Voces en la sala

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Mientras un puñado de películas argentinas logra llenar las salas, muchas otras llegan a un público reducido. Dificultades, alternativas y desafíos para el desarrollo de la producción local.

(Jorge Aloy)

Con el correr de los últimos años, el número de películas argentinas estrenadas aumentó notablemente. Y, entonces, una pregunta se volvió cada vez más pertinente: ¿cuánta gente está yendo a ver todas estas producciones? Leídas en crudo, las cifras se ven contundentes y alarmantes: de un total de más de 320 estrenos de toda procedencia que se habrán lanzado para fines de este año (sin contar recitales y conciertos proyectados en formato digital), alrededor de 130 habrán sido producciones o coproducciones locales. El año pasado, la proporción fue de algo más de un 40% de estrenos nacionales; este año se reduce apenas un poco. Aquel porcentaje, ante el balance final de 2012, despertó un alerta en los sectores interesados –productores, prensa especializada–: sólo un 10% de las entradas vendidas había sido para películas nacionales. Las cifras de este año –provistas por la consultora Ultracine– todavía no están cerradas, pero es probable que el cine local termine representando como mucho un 15%.
Si la película argentina más vista del año pasado, Dos más dos, llevó más del 20% (alrededor de un millón) de los espectadores del cine nacional de la temporada, este año la más vista, que fue Metegol –la superproducción animada de Juan José Campanella– con más de dos millones de espectadores, se habrá quedado con más del 25% del público del cine argentino. Sumada a la asistencia de la segunda en recaudación, Corazón de león –la comedia de Marcos Carnevale con Guillermo Francella y Julieta Díaz, que convocó a casi 1.700.000 espectadores–, dos películas se habrán quedado con más del 50% de la taquilla nacional de 2013. Incluso si la participación de las producciones argentinas en el volumen total se incrementó levemente, la concentración habrá sido mayor: las cuatro películas más vistas –a las dos citadas se suman Tesis sobre un homicidio y Séptimo, ambas con alrededor de un millón de espectadores cada una– se quedaron con cerca de un 70% del público que fue a ver producciones nativas a lo largo de este año. En su balance de 2012, el periodista de Página/12 Horacio Bernades señalaba que las cifras arrojaban como conclusión «de perogrullo» que se producen «cada vez más películas para cada vez menos espectadores». Y acotaba: «Teniendo en cuenta que se trata de una actividad subvencionada por el Estado (como sucede en todos los países del mundo, salvo los Estados Unidos), un cálculo económico elemental aconsejaría repartir el monto total de créditos y subsidios oficiales entre menos comensales. Que se filmen menos películas con mayores valores de producción, para que resulten más atractivas y para que, a la vez, la cantidad de filmes producidos mantenga una correlación algo más lógica con las demandas de mercado».
En la segunda mitad de 2013, se dio además una particularidad: Metegol, Corazón de león y Séptimo se superpusieron en el top 10 de la cartelera local entre ellas, junto con la quinta más vista, Wakolda (de Lucía Puenzo, precandidateada para representar al país en los Oscar, que lleva unas 380.000 entradas vendidas). De esta forma, y por varias semanas, de las 10 películas más vistas en las salas del país, 4 fueron locales. La noticia fue reflejada en su momento en los medios, que en algunos casos llegaron a hablar de un «boom». La cuestión es que, descontextualizados, estos números pueden generar el espejismo de que se trata de un momento especialmente saludable para las producciones argentinas, cuando la realidad es que se trata de una época de gran asistencia general a los cines en el país: el año pasado una película exitosa pero no revolucionaria en términos de la taquilla internacional como La era del hielo 4, marcó un récord local con más de 4.500.000 de espectadores. El problema sigue siendo cómo considerar, más allá del puñado de títulos del millón de espectadores, ese otro centenar de estrenos que no alcanza una difusión siquiera mediana.

 

Grandes y pequeños
Hay un detalle nada menor que debe tenerse en cuenta para sopesar las proporciones antes mencionadas: buena parte de los 130 estrenos argentinos son producciones pequeñas, documentales a veces muy específicos y que, por sus contenidos y condiciones de producción –y porque son programados a veces en sólo una o dos funciones semanales en la sala de algún centro cultural– no aspiran a alcanzar un público masivo. Por lo tanto, no pueden ni deben medirse de igual a igual ya no con los estrenos internacionales y las superproducciones, sino siquiera con producciones más grandes del cine local.
Experimentado documentalista independiente y ex director del Bafici, Andrés Di Tella opina, en charla con Acción, que «no se pone toda la imaginación que se podría poner en pensar una exhibición alternativa. ¡Y es cuestión de vida o muerte para nuestro cine! En mi experiencia al frente del Bafici, comprobé algo que hoy directamente parece utópico, pero que ya en su momento fue sorprendente: que había un público para todo ese cine que no se estrenaba comercialmente. En el festival pudimos ver cómo se llenaban las salas con cosas inesperadas, no sólo de acá, a veces también con una película experimental coreana de tres horas. O sea que había un público para las cosas más impensadas. Y la gente se mataba por ver las nuevas películas argentinas».
Hay que pensar, dice Di Tella, en «crear espacios que sean atractivos para la gente: una sala donde haya buena calidad de proyección, de sonido, que sea un lugar lindo, que haya un bar, una programación, una movida, invitados, ciclos. Y, sobre todo, publicidad y difusión. Se debe pensar la programación, y también entender que esas cifras que maneja el mercado grande, de un millón de espectadores, tal vez no son las que corresponden a ciertos estrenos. Que algunas películas sean vistas por 5.000 personas en un contexto apropiado no es despreciable. No nos olvidemos que muchas de las obras maestras del cine fueron fracasos estrepitosos. ¿No debería haberse hecho El ciudadano de Orson Welles? El problema de la polarización entre tanques millonarios y pequeñas salas de arte es un fenómeno que se está dando en todo el mundo. Yo creo que en el INCAA tienen conciencia del problema, y que lo que deben hacer es subir la apuesta, como han hecho en otras áreas. No quedarse con las viejas recetas, sino imaginar un verdadero circuito alternativo».

 

(Martín Acosta)

Detrás de las cifras
Todos los sectores involucrados parecen coincidir en una cosa: no tiene mucho sentido filmar películas, ni caras ni baratas, ni subsidiadas con fondos estatales ni financiadas enteramente por particulares, que nadie va a ver. Acaso lo que haga falta –a vistas de que la cuota de pantalla que «impone» a los multicines estrenos argentinos no consiguió revertir los magros resultados comerciales–, es generar nuevos canales de exhibición. Algo así existe ya desde la iniciativa de los cines INCAA, con cabeza en la sala INCAA km 0, el tradicional Gaumont de Congreso, que fue comprado por el Instituto de Cine el año pasado y fue reacondicionado y digitalizado. El programador artístico de los espacios INCAA del Interior –una red de 41 salas asociadas–, Pablo Mazzola, asegura que se está trabajando en ese sentido, aunque el avance es lento. «Cuando hablamos con los programadores de estas salas –que en muchos casos son espacios en salas culturales, en ámbitos municipales, asociaciones civiles– a veces sólo quieren la película nacional taquillera. Nuestro trabajo es hacer llegar de todo, es decir, no sólo programar sino sensibilizar a las audiencias, bregar porque la gente sea más receptiva a otras películas más chiquitas, a documentales».
Es una misión, insiste Mazzola, que va mostrando resultados a lo largo del tiempo, y que no habilita una lectura descontextualizada de las cifras de asistencia. «De pronto, que vayan 30 personas a ver determinado documental a una sala de San Martín de los Andes tiene sentido: ocupa lugar una película que de otra manera nunca habría llegado hasta allí. El año pasado, en las salas asociadas al INCAA el cine nacional sumó 120.000 espectadores. No es para despreciar», subraya.
Junto con lo anterior, también se debe considerar el público potencial de una producción argentina pequeña por fuera del limitado circuito de exhibición en cine; es decir, sumar la televisión y otras plataformas. El investigador y programador de cine del Centro Cultural de la Cooperación, Juan Pablo Russo, advierte que «una gran parte de las películas que se estrenan, sobre todo los documentales, que son más que la mitad de las ficciones, se subsidian a cambio de los derechos para la exhibición en INCAA TV, una pantalla importante que muchas veces no es tenida en cuenta cuando se habla de la falta de espectadores. Que una película se exhiba por INCAA TV,  significa que va a llegar a lugares remotos y a una cantidad de personas que tal vez ni siquiera tengan una sala cerca».  «Al hablar de las cifras, siempre se toman los números de complejos o salas de grandes ciudades que no exhiben el cine argentino no comercial que muchos cuestionan», prosigue Russo. «Cuando se pasan las cifras no se incluyen las de los espacios INCAA del interior, ni la mayoría de las salas del circuito alternativo, como es el caso del CCC. Cuando se hizo el balance del año pasado en el programa de radio que conduce Jorge Lanata, se hablaba de la película Clase media como la que había tenido menos espectadores: la empresa encargada de la medición le daba sólo 37. Pero esa película se había estrenado en el CCC. y, en cuatro funciones, convocó más de 300 espectadores. Después pasó al Centro Cultural Borges y por último estuvo en el Arte Cinema, que es donde llevó las 37 personas que figuraban en la taquilla anual. Las cifras que se pasan hoy no miden un montón de espacios alternativos que son donde este tipo de películas funcionan: no resisten una pasada diaria a las dos de la tarde, pero programadas una vez por semana en horario central sí funcionan, y muy bien. Se pueden instalar y hacen que con el boca a boca la gente se entere que están en cartel, porque otro tema es el cada vez menor espacio que se les da en los medios masivos».

 

Término medio
Las cifras sobre las que se han elaborado la mayor parte de los informes sobre asistencia a los cines locales son –como las de este mismo informe– provistas por la consultora Ultracine, que, como sus responsables aclaran, se encarga de relevar el público de las salas comerciales y las del INCAA, que en este caso les provee el propio instituto; por esto es que quedan de lado las de los citados complejos culturales y otros espacios alternativos. Pero si bien es cierto que, atendiendo a Russo y a Mazzola, en estos lugares los números de asistencia son más positivos de lo que han indicado algunos informes periodísticos, sigue pendiente la cuestión de la concentración.
Aportando algo de perspectiva sobre este asunto, un artículo reciente de Diego Batlle en su sitio otroscines.com señala pertinentemente que el tema no es tanto si las películas más chiquitas convocan a 50 espectadores o a 1.000, como que ya no parece haber filmes de término medio en la producción argentina –como Wakolda, Vino para robar, de Winograd, con 170.000 entradas vendidas, o La reconstrucción, de Taratutto, con casi 100.000– que consigan una cantidad competitiva de público en las salas comerciales, quizá más acorde con la inversión que se hace en ellas. Bajo el título «Cine argentino: mucho para pocos, poco para muchos», Battle indica que «el cine argentino modelo 2013 se debate entre algunos éxitos masivos y decenas de títulos que pasan inadvertidos por la cartelera». Y luego señala que «el cisma es tan profundo que ya casi no existe ese cine intermedio que es el que hace verdaderamente sólida una industria. Los primeros filmes de Pablo Trapero, de Lucrecia Martel, de Rodrigo Moreno, de Adrián Caetano o de Daniel Burman –por nombrar a algunos exponentes importantes de lo que se conoció como Nuevo Cine Argentino– lograban convocar a 70.000, 100.000, 130.000 espectadores, pero ya no hay primeras o segundas películas “de arte”, “de autor”, “de riesgo” (cualquiera sea su denominación) capaces de seducir a un segmento de público significativo».

Otra cartelera. El Espacio INCAA Arte
Cinema apuesta por la
diversidad. (Martín Acosta)

La actual política de creciente concentración de los multicines, que estrenan casi exclusivamente producciones de las grandes compañías mundiales, tampoco ayuda en este sentido: en los complejos más fuertes, la situación es particularmente complicada para las producciones nacionales e independientes. Es probable que, de momento, la única iniciativa con potencial que se acerque al reclamo común de un circuito alternativo de exhibición, sea la experiencia colectiva que lleva adelante Emiliano Romero en la red de salas «No sólo en cines» (ver recuadro).
Consultado por Acción, Juan Villegas (director de Sábado y Los suicidas, productor de las recientes Escuela Normal y Villegas, y miembro del Proyecto Cine Independiente), dice: «Siento que hay ciertas películas que tienen un potencial de público para salir del nicho del filme del Bafici, pero que no lo consiguen, a veces porque no lo intentan. Es un problema del sistema, pero no quiero juzgar a los productores, porque entiendo que a veces les juega en contra cierto cansancio a la hora de arriesgar, al ver fracasar a otros. Tenemos que pensar en otras formas de distribución. Algunas películas funcionaron tomando un circuito alternativo, pero todavía son excepciones, como El estudiante. El problema es que, por cada una de estas películas exitosas en términos de público, hay otras 20 que fracasaron. Sin embargo, ese es el camino a explorar, porque no creo que tenga sentido seguir peleando para que las cadenas y los multipantallas estrenen un material que claramente ellos no quieren estrenar. La imposición de una cuota de pantalla nacional no termina de funcionar, y lo que está ocurriendo más recientemente es una polarización: tenemos películas que llevan más de 200.000 espectadores, otras de menos de 10.000, y en el medio, nada».

Éxito. El director Patxi Amezcua, Ricardo Darín y Belén Rueda filmaron Séptimo. (Prensa Séptimo)

De todos modos, afirma, no conviene cuestionar la cantidad de películas que se producen anualmente. «Sigo estando a favor de que se produzcan muchas películas en el país», agrega. «Creo que es saludable, porque incluso si hace falta una política más activa del INCAA para que estas películas se vean, esta abundancia significa que hay mucha gente con ganas de hacer cine». Por su parte, Di Tella coincide: «Estoy convencido de que la cantidad hace a la calidad. La prueba está en que en los últimos 15 años estamos viviendo una era de oro del cine argentino. Nunca hubo tantas películas tan buenas como hoy, ni tanta diversidad. ¡Todas las semanas sale un cineasta interesante de abajo de las piedras! También es cierto que el 90% de las películas que se hacen son muy baratas, que no representan ningún agujero en las cuentas del INCAA. El problema de los números pasa por otro lado».
El tema se vio reavivado meses atrás a partir de un informe de Periodismo para todos (PPT), el programa televisivo de Jorge Lanata, que levantó polémica al exponer crudamente cifras que comparan volumen de producción con resultados (asistencia del público). Poco después Juan José Campanella fue consultado insistentemente sobre la cuestión, y su opinión resultó especialmente interesante, no sólo por su activa labor para la promoción del cine argentino –como productor, director, y presidente de la Academia de cine– sino también por su independencia de opinión respecto de las políticas oficiales. Prueba de esta autonomía es que, poco después de tomar la decisión de retirar a su productora, 100 Bares, de la Cámara Argentina de Productoras Pymes Audiovisuales por no haber sido consultada para la confección y difusión de un comunicado en apoyo a la política cultural del Gobierno y en repudio del informe de PPT, aclaró que está a favor de la ley del Cine: «Tenemos que defenderla y sacarla de la pelea política, porque es de 1994. Hay que aclarar, además, que la plata del cine no se le saca a los hospitales: sale del 10% de la venta de entradas y de la publicidad. Es muy virtuoso el sistema de apoyo al cine y es algo que no hay que perder».

Mariano Kairuz

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