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Volver a la vereda

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Entre la nostalgia y la militancia política, vecinos de distintas localidades del país salen a la calle para recuperar el espacio público. El encuentro con el otro, un antídoto contra el miedo.

 

Colegiales. Ledesma y Cuzzani inventan un escenario en la puerta de su casa. (Alexis Choclin)

Hace tiempo que en las grandes ciudades es difícil encontrarse con bancos en las puertas de las casas o vecinos charlando en la vereda. Salvo en algunos barrios, esa postal es exclusividad de las pequeñas ciudades o pueblos del Interior, donde bancos de cemento, de madera y hasta umbrales y escalones esperan la hora de la tardecita para que cada vecino salga a tomar mate y a chusmear con los demás. Los especialistas lo denominan «socializar». También se sacan sillas, reposeras o banquitos para construir una escena que parece de antaño, tan lejana de la vida urbana actual; una vida de puertas adentro, con agendas abarrotadas de actividades y rejas reforzadas. La gran ciudad y la vereda se llevan mal. Sin embargo, desde 2012, bajo el sugestivo nombre de «veredazo», diversos grupos de vecinos proponen dejar la comodidad del hogar con el objetivo de generar nuevos lazos barriales y ganarle así, según dicen, «al miedo y a la inseguridad». Entre la actitud nostálgica y el activismo político, salir a la vereda –aunque sea para jugar– parece ser la consigna.

 

Vínculo social
El primer veredazo se realizó el 28 de diciembre de 2012 en la localidad bonaerense de Florida, partido de Vicente López. Durante poco más de tres horas, unos 50 vecinos se dieron cita más allá de las puertas de sus casas. «El origen de esta propuesta es una respuesta al hecho de sentir que estamos encerrados por nuestro temor creciente a la violencia y a los robos», alerta Racu Sandoval, uno de los promotores. «En la zona en que vivimos, cada vez hay más miedo y el miedo nos paraliza. Nos hace quedar dentro de casa, no salir, no encontrarnos con los otros, con nuestros vecinos», relata Sandoval, quien junto con Juan Carr, titular de Red Solidaria, es uno de los responsables del impulso que cobró la propuesta en esta zona del Gran Buenos Aires.
Una silla con un corazón rojo ilustraba la minicampaña que encabezó Carlos Comi por las redes sociales. Comi, quien fue diputado nacional por la Coalición Cívica-ARI, replicó la experiencia del veredazo en Rosario, el 31 de enero de 2013, pero con un tinte partidario. «No nos escondamos; no nos encerremos más», proponía. La convocatoria invitaba a los vecinos rosarinos a que se sumaran y se tomaran una fotografía para difundirla por las redes sociales.
En febrero de este año, la esquina de Warnes y Las Heras, en Florida, se llenó nuevamente de vecinos. «El veredazo no es una protesta. Es una propuesta», dijeron los organizadores invitaron, entre murgas, pintadas y juegos callejeros, a «salir del encierro». Hasta el artista Milo Lockett dijo presente en la actividad.
«La convocatoria de los vecinos de Vicente López se basa, en primera instancia, en la preocupación por recuperar el espacio público, por fomentar el encuentro con el otro, reconstruir el vínculo social y mejorar la calidad de vida urbana», considera la antropóloga Ana Gretel Thomasz, investigadora del CONICET. Y entiende que es una práctica que tiende a «fortalecer el tejido social ante la creciente privatización del espacio público y su mercantilización y constituye una propuesta sugerente».

 

Acordeones y ukeleles
Un domingo de marzo de 2011, Laura Ledesma y Marianela Cuzzani salieron a la vereda con un acordeón, un cuatro, la guitarra y un ukelele. Claro que llevaban también sus voces y bajo el nombre de Dúo Vecina traspasaron la puerta de su casa en Colegiales y llevaron su música a vecinos y sorprendidos transeúntes. «Nos decían: “¡Les van a robar todo!”. Otros miraban al pasar y no entendían, otros nos dijeron que les habíamos alegrado el día», recuerdan quienes transformaron su vereda, en el barrio de Colegiales, en un escenario. «Cada vez se nos sumaba más gente y nos daban más ganas; entonces, el ejercicio se hizo hábito: domingo de por medio salimos a tocar», afirman las músicas.
¿Por qué la vereda? «En la vereda porque es el espacio público abierto 24 horas, como eran antes las plazas, pero ahora cierran. El lugar a cielo abierto que es gratuito y queda justo en la puerta de nuestra casa», piensa Laura. «Vecina sale a la vereda porque es lo más cerca que se puede salir», resume por su parte Marianela.
Tocar en la vereda es una particularidad de la línea histórica que recorrió el arte callejero, experiencias artísticas de todo tipo que impactan e intervienen el espacio público. «Lo vemos como el borde exacto entre lo público y lo privado y pensamos que en eso se parece mucho a la música», considera el dúo. «Aprendimos a disfrutar viendo el pronóstico del tiempo, barriendo la vereda, cantando aun con el paso de los autos, escuchando el viento en los árboles, rodeándonos de bicicletas, tocando con protector solar, repelente o pulóver, apostando a pasarla cada vez mejor con todo lo que implica “hacer una vereda” como decimos nosotras», sintetizan.

 

Nostalgias
¿Pero qué encierra una propuesta tan simple como volver a la vereda? «En este tipo de experiencias, apropiarse del espacio público parece constituirse –al menos desde la perspectiva de los involucrados– como un paréntesis en un contexto de miedo urbano, de desconfianza, de incertidumbre» aclara María Florencia Girola, antropóloga social, investigadora de la UBA y del CONICET.
La cara más visible y mediática de la propuesta del veredazo es Juan Carr, titular de la Red Solidaria, quien sostiene que «el mundo genera miedos, pero al mismo tiempo la mayoría de los argentinos ama esto que es encontrarse con la comunidad». Por su parte, Thomasz considera que «el veredazo contemporáneo emprende una lucha contra el encierro, el miedo, la inseguridad y los robos; problemas sociales que no deben ser subestimados y que requieren de soluciones estructurales y de acciones integrales de mediano y largo plazo que contrastan con el carácter aparentemente efímero y unidimensional del veredazo». «Tuvimos en la zona un par de hechos de inseguridad y como respuesta organizamos esto», agrega Carr. «La idea es hablar de comunidad, de barrio y de vereda. El espacio público es comunitario y también podemos estar ahí», resume el titular de la Red Solidaria.
«Porque, justamente, el miedo al otro es una constante en estos tiempos. Y de algún modo influye en estas experiencias urbanas», considera Girola. «Esta reapropiación que proponen los vecinos procura restablecer la urbanidad: es decir, el contacto pacífico/previsible con el otro en el espacio público, un encuentro no mediado por el miedo o la sospecha. Frente a una cotidianeidad que nos encuentra cada vez más encerrados por el temor, con espacios públicos deteriorados o poco utilizados, estas propuestas intentan restaurar la subjetividad a nivel experiencial: sentarse en la calle, hablar con el otro, tomar mate con el otro», señala la especialista.
La calle es el espacio compartido. Gran número de las experiencias políticas y culturales de todos los sectores sociales (desde un piquete hasta un cacerolazo) se llevan a cabo en ese espacio a veces amorfo conocido como lo público. Estas experiencias que proponen en sí «volver a la vereda» se desarrollan en barrios de clase media y añoran tiempos de juegos y disfrute en los barrios. «Nos llevan a pensar en el recuerdo –que tienen muchos habitantes de la ciudad de Buenos Aires– de una cierta edad de oro urbana en la cual los chicos jugaban en la calle, todos los vecinos se conocían y se podía vivir con la puerta de la casa abierta. Se trata de una construcción del pasado algo idealizada desde el presente», aclara Girola.
Desde una perspectiva antropológica, Thomasz registra una importante limitación, «No se trata de reconstruir el tejido social en general, sino el tejido social local. No se fomenta un encuentro con cualquier “otro” –con otro lejano– sino con el “otro” local, cercano, próximo. El veredazo promueve un encuentro con el par o el afín; un acercamiento con un otro cercano, tanto en términos espaciales como de clase».
¿Es posible que desde estas experiencias se generen nuevos lazos sociales? «Los lazos sociales están todo el tiempo en movimiento; se generan nuevos, se deshacen otros, se fortalecen, se debilitan. Estas experiencias propician, por lo menos desde la intención de los convocantes, una recuperación de los vínculos sociales entre vecinos», considera Girola.
Laura, del Dúo Vecina, piensa que «la vereda es un lugar que todos creamos por una necesidad colectiva. Vimos una oportunidad para estar compartiendo con el que vive acá, por más distinto o parecido que sea. Enseguida se sumaron otros vecinos de otros barrios que también quieren habitar su ciudad con placer, tranquilidad, en silencio, con su sillita o su lonita en la mano, su mate, su perro, sus amigos o sus hijos. Hoy pareciera que necesitamos simplemente encontrarnos y estar tranquilos; eso es reparador», sostienen.
Por su parte, Thomasz observa que «más que a generar nuevos lazos sociales o construirlos, el veredazo parece limitarse a activar, visibilizar o actualizar un vínculo social preexistente; un vínculo con los miembros de la comunidad cercana». Y concluye alertando que «el llamado a ocupar la vereda y a encontrarse con el otro es válido, pero no es posible generalizar. Puede significar muchas cosas y no necesariamente va a favor de la integración social, la comunicación y el encuentro entre los diferentes sectores de la ciudadanía. Por el contrario, puede alentar el desarrollo de comportamientos y procesos segregatorios».
Al ser consultado sobre el impacto de la convocatoria, Juan Carr asegura: «Somos 48 familias de esta zona». «Pero –agrega con optimismo– creo que está madurando un veredazo más multitudinario». El tiempo será el encargado de darle la razón.

Mariano Ugarte