22 de enero de 2024
Paula y Ramiro fumaban mucho. Unas chispitas de alegría se veían en sus ojos cada vez que abrían una cajita (fumaban box) para enseguida decir:
–Uy mirá… «Fumar produce ataques de asma». ¡Esta es nueva, no la tenemos!
Claro, porque coleccionaban las cajas según los daños que advertían:
«Fumar produce ACV».
«El fumar es dañino para la salud» (genérica y tibia).
«Es causal de cáncer».
«Produce culo de Yoko Ono».
«Fumar causa impotencia sexual».
«Provoca admiración por Maluma».
Y así un montón más.
–Hola… Dame un «Petorutti Box Mentolado». Fijate si hay enfermedades, deformidades nuevas… –solían preguntarle al kiosquero.
–Está esta de «Fumar te puede dejar sin los dos pulmones para cuando tengas que cobrar la jubilación mínima y vas a tener que respirar asistido con un matafuego». Tiene la foto del jubilado con una máscara hecha con una botella de plástico cortada. No se ve el matafuego.
–Uy… ¡esa es difícil de conseguir! –decían Paula y Ramiro entusiasmados. Y seguían coleccionando y fumando. Y negando.
Algunos dolores en el pecho, toses y un escupitajo violeta fosforescente de Paula fue lo que los llevó a una consulta médica.
Las pastillas de la doctora Petete
–Están los dos hechos mierda. No pueden seguir fumando de esa manera. Es claro que niegan lo que dicen las advertencias de los paquetes de cigarrillos. Están negando inconscientemente –les dijo la doctora Petete.
Y entonces les dio unas pastillas de su propia elaboración que se llaman «Pastillas para no negar y ver la realidad de lo que pueden provocar las cosas, by Dra. Petete».
–Uy, tomé la pastilla y ahora me doy cuenta de que yo puedo tener Epoc, sedimentación bucal, infarto y…
–Estas pastillas nos hacen tomar conciencia. ¿Te diste cuenta de que hoy no fumamos mientras comíamos, ni mientras nos duchábamos, ni durante el orgasmo?
–Claro, porque nunca nos gustó esperar el orgasmo para después prendernos un puchito. Estuvo lindo acabar sin tener que esquivar la brasa.
–Tomemos más pastillas, así estamos más conscientes y dejamos de fumar.
Y entonces fueron a lo de la doctora Petete, le compraron más pastillas y se tomaron 70 juntas. De una. Acompañándolas con rabas y un aperitivo Cynar, con las que combinaban bien.
Al otro día
Paula y Ramiro se despertaron. Los dos empezaron viendo lo mismo.
–Mirá el ventilador de techo. Tiene una etiqueta que dice «Puede caer y lastimarlos bastante dado la velocidad de las aspas» –dijo Ramiro.
Paula se levantó. Se miró en el espejo del placard, que tenía su etiqueta de advertencia: «Puede deprimirse si ve en su propio reflejo cosas como que está excedida de peso o más vieja».
Ramiro fue a la cocina. Lo esperaban más advertencias: «Puede calentar mucho el agua y quemarle un huevo si se le vuelca», «Puede electrocutarse si quiere hacerse una tostada en la bañera», «Si al tratar de untarla se le cae un poco en el piso, puede resbalarse, patinar y salir por la ventana, caer en el asfalto y ser atropellado por una camioneta Toyota Hilux manejada por un cheto apurado».
–Paula… estoy viendo advertencias por todos lados –dijo Ramiro.
–Sí… ¡todo es un peligro! ¡Todo me da miedo!
La vida se convirtió en una alarma permanente. De hecho, la vida es una constante amenaza de muerte. El problema es estar consciente todo el tiempo. Ramiro se dio cuenta de algo y se calmó:
–Esto es por las pastillas. El efecto se nos va a pasar. Y vamos a volver a ser felices negando todo.
–Ramiro… Disculpá… Te salió una advertencia en la frente. Dice «Es buen tipo, pero puede decir boludeces». Y ahora tenés otra en el pecho: «Demasiados años de pareja con él pueden provocar aburrimiento».
–Uy, y a vos te apareció una en la mejilla «Se puede poner muy rompepelotas cuando vea que trabajás mucho y no le das bola a ella» –dijo Ramiro.
En su propia vida, o en la que está por fuera de la pareja, siempre hay advertencias. De un lado y del otro, por no ver, por no mirar o por negar, terminamos construyendo una realidad que no suponíamos que íbamos a tener.
De la misma manera que con los cigarrillos, podemos suponer que «esto que está mal puede pasar, pero seguro le va a pasar a otro».
Será cuestión de aceptar, perdonar o tratar de cambiar las cosas. No alcanzarán los placeres que dan la indignación y la queja, esos lujos de la resignación. O lo que nos propone el gran concepto de los últimos años: «Fingir demencia». O sea, negar, que es una de las maneras más tristes de estar contentos.
Y así estuvieron viendo cómo les aparecían y desaparecían advertencias en la cara, en el pecho, en una teta, en el culo, en la nuca, en la panza.
Peligros de desgaste, peleas, infidelidades, desamores, agresiones, abandonos, frustraciones y un montón de cosas que Ramiro o Paula se podían causar entre sí. Hasta que a cada uno le apareció la misma etiqueta en la frente. «Las cosas jodidas de esta persona las puede aceptar, perdonar o por lo menos tener la precaución de cuidarse de ellas. O si no, alejarse». Se quedaron pensando. Un rato. «Amar es arriesgar mientras vas negando un poco», decía aquella cumbia de «Los Heideggers del Ritmo». Entonces decidieron arriesgar y seguir juntos y después llamar a la doctora Petete para que les pase alguna pastilla para negar un poco de vez en cuando, aunque sea.