29 de agosto de 2024
La nueva novela del escritor chileno pinta el romance de dos jóvenes estudiantes, Clemente y Tomás, en plena dictadura de Pinochet, con el pop de los 80 como banda sonora.
Después de ocho años, Alberto Fuguet ha publicado una nueva novela, Ciertos chicos, ambientada en 1986 durante la dictadura de Augusto Pinochet. Con dos jóvenes protagonistas excéntricos que se resisten a ser «los hijos del régimen», la historia sigue a Tomás Mena y Clemente Fabres, quienes intentan escapar de una sociedad opresiva mediante la música, los libros y el mundillo under. Ambos son universitarios: uno empieza la carrera de Letras, el otro está por terminar Periodismo, en un Santiago de Chile conservador y sofocante. Circulan por fiestas, disquerías y bares, pero no pertenecen del todo a ningún ámbito.
Fuguet ofrece nuevamente una obra que funciona como registro histórico y como expresión de rebeldía amorosa. «Yo sentí que me fui en una máquina del tiempo a los 80, y la trampa que tiene la novela es que elijo a gente que terminó llegando al futuro: Clemente y Tomás son un poco guerrilleros del futuro. O incluso podrían ser actores que se disfrazaron y se fueron para allá. El sentido es que, cuando la gente dice que el cine de Steven Spielberg es reaccionario y pro-Reagan, o que Stephen King va a ser recordado como un escritor de poca monta, que no tiene ninguna importancia en la cultura y que solo vende, Clemente y Tomás no están de acuerdo: ellos saben que no es así», revela con una entonación disonante que añade dramatismo a su relato.
«El contexto de Ciertos chicos es una celebración del pop, no solo como homenaje, no solo como goce musical, sino también como una opción política.»
Tratado como un coming-of-age, este trabajo del autor chileno criado en California hasta los once años establece un vínculo evidente con el resto de su obra. «Me di cuenta de que tiene algo de mi primera novela, Mala onda, y que yo le puse así a una biblia que escribí entre medio del libro, donde fui ordenando todas mis obras, porque me di cuenta de que estaba escribiendo de mí, pero también de todas mis obras y estaba creando personajes nuevos. Y me di cuenta de que todos mis libros podrían haberse titulado Ciertos chicos. Es decir, Mala onda perfectamente podría haber llamado Ciertos chicos. Mala onda es sobre un chico heterosexual perdido, confundido y sensible. Hetero sensible es una categoría que creo que va a ir surgiendo a través de mi obra», afirma.
–La introducción de la música pop en Ciertos chicos es celebratoria en un momento en el que era subestimada. ¿Lo pensaste de esa manera?
–Sí, sí. El contexto de Ciertos chicos es una celebración del pop, no solo como homenaje, no solo como goce estético y musical, sino también como una opción política, en el sentido de que aquí no voy a contar sobre un grupo terrorista o sobre un grupo de gente que cree que son activistas políticos, sino que voy a enfocarme en un grupo de chicos que usan el pop como subversión y que creen que la música puede mover cambios, derrumbar muros y cambiar… ¡salvar al mundo! Todo lo relacionado al pop siempre está totalmente desmerecido. El libro es también un homenaje a la gente que estudia periodismo y a la radio.
–Las disquerías son el escape del ambiente represivo que viven los protagonistas.
–Ocupan un lugar mucho más divertido y sagrado acaso que las librerías, porque las librerías aún, hasta hace poco, eran lugares donde no cualquiera podía entrar o había que estar vestido de cierta manera o, básicamente, uno no podía comprar cualquier cosa. Recuerdo librerías en las que te preguntaban: «¿Qué libro buscas? No lo vendo, no me interesa, yo solo vendo premios Nobel». Siempre el mundo se está cayendo a pedazos, ¿no? Pero es bueno sentir que hay un lugar seguro y yo creo que los libros también lo son, cada vez más gente lo entiende así y por eso las librerías hoy también son espacios seguros y divertidos y no solo refugios de la alta cultura, se parecen un poco a las disquerías, a los cines y a la radio.
–La trova cubana surge como la némesis de la música que adoran los personajes.
–Por supuesto, pero hay temas maravillosos de la trova cubana. A mí no me vuelve loco la trova cubana, pero probablemente tiene canciones que están mejor compuestas que las de los Pet Shop Boys. Igual los Pet Shop Boys son brillantes. Había cosas tecno que hoy probablemente no tendrían lugar. O sea, hoy a un grupo como Devo no lo dejarían tocar en la tele. Devo es tan extraño que no se sabe de qué de qué época es. ¡Devo viene de Júpiter! Sobre todo ocurría en MTV, que para mí es como Google. Como había que llenar tanto espacio, los siete cantantes famosos estaban en el canal, pero también había que llenar muchas horas de programación. Entonces la vanguardia tuvo acceso.
–¿Dónde está la vanguardia hoy?
–Debe estar donde a lo mejor le corresponde: escondida, sin que nadie la lastime, sin que nadie la quiera. Y haciendo la labor que hace, que es como adelantar las cosas.
–¿Ciertos chicos es una novela pop?
–Por algo el libro parte con el epígrafe de la película Suban el volumen y no con la cita de un gran poeta centroamericano.
–¿Cómo integrás la música en el proceso de escritura? ¿Armas una historia a partir de las canciones?
–Todas las vidas humanas tienen banda sonora, lo noten o no. Incluso gente que a lo mejor nunca le prestó mucha atención o que ni siquiera tiene cuentas en Spotify, pero dice: «¿Frank Sinatra? Me acuerdo cuando salí con mi marido». Cada uno tiene sus recuerdos musicales. La música es tan rara porque puedes recordar desde un entierro a un casamiento. Por lo tanto, si uno está escribiendo de la vida debería tener banda sonora. Obviamente en las películas es mucho más claro, porque se escucha. Es más, una vez hicieron la banda sonora de Mala onda y la playlist tenía más de 20 temas. Donna Summer, por ejemplo, mucha música disco.
«Los límites que definen un gesto de apropiación cultural, una acción racista o una transgresión de la corrección política se vuelven cada vez más difusos.»
–¿Y en Ciertos chicos cómo llegó?
–Apareció naturalmente. Por ejemplo, cuando Tomás se encuentra por fin con Clemente, yo sabía que tenía que sonar «I Melt with You», de Modern English. Simplemente porque dos semanas antes la había escuchado y me había parecido extremadamente romántica. También porque las letras pop dicen cosas que ningún ser humano en su sano juicio diría literalmente. Tú no le puedes decir a alguien «me quiero fundir contigo». O te dan una bofetada o lo arruinas todo. Pero en las canciones tú sí puedes decir «te echo de menos», «tú eres muy importante para mí», «el mundo se va a acabar», «nadie me quiere», «los viejos vinagres».
–El libro plantea el tema de la diversidad.
–Los límites que definen un gesto de apropiación cultural, una acción racista o una leve transgresión de la corrección política se vuelven cada vez más difusos. Desde que se discute de política y se debate por las redes sociales vivimos en una realidad virtual paradójica, donde la incitación al odio, la intimidación, la violencia verbal están más naturalizadas que nunca. A la vez, nunca ha sido tan difícil crear y dialogar en el mundo real por miedo a esas reacciones. Esto, por supuesto, genera autocensura. Se necesita tener mucha confianza en uno mismo, incluso valor, para atreverse a escribir un libro, una obra de teatro o filmar una película sobre ciertos temas como la religión o la identidad. El autor tiene que preguntarse si su identidad se corresponde a la de su protagonista, si no se lo va a acusar de apropiación cultural o de blasfemia. Hay libros que no se publicarán nunca y, además, también se destruyen obras clásicas. Muchas universidades estadounidenses retiran obras maestras de sus clases de literatura por miedo a ofender a sus estudiantes, que exigen que se les avise con una advertencia para poder retirarse de la clase si hay pasajes violentos en el texto. Hasta un mínimo gesto se puede volver algo provocador.
–Es interesante el anacronismo de la portada en relación con la historia: dos hombres compartiendo un auricular en el subte se ve más acorde al presente.
–Sin duda. Ninguna persona en su sano juicio lo hubiera hecho, porque también había que protegerse. En la época en la que está situada la novela, iba a terminar en una escena de rechazo a no ser que ya estuvieras muy drogado. Y sin embargo, en este momento, eso es absolutamente natural. Es más, las multinacionales auspician Pride o cosas así. En Bogotá, la marcha del orgullo gay lo auspicia Banco Santander. El mundo siempre se cae a pedazos, pero también se va alentando el cambio por otro lado. Esto puede sonar un poco extraño, pero el que cree que la diversidad es apreciada por todo el mundo está loco. Hoy, para cierta intelectualidad, la diversidad está bien vista. En cambio, la heterosexualidad ahora está usada como un insulto.
«El otro día un tipo en una tele chilena, que yo sé quién es, un librero que me parece muy dinosaurio, no le gustó el libro y dijo que era “muy hetero”.»
–¿Cómo es eso?
–El otro día un tipo en una televisión chilena, que yo sé perfectamente quién es, un librero que me parece muy dinosaurio, no le gustó el libro y dijo que era «muy hetero». Nunca había escuchado eso como un insulto. Y a mí, que tengo muchos amigos heteros y que en una época no fui hetero pero trataba de serlo, me pareció muy duro y muy imbécil y muy pelotudo. A mí me preocupan a veces mis alumnos heteros que se sienten totalmente aislados, rechazados y que no tienen una historia que contar y no tienen un lugar seguro donde ser acogidos. Y yo les digo: «¡No es culpa suya ser hetero!».
–Bienvenidos al mundo.
–Sí, dicho eso, claro, bienvenidos al mundo. Ya la tuvieron fácil, pero yo no. Hay un libro que está vendiendo mucho que es La generación ansiosa, de Jonathan Haidt, que desvela las causas del colapso psicológico de la generación Z. Yo no soy un intelectual, soy un escritor. De vez en cuando, dicto clases de literatura creativa en la Universidad Diego Portales de Santiago. Obviamente hay muchas cosas que han avanzado, pero como en todos los extremismos se vuelven locos. Lo que tengo claro es que yo no escribo tendiendo a no ofender. Si ofendo, ofendo. Yo no tengo la posibilidad o a lo mejor la inteligencia para ver qué es lo que no puedo escribir. Hay libros que dicen «ojo, que si tú sigues leyendo este libro te puede ofender y puedes quedar en shock», algo así. Ahora, yo entiendo que para mucha gente es algo muy importante, es como la grasa en los alimentos. Pero soy de otra generación: puedo estar equivocado, puedo estar ya hecho un viejo, pero yo leo justamente para ser ofendido.