electorales realizó el 15 de octubre comicios regionales para elegir a los 23 gobernadores del país. Es notable que si gana el chavismo, aparecen las dudas y las denuncias de fraude. Pero si gana la oposición, tal cual ocurrió en diciembre de 2015, nada de ello se menciona. Para algunos, como por arte de magia, desaparecen las suspicacias.
En estas elecciones el gobierno chavista se anotó un gran triunfo al obtener 18 de las 23 gobernaciones, aunque perdió algunos Estados muy importantes. Por su parte, la oposición, aunque estaba convencida de que iba a ganar todos los Estados, o la gran mayoría, triunfó en cinco de ellos, algunos también de vital relevancia. Por esta razón, en vez de alegar fraude, algunos de sus referentes y candidatos que perdieron reconocieron la derrota para no quedarse con las manos vacías.
Lo que parece difícil de comprender, en realidad muestra que la política en Venezuela no es lineal y que está en permanente movimiento. La oposición encabezó movilizaciones con el objetivo de derrocar al gobierno y fracasó otra vez en su intento este año. Después de casi cuatro meses de violencia y ante la posibilidad de perder todo control territorial, decidió participar de las elecciones, pero tal vez no evaluó que el cansancio por la violencia no solo afectaba a los adeptos al chavismo, sino que también los afectaba a ellos y, principalmente, a esa gran masa que puede oscilar entre unos y otros dependiendo de la coyuntura. La oposición prometió que doblegaría al gobierno en los comicios y tampoco lo logró. El gobierno aseguró que la elección a la Asamblea Nacional Constituyente encauzaría la crisis hacia la política y eso sucedió, la violencia cesó en las calles. ¿Habrán castigado los votantes a aquellos que desestabilizan el país? Es muy probable.
