6 de septiembre de 2023
Defensora de genocidas, simpatizante de Videla y Etchecolatz, la candidata es mucho más que una figura decorativa en la fórmula de Javier Milei. La invención de un personaje.
Uniformes. Hija y nieta de militares, Villarruel es la fundadora del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas.
Foto: Télam
La provocación de la diputada Victoria Villarruel fue consumada este lunes en la Legislatura con una escalofriante naturalidad. Y el hecho de que ella sea la compañera de fórmula del candidato a presidente más votado en las primarias supo convertir al asunto en una escena distópica, puesto que el «asunto» no fue sino un homenaje explícito a la última dictadura cívico-militar. En tal sentido, cabe destacar que, si bien –para algunos votantes– Javier Milei parece ser a la política lo que el doctor Lotocki es a la cirugía plástica, el verdadero artífice de tal fenómeno es precisamente esa mujer.
No está de más, entonces, reparar en ella.
La sagrada familia
Sin ser tan rústica como la ya olvidada Cecilia Pando, esta abogada de 48 años sobrelleva con empeño su gesta en defensa de los genocidas desde el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTyV), una ONG de su propio cuño. Asimismo, ha publicado dos libros al respecto, además de trajinar programas de TV, tipo Intratables. Esta militancia a favor de lo que ella denomina «memoria completa» le ha brindado una módica celebridad y el aprecio del mismísimo Jorge Rafael Videla, a quien visitaba con frecuencia antes de que él muriera sentado en un inodoro del penal de Marcos Paz. Entre otros criminales bendecidos por su cariño resalta Miguel Etchecolatz y su esbirro favorito, Norberto Cozzani, un violador serial de mujeres cautivas.
Lo cierto es que, pese a estas cuestiones, su debut electoral junto a Milei no provocó demasiado escozor en el espíritu público.
Claro que el origen de su incursión en la política propiamente dicha está ligada con el carácter castrense de su núcleo familiar, el cual, además, formateó todos los aspectos de su cosmovisión.
Cuando ella nació –en 1975– su padre, el coronel Marcelo Villarruel (a) «El Cachucha», formaba parte del «Operativo Independencia» contra el ERP en Tucumán; allí se lo recuerda por sus interrogatorios en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Escuelita de Faimallá. En tanto que su tío, el capitán Ernesto Villarruel, integró la patota del CCD El Vesubio, bajo la órbita del Regimiento III de La Tablada.
Los uniformados de la familia se completan con el contraalmirante Laurio Helvio Destéfani, su abuelo materno, un historiador de la Armada que publicó diez tomos sobre esa fuerza y que, a tal fin, fue enviado un tiempo a España para revisar sus archivos. Allí conoció al oficial franquista Manuel Aznar, padre de quien sería presidente del Gobierno por el Partido Popular (PP), José María Aznar, quien ya en este siglo puso en contacto a la nieta con señeras figuras de la ultraderecha española; entre ellos, Santiago Abascal, quien en 2013 –luego de romper con el PP– fundó Vox, una falange neofascista que ahora tiene 52 representantes parlamentarios, además de haber construido, cinco años después, una suerte de «internacional negra», con fuerte presencia en Uruguay, Colombia y Venezuela. De tal proyecto no fue ajena la Fundación Disenso, otro think tank de Vox nutrido con cuadros de varias naciones.
Pues bien, en el mayor de los sigilos, la buena de Victoria pasó a ser la delegada de Vox en Argentina.
El Club de los Viernes
En este punto entra en escena Javier Ortega Smith, el lugarteniente de Abascal en Vox. A este sujeto se lo vio junto a Villarruel en agosto de 2019, durante su visita a Buenos Aires, al ofrecer en el Círculo Militar una conferencia ante un público que lo aplaudía a rabiar. Así, con aquel sencillo pero emotivo acto, Vox puso un pie en Argentina, al igual que en Paraguay y México, mediante un sello bautizado El Club de los Viernes, cuyo crecimiento se cifraba en la organización de eventos. Desde entonces, los viajes de Villarruel a Madrid se tornaron frecuentes. En aquella ciudad la recibía el mismísimo Abascal, quien tomaba nota de sus logros. El más prometedor fue la captación de Milei.
El economista comenzó a frecuentar El Club de los Viernes. Fue en ese ámbito donde Villarruel puso el ojo en su singular temperamento. Y al poco tiempo, fue convocado para inaugurar allí un ciclo de conferencias ante 500 asistentes.
Su flamante mentora no tardó en presentárselo a Ortega Smith.
–Así que tú eres mi famoso tocayo. Me han hablado mucho de ti –fue la frase del dirigente español, en medio de un cálido apretón de manos.
Al «tocayo» le brillaban sus ojillos verdosos, tal vez al intuir que su vida acababa de dar un vuelco. No se equivocaba.
De modo que Milei, lejos de ser un producto milagroso del rechazo que genera la «casta política», es en realidad una criatura prolijamente amaestrada para deslumbrar al sector más vulnerable del electorado.
Así fue que, siempre con Villarruel a su lado, poco a poco comenzó a ser «la voz de los sin voz» o –como él suele definirse– el hombre que vino a «despertar leones».
En fin, para el asombro de los encuestadores, Milei es el hit político de esta temporada. Tanto es así que se mueve como si ya fuera el presidente electo. Un prodigio de la «batalla cultural».
Y con Villarruel nada menos que de Pigmalión.
El tema es la batalla cultural, donde, claramente, algo falló; impensable que, al cumplir 40 años de democracia, los discursos de estas personas tengan espacio en nuestra sociedad.