25 de julio de 2024
Más allá de la polémica con la selección argentina, el abogado y referente del colectivo Identidad Marrón profundiza sobre las distintas formas de discriminación que operan nuestro país.
Desde hace cuatro años, el colectivo Identidad Marrón (IM) busca desnudar el racismo naturalizado, negado y hasta inadvertido que subyace en la sociedad argentina y que se traduce muchas veces en consecuencias trágicas como el gatillo fácil o los asesinatos por odio racial. En una charla con Acción, uno de sus referentes, Alejandro Mamani, opina sobre los cánticos de la selección argentina que generaron polémica, pero desde un eje de debate más complejo, como es la supervivencia de los racializados desde la excepcionalidad, en sociedades que prefieren «lo blanco» y que hipócritamente se conforman con discursos políticamente correctos para solapar una discriminación histórica hacia los marrones y descendientes de pueblos originarios.
–¿Qué opina sobre lo ocurrido con los cánticos de la selección?
–A nivel local el debate es complejo, el racismo no es una definición que sale de un lugar y se expande al mundo, sino que tiene ciertas particularidades que responden a determinadas historias y contextos. Los medios de comunicación, particularmente latinoamericanos, cuando sucede algo afuera retoman el tema y debaten, también las ONG de derechos humanos. La canción no es nueva, es del mundial anterior, fue muy famosa, hubo críticas en ese momento, quizás lo diferente es la denuncia de la Federación del Fútbol Francés ante la FIFA. Acá hay dos líneas de trabajo: si es racista o no, esto es analizable e interesante, pero complejo. Y está el problema de la cuestión política, estructural e internacional. Hablamos de países europeos donde la legislación sobre migración es súper complicada, donde las costas de sus mares están llenas de gente muerta, esto se ve con las pateras (embarcaciones pequeñas que se usan para transportar inmigrantes de forma ilegal); entonces, respecto de los países latinoamericanos, que tienen políticas de migración muy abiertas, se plantea una complejidad mayor aún.
«Los racializados, para poder existir en contextos sociales tienen que demostrar una superioridad en términos de excepcionalidad.»
–¿Cuál sería el debate más de fondo?
–Me parece más interesante la discusión que puede generar, dentro de la Eurocopa, el jugador Lamine Yamal, hijo de moros, con el racismo que hay en España. Los racializados, para poder existir en contextos sociales tienen que demostrar una superioridad en términos de excepcionalidad; esto que le sucede a este jugador también le ocurre a los jugadores afrodescendientes en Francia y a los de la selección argentina. Si Enzo Fernández no hubiese jugado al fútbol, posiblemente, la gente (al verlo) se hubiese cruzado de vereda, como le habría pasado al Diego (Maradona) o al Kun (Agüero), personas con un fenotipo que, de no ser una excepción en el lugar, hubiesen estado condenadas a las reglas clásicas del juego en nuestros contextos sociales.
–¿Se repiten acciones que ni siquiera se cuestionan, como esta canción?
–Tenemos una naturalización del racismo súper institucionalizada en la Argentina. Recién decía esto del debate que hacen sobre el tema las ONG, ahora me pregunto cuántas personas marrones hay en el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), en Amnistía Internacional o en ACIJ (Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia), cuántas personas marrones han ocupado cargos de poder en estos lugares, y que son lugares que aprecio un montón, tengo colegas que trabajan allí, son organizaciones muy valiosas que hacen a la defensa de los derechos humanos. Ahora, nuestro nivel tan grande de segmentación racial nos impide ver que los lugares cómodos, socialmente hablando, están llenos de personas blancas, ahí tenemos un problema complejo.
–¿Qué opina sobre la defensa de la vicepresidenta, Victoria Villarruel, sobre los jugadores?
–Creo que su línea editorial es bastante acorde a una lectura mercadotécnica de las redes sociales, de internet, es una respuesta esperada en términos nacionalistas. Ahora, es hipernacionalista y te habla de la selección argentina y de los que somos, y coincido en esto de que somos «una gran nación», pero fundada en grandes mierdas, claro, como todas las naciones latinoamericanas, donde tenemos una historia tapada, donde tenemos la masacre de Napalpí. El tema es que después te habilitan a que las mineras paguen un mínimo de impuestos y se lleven todo; es un nacionalismo pour la galerie. Volviendo a la selección, el racismo no es todo lo mismo. Trabajo en «negro» no es lo mismo que los jugadores cantando como un grupo de secundaria en un viaje de egresados, que tienen responsabilidades, por supuesto, y está bien que se haya visibilizado, porque si no, parece que no está pasando, pero el racismo tiene diferentes grados: el racismo de las fuerzas policiales me parece más complejo que el del lenguaje, no digo que no esté intercalado, pero el castigo no puede ser el mismo.
–¿Negamos el racismo por tener la mirada de lo que ocurre en países como Estados Unidos?
–Argentina históricamente niega el racismo, porque somos un país muy abierto en términos de legislación migratoria, de integración, de educación pública y demás, no solo Argentina, sino desde México hasta acá la negación está presente, pensamos que como las muertes no son como lo que Netflix o Hollywood nos puede llegar a mostrar, el racismo no existe. Tenemos múltiples casos de violencia institucional, a las mismas ONG de derechos humanos les cuesta hablar de esto, decir que el gatillo fácil tiene una cuestión de crimen racial; nos cuesta ver en nuestro lugar lo que ocurre.
–¿Se agudizó esta cuestión con el actual Gobierno?
–En estos momentos, hablando de la actual gestión, podría decirte que se cerró el Inadi, que se cambió el nombre del Salón de las Mujeres (en Casa de Gobierno), el de Pueblos Originarios, está la aplicación de políticas punitorias que van a terminar cayendo sobre cuerpos marrones, la baja de la edad de imputabilidad, que se puede relacionar con el racismo además, pero también en la anterior gestión, la más progresista de toda la historia argentina, la directora del Inadi tenía a su empleada doméstica «en negro» y lo digo así porque me parece más complejo el acto de tener a una persona en situación irregular y ofrecerle un plan para que renuncie, que el enunciado. A esa mujer boliviana, mayor de 60 años, migrante con ascendente indígena, que no se percibía indígena ni marrón seguramente, que no tuvo acceso a la educación, no le importa tanto si Alejandro Mamani o la dirección del Inadi señala que decir trabajo en «negro» está mal o bien, le interesa su aporte y que respeten sus derechos laborales básicos. Ahí está la negación de la posibilidad de que exista el racismo en nuestro país.
–¿Y qué consecuencias va teniendo este racismo negado en lo cotidiano?
–El racismo se expande a lugares que asumimos muy permeables, como el mundo de las ciencias, porque permea toda la estructura, desde el acceso a un buen trabajo hasta el concepto de la buena presencia o el debido proceso, porque un juez si ve a un par posiblemente sienta mayor empatía. Tenemos que preguntarnos, por ejemplo, por qué casos como el de Nahir Galarza o los rugbiers, sujetos que por sentencia judicial son culpables, generan empatía o incluso hay quienes sienten que (los acusados) están perdiendo oportunidades por un «error que cometieron», y la realidad es que la sociedad está llena de esta gente. Algo similar ocurrió con la última marcha, cuando privaron de su libertad a compañeros que fueron a militar en la Plaza y nos pusimos a pensar en lo tortuosa que son las prisiones y que están injustamente privados de su libertad porque no tienen sentencia y hay un proceso que corre; ahora, esto le pasa al 50% de la población carcelaria desde hace años; la empatía se plantea desde los pares o desde la excepción.
«Argentina, históricamente, niega el racismo, porque somos un país muy abierto en cuanto a migración, de integración; nos cuesta ver en nuestro lugar lo que ocurre.»
–¿Qué espacios sociales parecen estar asignados solo a personas blancas?
–La gran mayoría. El Poder Judicial, las ONG, lugares técnicos, los de la escritura, la literatura, la televisión, los medios audiovisuales; tenemos que preguntarnos por qué tanta gente blanca. Uno de los pocos lugares donde hablar de racismo es complejo es en el fútbol, más allá de que es una cultura sumamente racista y machista, es donde puedo ver caras de indios dando vuelta: el Burrito Ortega, El Diego, el Chiqui Tapia, el Kun Agüero, Tevez. En este lugar, el racismo cobra otras dimensiones y formatos. El plantel de River con el Burrito Ortega me parece mucho más diverso que los staff de las cinco ONG de derechos humanos más grandes de Argentina.
–A partir de la formación del colectivo IM, ¿cómo construyen hoy su identidad marrón las nuevas generaciones?
–Son los sujetos los que tienen que entrar en la dinámica de cuestionamiento, ver qué futuro y lugares quieren para ellos y las personas que quieren, esto es: la previsión social para sus padres, los niveles de salud pública que son nefastos para la gente pobre, lo mismo que la educación pública, la real, no la del Colegio Nacional de Buenos Aires o el Pellegrini, sino la de los barrios en Salta, Jujuy, en Chaco. En esos lugares Identidad Marrón es una intención de hablar cómo nos afecta el racismo y qué podemos hacer, lo que conseguimos es mínimo hasta acá comparado con lo que se debe poner en debate, con proyección hacia el futuro y de reparación del pasado, porque la «buena gente» con hijos «buenos y amables» que hicieron maestrías en Género, también tuvieron a su empleada doméstica lavándoles la ropa 40 años sin ningún aporte jubilatorio, allí también se debe plantear el debate, ser más que un posteo de Instagram, además, hacerlo desde una perspectiva local; la lucha es diaria y colectiva.