13 de junio de 2025
Acaba de publicar Extranjera, en la que reconstruye la historia de su abuela a través de la ficción. El camino que lo llevó de las telenovelas al cine, el teatro y la literatura.

Gonzalo Heredia dice que no sabe qué es. «Soy esto, soy lo otro, soy actor, soy escritor, soy dramaturgo. No tengo idea y no me importa, tampoco», retruca. Sentado en un restaurante en San Isidro que hace las veces de refugio un lluvioso lunes por la tarde, conversa acerca de sus múltiples facetas.
Acaba de publicar, por el sello Lumen, Extranjera, su tercera novela. Allí explora la vida de dos mujeres, Emma y Eleonora, que se narran al mismo tiempo. La primera, una inmigrante siria que se construye a sí misma con la memoria de su tierra natal siempre presente. La segunda, una joven madre separada que lidia con el alcoholismo e intenta responder preguntas existenciales. «El proceso empezó hace unos cinco años, a mitad de 2020, en plena pandemia. Tenía ganas de meterme con la familia. Hacer como una especie de disección», revela.
«Cuando empiezo a escribir un texto, siempre hay como una pregunta que está dando vueltas. Muchas veces lo sé y muchas veces no, pero sé que está.»
Hace poco también escribió y lanzó su primera obra teatral (Cómo provocar un incendio), y lanzó un ciclo de diálogos con escritores llamado Entre libros, por el canal de streaming Blender, en donde entrevistó a Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Leila Guerriero y Fabián Casas, entre otros. El presente lo encuentra preparando la adaptación de una película de ciencia ficción (Coherence) al teatro y de gira con otra obra (La mentira).
Entre pantallas, escenarios y libros, se mantiene en movimiento y en un constante proceso creativo. En diálogo con Acción, devela que le gustaría con su literatura «construir un universo propio, con sus propias leyes y personajes, que me trascienda. Eso quizás busco en la literatura».
–¿Cómo surgió tu última novela?
–Me acuerdo de que durante la pandemia venía mi papá y en esas visitas le hacía preguntas, sobre todo de mi abuela. Ella es siria. O eso creo, ya no sé si lo inventé y se me quedó pegado como algo verídico. Le preguntaba sobre ella y me contó algunas cosas muy puntuales, porque tampoco sabía mucho. En mi familia no hay relato de generación en generación: hay cosas sueltas. Empezamos a hablar y me contó de inmigrantes en un barco arrojándose desde cubierta porque había una sudestada en el Río de la Plata. Él me graficó esto con cofres volando, abriéndose a la intemperie y la ropa desparramándose en el río, las alhajas y baratijas hundiéndose en el agua. Me pareció una imagen muy potente. En ese grupo estaba mi abuela, supuestamente. Hay algo de esas historias que se van modificando de escucha en escucha. Esas imágenes me quedaron dando vueltas, empecé a jugar con eso, a hacerles preguntas a mis tíos, qué recuerdos tenían cada uno con esta madre, con esta infancia. Me gustaba esa temporalidad de un pueblo que recién comenzaba a ser. También me interesaba contar ese linaje familiar.
–¿Cómo encontraste esa estructura para contar la historia a través de dos personajes?
–Me gusta mucho la estructura, la forma, en un texto: cómo está contado, cómo está narrado. Me pareció muy interesante que la estructura de la novela sea una especie de espejo roto, donde se podían reflejar una historia con otra a lo largo del tiempo. Dos temporalidades en un mismo texto. Apareció Eleonora, que es la nieta de Emma, con esta vida bastante fragmentada. La idea de un personaje que es extranjera en su propia vida, ajena a todo lo que le pasa y ajena también en la familia y en el lugar donde nació. Había algo de eso que me interesaba mucho contar y fue muy laborioso. Para mí, la tercera persona es muy difícil, en el sentido de que tenés que elegir hasta dónde narrás, tenés que saber cómo ocultar ciertos hechos para no develar todo el misterio.
«No sé lo que soy. No podría definirme. Soy esto, soy lo otro, soy actor, soy escritor, soy dramaturgo. No tengo idea y no me importa, tampoco.»
–¿Cómo trabajaste la cuestión de los vínculos familiares?
–Hay algo que me interesa mucho de la generación de entre 35 y 50 años, que es esto de seguir siendo hijo y comenzar a ser padre o madre. Es el momento en el que uno empieza a ser un poco padre de sus padres. A la vez, empieza a ser madre de una persona pequeña y tiene que inculcarle o, por lo menos, enmarcarle todo lo que es el bien y el mal, sin tener las respuestas dentro suyo o totalmente resueltas. Eso me pareció interesante de los dos personajes: una tuvo un hijo y viene hereditariamente de un padre que después se entera que no es, había algo de orfandad ahí. ¿Cómo se puede ser madre si la imagen o la persona que tuvo que ser tu madre no lo pudo ser? ¿Cómo se construye uno a sí mismo en esos roles diferentes?
–¿Cómo lidias con el dilema entre la vida y la literatura?
–Cuando empiezo a escribir un texto, siempre hay como una pregunta que está dando vueltas. Muchas veces lo sé y muchas veces no, pero sé que está. La pregunta que traccionó acá es si uno puede escapar a lo heredado en este linaje familiar, si uno puede salir de eso. Pero también eso es una mentira, porque empiezan a suceder otras cosas que a la larga terminan repitiendo lo mismo. Había algo de intentar quitarse una máscara para no terminar de sacársela nunca. Creo que con la herencia es algo similar.

–¿Qué pensás respecto a aquellas personas que te identifican quizás más por tu trabajo en cine y televisión?
–Eso va a ser así siempre. El otro día le decía a una amiga: «Yo sé que voy a ser siempre el galán de las novelas que ahora escribe, y nunca me voy a sacar ese mote». También, en parte, en las redes sociales me burlo bastante, soy bastante irónico. El otro día escribí un tuit justamente de eso: anuncié el lanzamiento de la novela y alguien me puso cuánto cobraba por ir a leérsela a su casa desnudo. Le contesté: «Bueno, ¿qué presupuesto tenés?». Y ese tuit se viralizó y el anuncio de la novela no. Fue como tomar eso y decir «chicos, déjenme ser exgalán de televisión y déjenme tener prestigio literario o, por lo menos, buscarlo». Tampoco sé qué busco escribiendo novelas. La verdad que no tengo idea. No sé lo que soy. No podría definirme. Soy esto, soy lo otro, soy actor, soy escritor, soy dramaturgo. No tengo idea y no me importa, tampoco. Lo único que quiero hacer es contar historias. De la mejor manera posible, construyendo estructuras diferentes, cosas que me vuelen la cabeza. Tratar de ser buena persona, ser un buen padre y buena pareja. No anhelo más que eso.
–¿Sentiste que previamente debías prepararte para recorrer un camino en la literatura?
–Eso tiene que ver con un mito, que es el de que debés prepararte para hacer ciertas cosas. Brenda y yo fuimos padre y madre a los dos meses de estar en pareja: sucedió. Me pasa con la literatura que sí, yo me construyo como lector todos los días. No concibo la vida si no estoy leyendo. Me ha pasado siempre eso. Desde que trabajaba en el taller de mi papá a los catorce. En un momento nadie de mi familia leía y de pronto estar en un lugar donde a nadie le pasaba eso era extraño. Más que nada también porque hay una especie de guardianes de la literatura, que te hacen creer que si no formaste parte, no estudiaste o no hiciste ciertas cosas, no podés leer a Kafka, porque no lo vas a entender. Hasta que descubrís que eso no es así. Obviamente que después te podés perder cosas, referencias y contextos. Cuando supe eso, empecé a construir esas familias literarias. De hecho, hace poco, salió el programa de entrevistas en Blender y un crítico literario, escritor, docente, puso en su Instagram que le llamaba mucho la atención esto de para qué llaman un actor para un streaming sobre libros, habiendo muchos críticos literarios, escritores, etcétera. Después, obviamente, le pregunté por qué lo había hecho y me contestó que no era en contra mío, más allá de que había hecho alusión y había escrito la palabra «galán» entre comillas. A mí eso me entristeció un poco, porque es una persona que también tuvo espacios en la televisión pública hablando sobre libros y haciendo juegos didácticos para que se formen nuevos lectores. Siento la literatura desde ese lugar. Comparto una experiencia que tuve, que tengo y a mí me hubiese encantado conocer a alguien y que me haga saber: «Loco, podés leer lo que quieras».
«Trato de contar cosas que me conmueven. Me ha pasado con Cómo provocar un incendio, de contar algo de esta generación de padres que seguimos siendo hijos.»
–¿Qué tenés en cuenta a la hora de elegir un proyecto en cine o televisión?
–Pasarla bien. Estamos en una época donde ya la ficción dentro de la televisión abierta no existe, donde la única ficción nacional son las de las plataformas. En algún punto, también hay algo del streaming que empieza a tener ficciones propias, microficciones. De hecho, hicimos una en Blender el año pasado. Hay algo de ese mercado que empieza a construirse a sí mismo. Trato de contar ciertas cosas que me conmueven en algún punto. Me ha pasado con la obra de teatro, con Cómo provocar un incendio, de contar algo de esta generación de padres y madres que seguimos siendo hijos. Eso me interpela hasta el día de hoy. Cómo se sigue aprendiendo a ser hijo y cómo se aprende a ser padre o madre. Ahora estoy haciendo una obra de teatro, La mentira, con la que estamos de gira. Y posiblemente a mitad de año termine de adaptar una película de ciencia ficción, Coherence, al teatro. Es un grupo de amigos que se juntan porque va a pasar una especie de cometa y se dan cuenta de que empiezan a suceder situaciones extrañas y que hay diferentes versiones de ellos mismos en distintas casas. La pregunta es ¿cuántas versiones hay de nosotros mismos? ¿Sos la mejor versión tuya? Hay algo de la edad, tengo 43, que me lleva a preguntarme qué hubiese pasado si hubiese tomado otra decisión en ese punto de inflexión de mi vida. ¿Cómo sería hoy? Me alucina.