Al igual que tras la crisis de 2001, pero en una escala menor, el intercambio de productos y servicios vuelve a surgir como una alternativa para sectores que ven disminuida su capacidad de consumo debido a la inflación o el desempleo.
10 de mayo de 2017
Buenos Aires. En la Mutual Sentimiento, junto a la estación Federico Lacroze del ferrocarril Urquiza, funciona uno de los principales nodos. (Facundo Nívolo)
Gracias al trueque, mi hija tuvo todas sus muñecas. Ahora que está grande, cambio las barbies por yerba o comida», comenta Adriana mientras ordena su puesto, una enorme mesa en la que conviven un cinturón, una cartuchera vieja, dos paquetes de fideos y unas rosas de plástico que parecen adornos, pero no. En la mesa de Adriana todo es intercambiable por algo. Y aunque pueda resultar llamativo, esta mujer rubia, de 54 años, cigarrillo en mano, asegura que fue así como salió adelante hace 15 años, cuando tuvo que cerrar un bazar en el barrio porteño de Caballito que funcionaba como negocio familiar. En ese entonces corría la desesperación de 2002 y en esta torre que se levanta al lado de la estación Federico Lacroze del ferrocarril Urquiza, la feria ocupaba tres pisos. Hoy, el enorme salón con percheros dispersos que funciona en la Mutual Sentimiento parece devolver otra realidad. Sin embargo, de a poco, la gente ha comenzado a acercarse nuevamente, y aunque pueda resultar aún temprano para hacer pronósticos, lo cierto es que el trueque está volviendo a convertirse en una respuesta para los sectores que durante el último año han perdido su capacidad de consumo.
En Bahía Blanca, en el Barrio Loma Paraguaya, hace unos meses un grupo de doce vecinos decidió comenzar a reunirse. Hoy ya suman setenta socios, ofrecen cursos de capacitación y esperan poder mudarse a un espacio más grande para contener la demanda de gente. «Hay desocupados, empleados informales, varias amas de casa y jubilados. Muchos de nosotros ya habíamos participado en la experiencia de trueque de 2001. Cada uno brinda lo que puede, desde pan casero y pastas, hasta servicios de plomería o albañilería. La organización es lo más horizontal posible. Esto nos permite conocernos entre los productores y los consumidores, y abrir la confianza entre los vecinos del barrio. Sabemos que no resuelve todos los problemas económicos, pero complementa nuestra economía. Sobre todo nos permite cuidarnos entre nosotros y sentirnos útiles haciendo una actividad productiva, con la esperanza de que la situación económica se revierta», explica José Antonio Pastorutti, uno de los creadores de la iniciativa.
Y no es el único caso. Según información publicada por diversos medios, el año pasado se reabrieron clubes de trueque en diversas localidades. En algunas localidades de la provincia de Buenos Aires funcionan con ferias informales, donde también se venden productos nuevos. Lomas de Zamora, Laferrere, Moreno, y General Alvear son algunos ejemplos. También se han registrado en las provincias del interior del país, entre ellas Córdoba, Chubut y Santa Fe. Por ahora se trata de experiencias pequeñas, aisladas, que parecen funcionar de manera marginal, como salida inmediata para hacer frente a la inflación y al desempleo, muy lejos del fenómeno de 2002 bajo el cual germinó la Red Global de Trueque, un sistema organizado por nodos, con una moneda social no convertible denominada «crédito», que emitían los clubes integrados a la red para evitar los inconvenientes del trueque directo. En ese entonces, de acuerdo con un informe elaborado por el Centro de Estudios Nueva Mayoría, se llegaron a abrir unos 5.000 clubes y más de 2,5 millones de personas se involucraron en la experiencia. Sin embargo, lo que asomaba como una posibilidad de generar una forma alternativa a la economía de mercado, tuvo un alcance frustrado. Según evalúa Rubén Ravera, uno de los creadores y responsables de la red, la masividad que alcanzó terminó impactando negativamente en varios sentidos: «Hasta 2002, el trueque reunía a quienes nos planteábamos otra forma de consumo. Con la crisis de 2001, la gente se empezó a volcar por una situación de pobreza, porque no había disponibilidad de dinero y no podían satisfacer sus necesidades cotidianas». En su opinión, esa visibilidad instaló socialmente al trueque como una práctica directamente asociada con los momentos de crisis, que siempre funciona en los márgenes, con un alto grado de vulnerabilidad.
Estado y mercado
Una de las grandes cuestiones que se plantea entonces es si el trueque debe ser entendido solo como una respuesta a una reducción del poder de compra de la clase media. Esto a su vez también conduce a preguntarse por el rol que el Estado debe asumir frente a este fenómeno y sus posibilidades de ser institucionalizado. Con la explosión de 2002, fueron numerosos los proyectos que desde el Congreso intentaron reglamentar la actividad. Sin embargo, para algunos no eran más que un intento por absorberlas desde el Estado.
Hoy, en la Legislatura de Santa Fe se analiza una iniciativa que busca regularizar la situación de unas 20 ferias en Rosario, a las cuales concurren unas 3.000 familias. Para Ravera, sin embargo, este tipo de medidas no sirven. «Va en contra de la naturaleza del propio Estado alentar formas que compitan con la economía de mercado y que encima han demostrado ser completamente eficientes. Y como es un sistema altamente vulnerable, lo frenan fácilmente judicializándolo», concluye, describiendo un escenario que ya se ha presentado en la provincia de Jujuy en noviembre del año pasado, cuando la policía desalojó una feria de trueque organizada en las afueras de la capital.
En este sentido, la «policialización» del espacio público llevada a cabo por el gobierno nacional no constituiría un factor alentador. A esto se suma un debate aún vigente sobre la conveniencia de que este tipo de iniciativas crezca, sobre todo si surgen no como un planteo alternativo a la economía de mercado, sino como signo de una transferencia brutal del ingreso. No obstante, para muchos se está convirtiendo en una salida, que además sirve como contención social o que, en la definición de Adriana, «no llena la heladera, pero ayuda y hace bien».