20 de marzo de 2024
Las tormentas son cada vez más violentas y causan grandes inundaciones y desastres sociales. El calentamiento global, gatillo de una era de eventos extremos.
Sumergidos. La gran cantidad de agua caída el 12 de marzo convirtió las calles del AMBA en verdaderos ríos.
Foto: NA
La última tormenta que azotó al Área Metropolitana de Buenos Aires sin dudas planteó un escenario caótico. Fueron más de 100 milímetros de agua que cayeron en un solo día y dejaron calles, túneles y vías de tren anegados, y hasta una persona fallecida. Los meteorólogos coinciden en que las tormentas no son un suceso fuera de lo normal para esta época del año, pero sí su intensidad, una característica que reconoce al calentamiento global como gatillo y que significará muy probablemente una continua oscilación entre fenómenos extremos como El Niño y La Niña, cuyo comienzo y fin es difícil de predecir.
En diálogo con Acción, los especialistas remarcan la importancia de los avances científicos respecto de la predictibilidad de los fenómenos meteorológicos, cuya evolución en las últimas décadas resulta «impresionante» y lleva a la posibilidad de realizar pronósticos a diez días con mucha exactitud. Recientemente, además, se develaron los mecanismos por los cuales se forman las tormentas y de dónde proviene la energía que las alimenta, un estudio del que participó un científico argentino y que fue publicado en la revista Science.
No obstante, advierten que se debe trabajar más aún en las alertas meteorológicas desde la comunicación y hacer foco en las políticas gubernamentales de adaptación, empezando por el reconocimiento del cambio climático y la inversión en infraestructura que mitigue los daños.
Anticiparse
«Lo que ocurrió es que en pocos días la lluvia caída fue la equivalente a lo que llueve normalmente en un mes de marzo. Hay que empezar a pensar cómo anticiparse y qué esperar. En los dos últimos informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático ya se señaló que en algunos lugares del planeta está lloviendo más que antes –explica Marisol Osman, climatóloga e investigadora del Centro del Mar y la Atmósfera en el Conicet, Cima, y del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos–. Como científicos vamos trabajando diversos niveles de anticipación, que van desde informar cómo puede ser el próximo otoño, invierno, primavera, verano, en general con un mes de antelación, hasta ir refinando los datos semana a semana; la precisión en el pronóstico va cambiando según el plazo al que se apunta», detalla la científica.
Osman sostiene además que la calidad de la predicción acá y en el mundo ha evolucionado en los últimos 30 años «a niveles muy impresionantes». «Hoy el pronóstico a diez días tiene la misma calidad que tenía hace 20 años para los siguientes tres días –dice–. El avance en las herramientas de procesamiento y observación de la atmósfera han permitido que esa calidad mejore considerablemente».
Claro que, más allá de los avances científicos y del muy buen nivel local, el pronóstico no deja de ser un mensaje que deberá ser trabajado tanto desde la emisión como desde la recepción. «El Servicio Meteorológico Nacional tiene múltiples canales en donde comunica sus alertas –dice la investigadora– que funcionan muy bien: la web, redes sociales, alertas por regiones y una app muy buena donde se pueden activar las notificaciones para cada ciudad. Hay que seguir trabajando para que el mensaje sea apropiado para la población y a su vez es importante que la gente lo siga, lo respete y no lo subestime», asegura Osman.
Inherentemente caótica
Uno de los primeros conceptos que Pablo Mininni, investigador del Conicet en el Instituto de Física Interdisciplinaria y Aplicada (Infina, Conicet-UBA) deja en claro en una charla con Acción es que «la atmósfera es inherentemente caótica» y que un pequeño cambio hoy puede generar un gran cambio mañana o en cuatro días y eso hace que el pronóstico sea difícil, pero no imposible.
Temporal. Los fuertes vientos provocan la caída de árboles, con el riesgo que esto implica.
Foto: NA
«Desde 1950 hay una pregunta pendiente: cómo se forman y de dónde proviene la energía de las estructuras que vemos más normalmente, como las tormentas, que suelen tener un tamaño de entre 100 y 400 kilómetros. Sabemos que no hay un mecanismo que les otorgue energía en forma directa a esas estructuras. Hay dos formas de enfocar el problema: usualmente se piensa en un mecanismo posible como si fuera una taza de café que cuando se la revuelve genera un gran remolino y luego se ven remolinos más chiquitos –explica Mininni–. Naturalmente, se piensa que la atmósfera genera estructuras más chicas a partir de movimientos del viento en escalas planetarias, muy grandes, en forma similar al de la taza de café. Pero hay otro mecanismo posible, que se podría graficar como el de las mariposas, esto es, pensar que un montón de mariposas muy pequeñas se pongan de acuerdo, aleteen y generen una estructura muy grande, algo que parece muy antiintuitivo, pero que físicamente podría ocurrir», dice el científico.
Y luego continúa: «Entonces, puede pasar que un montón de movimientos muy desordenados de la atmósfera espontáneamente se ordenen y generen una estructura con mucha energía, mucho más grande. Con la investigación mostramos que esto efectivamente es posible», explica Mininni quien indicó, además, que para realizar el descubrimiento –junto a pares de la Universidad de Rostock, en Alemania; de la Universidad de Lyon, en Francia; y de otras instituciones– desarrollaron un software y utilizaron una supercomputadora durante un año.
Ahora bien, ¿cuál es el correlato de ese hallazgo en la vida cotidiana? Según refiere el investigador argentino, «los resultados de nuestro trabajo pueden cambiar la forma en la cual se estima el error en el pronóstico y por lo tanto se puedan mejorar los cálculos».
«Si ahora se considera, tal como mostramos en nuestro trabajo, que la información y los mecanismos por los cuales pequeños movimientos atmosféricos pueden organizarse de modo tal de generar un tornado o una tormenta, la calidad de los pronósticos podrá mejorar –dice Mininni–. Asimismo, la hipótesis que demostramos es una variable para considerar a la hora de estudiar y comprender mejor las variaciones de temperatura de la Tierra asociadas al cambio climático», explica.
Adaptación
Pensar en adaptarse al cambio climático o reducir daños, sin dudas, además de voluntad, requiere inversión. Por estos días, intendentes del Conurbano y miembros de la Legislatura provincial salieron a la búsqueda de financiamiento internacional que les permita hacer obras en el territorio, como la creación del Comité de la Cuenca Hídrica Arroyo San Francisco – Las Piedras que podrá costear la puesta en marcha de desarrollos pluviales en cinco comunas. Todo frente al recorte de la obra pública dispuesta por el Gobierno.
Para Vicente Barros, doctor en Ciencias Meteorológicas, investigador superior del Conicet y autor del libro De cautivos a señores del clima. Historia y cambio climático, más y mejor comunicación e investigación son puntos a favor, no obstante, los seres humanos «deberíamos empezar a acostumbrarnos» a estos fenómenos climáticos extremos, porque hay dos problemas graves que pueden producirse por el calentamiento global: las tormentas severas con mayor frecuencia e intensidad, y las olas de calor.
«Hay que actualizar formas de construcción, la gente debería tener más precauciones sobre dónde poner la casa y, si está en un lugar bajo, adaptarla –explica el científico–. También es importante la planificación de obras hidrológicas; se sigue construyendo para el clima del pasado, ahora tenemos un nuevo clima. De todos modos, para tomar la iniciativa, primero hay que creer en el cambio climático», advierte. Según Barros, a este ciclo de El niño, seguiría un ciclo primero neutro y eventualmente puede repetirse un Niño o venir La Niña.
«Lo que no podemos afirmar es que el efecto de La Niña sea una sequía como la que tuvimos, que fue excepcional. Lo que hay que saber además es que El Niño frecuentemente era más intenso en el nordeste: Misiones, Corrientes, Chaco –sostiene Barros–. También el efecto de La Niña, cuando ocurre lo contrario, y ahora, por el cambio climático, todos los fenómenos tienden a desplazarse. Tenemos un anticiclón en el Océano Atlántico, otro en el Pacífico, y los dos se están desplazando hacia el Sur. También se desplazan todos los fenómenos hacia el sur, entonces en los últimos tiempos tanto La Niña como El Niño afectaron y afectarán más la zona del centro del país», vaticina.