Viaje cancionero

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El compositor, cantante y guitarrista escribió un libro de memorias en el que cuenta la historia detrás de grupos como Clap y La Portuaria, pero también se explaya sobre sus años de exilio y formación musical, sus amores y sus influencias. Una vida intensa que toma al rock como banda de sonido.

Diego Frenkel está en el escenario de La Tangente, en pleno corazón de Palermo. Guitarra en mano dice una frase que, sabe, suena algo extraña: «Acá estamos, vamos a presentar en vivo un libro». Sonríe y desanda casi una hora y media de una retrospectiva caliente de su trayectoria musical: Clap, La Portuaria, Belmondo y todo su deambular solista. Lo que se escucha es potente y sugiere que no hay mayor distancia entre su música y los textos que componen A través de las canciones, el libro de relatos autobiográficos que acaba de publicar Editorial Planeta. «Yo diría que es un libro de crónicas», aclara Frenkel, que se presenta el próximo viernes 24 en el teatro Tango Porteño. «Una autobiografía da una cierta idea de cierre. Y me siento lejos de esa idea. Estoy en el medio del camino. Simplemente ordené y puse en palabras un material vivencial que, creo, es muy rico».
Cada capítulo corresponde al título de una canción propia o ajena: «Lucy in the Sky with Diamonds», «Porque yo te amo», «Jugo de tomate», «Stayin’ Alive», «Terra», «Nada es igual» y así, hasta completar 58 capítulos distribuidos en casi 500 páginas. ¿Medio millar de páginas para un libro escrito por un músico? El prejuicio dicta que se podría haber tratado de un material arduo y megalómano o de un mero ejercicio de narcisismo. Sin embargo, lo que logra Frenkel es un lúcido fresco de la Argentina de los últimos 50 años, un memorial, la mirada de un ser urbano modelo 1965. Se lo ve feliz por este debut literario que, a la manera de las Crónicas, de Bob Dylan, son un recorte sesgado de experiencias y viajes. Así como hay una minuciosa búsqueda de precisión en la prosa, en esta entrevista hay una minuciosa búsqueda de las palabras exactas en las respuestas.
–Manejás diferentes registros, de acuerdo a los períodos que comprenden los relatos. No es lo mismo los 60 que los 90. ¿Cuál creés que es, finalmente, la década que te marcó?
–Cada década me dejó una marca diferente. La infancia está signada por los 60, un pedacito corto pero crucial. Como dice el libro, los 60 dejaron una huella importante: fue un momento clave de mi familia. En cinco años, me mudé tres veces de país y tuve sacudones varios: conocí a los Beatles, escuché jazz, descubrí la psicodelia. Pero no creo que haya habido una década que me haya marcado de una manera excluyente.
–Todas dejaron una huella, una cicatriz.
–Exacto. Los 70, por ejemplo, son muy fuertes y duros en mi vida. A partir de 1973, nos exiliamos en Chile, y el retorno a la Argentina fue en el medio de López Rega. Y luego enseguida vinieron la muerte de Perón y la dictadura. El entorno sociopolítico era tremendo. Mi adaptación no fue sencilla. Y a su vez, durante esa preadolescencia, me atravesó el rock and roll. Así como muchos pibes de 11, 12 ahora escuchan AC/DC o Zeppelin, yo me enganché con Eric Clapton, Bob Seger, esas cosas. Los 70 no fueron una década feliz. Esa sensación está descripta en el capítulo 5, «La plaga».
En «La plaga», Frenkel relata su aterrizaje forzoso en la Argentina de las sombras y los Ford Falcon verdes surcando las calles. Y pinta, con una memoria extraordinaria, cómo fue su adaptación en un colegio público de Villa Crespo. Un acontecimiento totalmente vulgar en la vida de cualquier persona, pero, asimismo, paradojalmente, trascendente. El relato de esos años de recreos y conflictos tiene un nivel de detalles y una violencia contenida que parecen salidos de una película de Leonardo Favio. Peleas, camarillas, diálogos escatológicos y una brutalidad típica de ese momento en que se deja de ser niño.
El run run político acompañaba y volvía aún más turbulentas las aguas. Escribe Frenkel: «Perón se murió un día de lluvia y las clases se suspendieron. Yo no estaba muy al tanto de la política argentina. Entendía que los pibes del barrio eran peronistas y que mis abuelos odiaban al General: los católicos por oligarcas, los Frenkel por una extraña mezcla. Mi abuelo decía ser socialista, pero era un comerciante de clase media con casa en Mar del Plata, otra casa en Ortúzar y un local en Chacarita con veinte señoras empleadas, lo que me resultaba algo un poco incoherente».

Hombre esponja
Los años 80 fueron los de la adolescencia y los 90, los de su consolidación como músico. «En los 80 me desarrollé ya fuera del entorno familiar. La recuerdo como una época de nomadismo urbano, de mucho movimiento. Y también como una etapa de definición estética. La mezcla de todo lo que absorbí en esos años devino en el eclecticismo de La Portuaria. Durante los 90, salí al ruedo con la banda y llegué a una mayor cantidad de público que con Clap. Empecé a vivir de la música», cuenta.
–Hay un dolor implícito que trasuntan los primeros años.
–«Lo que no te mata te fortalece», dijo Nietzsche. Honestamente no es que no haya tenido experiencias traumáticas, pero de algún modo esas experiencias me volvieron músico. Hicieron que el arte fuera mi refugio y mi vía de expresión. Hice psicoanálisis, que es un lujo de los neuróticos con cierto poder adquisitivo, indagué diferentes caminos. Todo está ahí, en algunos pocos elementos: la fuerza vital con la que fui criado, el arte como herramienta, los vínculos amorosos, las prácticas del budismo y el yoga.
–Da la sensación de que La Portuaria fue como una gran esponja. Se manifiestan muchos aspectos de tu vida en esas canciones.
–Sí, soy una esponja. Yo pienso que en general los músicos que más o menos se toman en serio su oficio y se dedican al mundo de la canción y del arte tienen muchos intereses, tanto sociales como estéticos. ¿Cómo nutrís tus canciones si no estás conectado con el mundo y con la vida? La mezcla cultural que tengo es, finalmente, mi acervo. La Portuaria es una creación compartida con Christian Basso, y él también es así de algún modo. Tal vez llegó por otros caminos, pero somos músicos formados en la diversidad. Ya desde el principio la banda fue así. El primer disco para mí es un delirio, con zonas muy artificiales, pero tiene dos o tres temas hermosos que marcan de alguna manera el camino.


–¿Zonas artificiales?
–Bueno, las veo así a la distancia. Sobre todo en mi modo de cantar. Por un lado, no tenía técnica y era un poco imitativo. No había encontrado mi manera. Me costó encontrar una voz con la que me sintiera identificado. Mi voz se definió mejor después de Devorador de corazones. Fue fundamental la producción de Andrés Levin: la mirada de afuera es clave. A veces, se soslaya que el trabajo para que una banda suene de determinada manera es en equipo, casi como si fuera cine. En la Argentina cuesta entender eso.
–¿Por qué?
–No lo sé. Pero casi no hubo verdaderos productores artísticos. Alguien que venga y te enseñe cómo cantar, cómo llegar a determinado sonido. Aquí los tiempos de grabación siempre fueron urgentes, con presupuestos muy bajos. Cuando grabé Huija, en Nueva York, en 1995, se me abrió un mundo. También ahí trabajamos con Levin. Es gente que te afirma las convicciones, que te señala los vicios, que combate tu vanidad. Fijate el disco que Nigel Godrich le produjo a Paul McCartney, Chaos and Creation in the Backyard, salvando las distancias, claro. ¡Es el único disco de Paul que me gusta después de los Beatles! El tipo se entregó a Godrich y se nota.

Impulso narrativo
La prosa de A través de las canciones tiene el ritmo de una buena canción de La Portuaria. Mucho tuvo que ver, en el peine fino, el periodista Martín Graziano. Así como Frenkel valora el trabajo del productor discográfico, Graziano cumplió de alguna manera ese rol en cuanto a la narrativa. «Desde el vamos, Diego tenía una idea clarísima del libro que quería hacer», dice Graziano. «La estructura, el tono y un montón de capítulos cerrados. De manera que mi trabajo se limitó a ofrecer perspectiva: alumbrar sitios oscuros o encontrar el hilo que conducía de un evento al siguiente. Como periodista, conocía su carrera, pero no tenía idea sobre su peregrinaje personal: una historia llena de ramificaciones, exilios, idas y vueltas, viajes, períodos de crisis e iluminaciones. Ese laberinto tenía que drenar la historia, no entorpecer su curso. Ahí estaba parte del trabajo. La primera parte, por ejemplo, es el sembrado: ahí tenemos todos sus vaivenes de niño fugitivo y adolescente atravesado por las canciones de Lennon, Spinetta, Caetano, Police, Talking Heads. Ese combo es formativo. Diego, en ese sentido, es un heredero de la contracultura. Cuando empieza a componer, toda su música crece en esa red. Primero, en los tempranos 80, se identifica con la new wave y la ciencia ficción distópica de Brazil o nuestra revista Fierro. Un poco después, el estreno de París, Texas lo impulsa a comprarse una acústica y cerrar el concepto de La Portuaria. Esas cosas, que pueden resultar anecdóticas, son centrales: hacen avanzar su relato íntimo a través de cuñas generacionales».
«Me sorprende haber logrado un libro de tantas páginas», afirma Diego. «Hubiera sido imposible sin la colaboración de Graziano. Me ayudó con la puntuación, con el ordenamiento y con sus constantes devoluciones. Fue muy copado. ¡Ahora me dan ganas de escribir otro libro!».
–¿Ya lo tenés pensado?
–No lo tengo claro. Quedaron historias afuera, que son especialmente viajes. Pienso en crónicas quizá un poco más ficcionalizadas. Vamos a ver. Creo que va a ser un libro mucho más corto.
–¿Tuviste una rutina de trabajo para escribir A través de las canciones?
–Sí. Soy muy «obse». Empecé en el verano. Escribir fue, además, un refugio emocional frente a la coyuntura del país. Estar en un bar, conectado en la escritura, me hizo olvidar en parte el dolor de la gente. No son buenos tiempos.
–¿Pudiste?
–Algo. No fue fácil. No es sencillo desconectarse del entorno. Pero bueno, creo que la vida es una lucha: la felicidad viene tras los logros, el dolor es inherente a la existencia. Yo trabajo para fortalecerme, para que el dolor no haga estragos. También trabajo para adquirir conocimiento, para agradecer, aprovechar y usar lo que tengo a mi disposición. Siempre hay algo que no se termina de alcanzar o que podría ser mejor. No hay que caer en la trampa. La única que queda es la lucha.
–Tenés muy presente la idea de «lucha».
–Es que yo creo, fundamentalmente, que la vida es una lucha continua. Hay quienes gozamos y sufrimos más, hay quienes tienen situaciones más beneficiosas. Hay momentos de oscuridad emocional, de caídas. El libro da cuenta de todo eso, contado de la manera más poética y sugestiva de la que soy capaz. Me hizo muy bien escribirlo.

 

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