Arrogantes, egocéntricos, manipuladores, los psicópatas carecen de empatía y ven a los demás como objetos de los cuales sacar provecho. El trastorno, dicen los especialistas, se está convirtiendo en una verdadera epidemia en las sociedades contemporáneas.
29 de marzo de 2017
(Ilustración: Pablo Blasberg)
Soy como Dios y Dios es como yo», decía Robert De Niro como Max Cady, el inolvidable villano que acosaba a la familia de un abogado que lo llevó a la cárcel, en la remake de la película Cabo de miedo (1991). Seductor y manipulador, el personaje –un psicópata– podía tornarse extremadamente frío y cruel.
Conocidos también como «perversos narcisistas», los psicópatas no son solo los asesinos desalmados de las películas ni se encuentran necesariamente tras las rejas. Circulan por las calles, no matando a diestra y siniestra, pero sí desplegando sus conductas abusivas. Según un reciente estudio de la Universidad de Bond (Australia), por ejemplo, una de cada cinco personas que ocupan cargos directivos tiene rasgos psicopáticos. Al respecto Nathan Brooks, uno de los psicólogos que dirigió el sondeo, subrayó que los jefes psicópatas funcionan como una «influencia tóxica» para el resto de los empleados, ya que «se dedican a sembrar caos y enfrentar a las personas entre sí».
Entre las características de estos individuos se cuenta la falta de empatía, remordimiento y sinceridad; niveles muy elevados de egocentrismo; capacidad de ser encantadores cuando les conviene; maquiavelismo, insensibilidad; cosificación de los otros; códigos propios de comportamiento y desapego de las normas establecidas.
El trastorno comenzó a estudiarse a fines del siglo XVII, si bien fue el alemán J. L. Koch quien, en 1891, usó por primera vez el término «psicopático» como alternativa al de «insanidad moral», que había empleado anteriormente el británico J. C. Pritchard, en alusión a aquellas personas con «déficit en el sentido de decencia y responsabilidad que los individuos normales poseen».
Insanidad moral
En Estados Unidos, casi a mediados del siglo XX, Hervey Cleckley estableció 16 criterios para la personalidad psicopática, como «poseer encanto superficial», «ser poco fiable» y «tener pobreza en las reacciones afectivas». Más tarde, en 1991, el psicólogo penitenciario canadiense Robert Hare –referente número uno del tema en la actualidad–, basado en su experiencia laboral, desde fines de los 60, publicó la Escala Hare, el instrumento más utilizado para evaluar este problema. Según Hare, los psicópatas –seres grandilocuentes y arrogantes–, muestran una «falta general de inhibiciones conductuales y necesidad de poder o control», es decir, la combinación «ideal» para llevar a cabo actos antisociales y criminales. De hecho, representan el 25% de la población carcelaria –y muestran mayores probabilidades de reincidir que otros reclusos–, mientras que el 1% de los habitantes comunes serían psicópatas.
No hay que subestimar a ese 1%, ya que, en palabras de Hare, pueden tener impacto sobre millones de personas. «Fíjese, por ejemplo, en los grandes escándalos financieros, con pérdidas para miles de personas. Detrás hay una mente psicópata», le dijo el especialista al diario español ABC. «En los grandes negocios la psicopatía no es una excepción. ¿Qué tipo de persona cree usted que es capaz de robar a miles de inversores, de arruinarlos aunque después se suiciden? Dirán que lo sienten, pero nunca devolverán el dinero. Es incluso peor que lo que hacen muchos asesinos», agregó.
Además de en las finanzas, los psicópatas campean en la política y la abogacía. Y también abundan entre cirujanos, personalidades de la radio y la TV, periodistas y policías.
¿Un psicópata nace o se hace? «Hay gente que puede nacer con predisposición para ser psicópata y luego lo determinarán las experiencias infantiles, como violencia por parte de los padres, o ver a los padres que son psicópatas, que no tienen conciencia de los demás», explica Juan Cristóbal Tenconi, psicoanalista, psiquiatra y vicepresidente de APSA (Asociación de Psiquiatras Argentinos). Ocurre que estos sujetos «carecen de superyó, o sea, de un juez o censor con respecto al yo, de una instancia moral».
Por lo visto, el juego de los psicópatas es la autogratificación a expensas del otro. En palabras de Hare, «todos toman por lejos mucho más de lo que dan». Y, lamentablemente, «identificarlos no es cosa fácil, no hay patrones, como en el caso de la esquizofrenia. Pasan años antes de identificar a un psicópata… Para ponerlo simple: si no podemos ubicarlos, estamos condenados a ser sus víctimas, como sujetos y como sociedad».
Hace unos meses, aunque sin diagnóstico mediante, la palabra «psicópata» se repitió con insistencia en las redes sociales y las pantallas argentinas, luego de que la guionista Carolina Aguirre narrara en una de sus columnas para el diario La Nación, cómo durante una estadía en Colombia con un novio –que oscilaba entre gestos desmesurados de amor y reacciones inesperadas como encerrarla en su casa toda la noche para que no lo dejara– la amenazó, golpeó y hasta podría haberla matado, si no hubieran llegado los guardias del hotel. A su denuncia le siguieron otras: de la humorista Malena Guinzburg y de una mujer anónima, que dijo que el tipo la «sopapeaba como a una muñeca de trapo».
Según Tenconi, el impacto de relacionarse con un psicópata va a depender mucho de cómo sea la persona, «mientras más “psicopateable”, peor será. No se puede generalizar. Lo que sí sucede es que el psicópata va a intentar manipular al otro, entonces en la medida que uno puede estar en un lugar más manipulable, la va a pasar peor», asegura.
El encanto del erizo
Hace poco se acuñó el término «psicópatas exitosos» para referirse a jefes que demuestran dificultades importantes en el trato interpersonal y afectivo, pero cuya limitación no los llevaría a cometer un crimen. «Es muy difícil tener puestos de poder si no se tiene algún rasgo psicopático. Esto desde siempre, no es una cosa nueva», asegura Tenconi.
De acuerdo con el psicólogo Kevin Dutton, autor del polémico libro La sabiduría de los psicópatas: qué nos pueden enseñar los santos, los espías y los asesinos seriales acerca del éxito (2012) e investigador de la Universidad de Oxford, los psicópatas poseen una serie de rasgos «positivos» que usan a diario: «Son asertivos, no postergan, se focalizan en lo positivo de las situaciones, no se toman las cosas de forma personal, no se autoflagelan cuando las cosas no resultan y, por supuesto, funcionan muy bien bajo presión». También resultan idóneos para encargarse de tareas «odiosas», como despedir al personal.
Por lo visto, el encanto y la cabeza fría de los psicópatas encuentran cada vez más eco en artículos y libros que exaltan sus «cualidades». El propio Dutton afirma que, para que una sociedad sea próspera, necesita una cuota de psicópatas, que calcula en un 10%. Por ejemplo, en tareas como desactivar bombas.
Tenconi refuta esta idea. «Se necesita gente que tenga la capacidad de accionar. Los psicópatas no son necesarios. Creo que no hay que tergiversar el término. La psicopatía es un problema. La sociedad se ha desarrollado a pesar de los psicópatas, no por los psicópatas. No es lo mismo alguien con una personalidad de acción, con empatía, que hace cosas, que se mueve, que es necesario, que un tipo que no tiene registro del otro, de la ley», enfatiza.
No hay que olvidar que estas personas no sufren ni piden ayuda, y ven a los demás como objetos de los cuales aprovecharse. A fin de cuentas, son incapaces de amar.