De cerca | ENTREVISTA A DANIEL FREIDEMBERG

Hacia lo desconocido

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Osvaldo Aguirre - Fotos: Juan Quiles

Con la publicación de su obra reunida en España, el reconocido poeta y periodista cultural analiza los rasgos que definen su estilo. Lectura, pensamiento y política.

Poeta y periodista cultural de amplia trayectoria, Daniel Freidemberg nació en Resistencia y vive desde principios de los años 70 en la Ciudad de Buenos Aires. En vidrios rotos reflejo del sol, de próxima publicación en España, reúne una obra poética que comprende medio siglo de actividad sostenida, desde Blues del que vuelve solo a casa (1973) a Esa materia que se fuga (2022). Freidemberg integró además las redacciones de El escarabajo de oro y Diario de Poesía, entre otras publicaciones literarias, y de Acción.

–En el prólogo a tu poesía reunida, Diego L. García dice que en tu caso la poesía es un modo de pensar antes que un cuadro terminado. ¿Qué orienta ese pensamiento?
–La poesía moderna, en general, no tiene conclusiones ni respuestas para dar. No es algo que piense teóricamente sino que lo fui encontrando, mientras escribía me di cuenta de que era lo que quería hacer, incluso contradiciéndome muchas veces. Me interesa que el lector haga su trabajo, que la poesía le remueva algo en la inteligencia, en la sensibilidad, no que simplemente lo complazca. Se escribe para que alguien, en algún momento, sintonice con eso y lo pueda revivir en su lectura; que la poesía sea una experiencia importante para esa persona. Puede que ocurra o no, pero siempre hay un lector al que se aspira.

–El lector de poesía puede encontrar una corrección persistente no solo de lo que está en proceso sino de lo ya publicado. ¿Por qué?
–Soy uno de esos tipos obsesivos, perfeccionistas. Cuando entregué En la resaca, había dos o tres cositas que no me dejaban satisfecho del todo y otras las fui encontrando después. Me llevó años hacer la edición definitiva, que salió en 2022. Podría haberlo dejado, porque el libro anduvo muy bien. Con Esa materia que se fuga también me pasó: cuando le entregué el libro a Alberto Cisnero, el editor, le dije que tenía cosas para cambiar. Lo dejé así, pero me di el gusto cuando preparé la poesía reunida. Hay un poema donde dice «he visto las dos letras de la palabra fe» y después «he visto las dos letras de la palabra fe tachadas». Y se me ocurrió, y no lo pude agregar, «he visto el palpitar bajo las tachaduras de la palabra fe». Me gusta dar otra vuelta a las cosas, que el poema no se quede en una conclusión.

–«He visto» parece la palabra de un testigo, y es una construcción muy repetida en Esa materia que se fuga.
–No soy yo, no vi ángeles ni obispos levitar, como se dice en otro poema del libro. En Esa materia que se fuga es un recurso literario que me permite meter sobre todo ideas, pensamientos, algo sobre el paso del tiempo en la Historia, hasta algo político. En general mi poesía no tiene mucha política. Mi poesía se interesa por todo lo que nos incumbe a los seres humanos y dentro de eso está lo político. Pero lo político es muy difícil de tratar bien en poesía. Jorge Dorio, que murió hace poco y que además era muy buen poeta, cosa que poca gente sabe, decía que no se había animado a escribir poesía política porque era hacer de dos cosas buenas una mala.

–Pero entre tus referencias está Raúl González Tuñón, alguien que justamente asoció poesía y política. ¿Lo seguís leyendo?
–Su poesía está viva. Creo que cuando uno habla de poesía no puede hablar de otra cosa que de la experiencia de su propia lectura. Todo lo demás son teorizaciones que pueden ayudar, pero lo básico es lo que a uno le ocurre en la lectura. Tuñón tiene poemas que me siguen conmoviendo dentro de una obra inmensa, aunque mi poesía actual no tiene absolutamente nada que ver con la suya. El que sí fue fundamental para encontrar mi lenguaje, mi estilo, fue Juan Gelman. Me desató algo, encontré un tono, una posibilidad de soltar un lenguaje propio. La poesía de Joaquín Giannuzzi también fue un descubrimiento importantísimo, en un momento en que necesitaba sacarme de encima todas las acrobacias de la poesía, cuando quería hacer una poesía más severa, más intelectual.

–En paralelo a tu formación como poeta, desde El escarabajo de oro en adelante participaste en distintas revistas literarias. ¿Qué dejó esa experiencia?
–Fue mi entrada al mundo literario. Yo era un admirador de Abelardo Castillo y participar en la revista que él dirigía, asistir a las reuniones, fue importantísimo. En esa época estaba también el taller Mario Jorge De Lellis, que era más bien un grupo de amigos que nos reuníamos y discutíamos. Para mediados de los años 70 fui despegándome de lo grupal y después vino la dictadura. Aunque no me persiguieron, la dictadura fue un pasaje en mi vida y en mi poesía. Entonces dejé de pertenecer a cualquier grupo hasta que en 1986 empecé en Diario de Poesía.

–El Gobierno de Javier Milei recuerda para muchos a la dictadura. ¿Estás de acuerdo?
–En algún aspecto se parecen. La dictadura desarmó todo lo que era nuestra vida. Desapareció el horizonte, no había horizonte. Y yo no tenía de qué ni para qué ni para quién escribir. Incluso tenía que encontrar mi lenguaje. No iba a escribir una poesía quejosa o decir que estábamos solos o enojarme. Quería escribir poesía y entonces tuve que encontrar de a poco las palabritas que me pudieran servir, que tuvieran sentido, que valiera la pena poner en el papel, y de ahí salió Diario en la crisis.

–¿Hoy tenemos un horizonte?
–Estamos perdidos en la estratósfera, sin saber a dónde vamos. Todo lo que uno pensaba, que ya tenía como horizonte en su vida, en su actividad, se derrumba. Durante la dictadura yo tenía la sensación de estar frente a una gran pared de acero que cubría todo. Ahora no es eso, en principio no me afecta en la escritura, ahora sé cómo arreglármelas para seguir. Pero en la dictadura nos destrozaron el sentido de la vida y ahora por momentos da la impresión de que también. Sé lo que me interesa, tengo 70 y pico de años y alguna idea de lo que quiero, pero hay una gran disolución. Aquello que decía Marx sobre que en el capitalismo todo se disuelve en el aire es una realidad. Bueno, eso le viene bien a la escritura poética, al pensamiento poético. A lo mejor tengo que corregir: no es que le viene bien. La poesía es un avanzar en la incerteza y puede ir hacia lo desconocido porque no tiene que probar ni demostrar la utilidad y la eficacia de lo que dice, porque puede indagar en muchas zonas con cierta libertad.

–¿La disolución afecta también a los intelectuales?
–Sí, hay un estado de disolución en sentido amplio. Estoy cansado de usar la palabra neoliberalismo pero no hay más remedio. El neoliberalismo no es solamente un sistema político y económico: es también una cultura y un modo de vida, y lo tenemos implantado como un chip en la cabeza. Ser un loser es estar afuera, y en la etapa en la que estamos al loser no le queda más que el consuelo de hacer daño a otros o de festejar la desgracia de otros. Uno tiende a ponerse conservador cuando habla en estos términos, pero hay una pérdida de valores. El todo vale se confunde con la democratización, pero en realidad implica que nada vale porque todo da lo mismo.

–En Facebook publicaste hace poco el poema «La claridad», de Edgar Bayley. «Me devuelve a esa inquietud, ese anhelo de estar realmente despierto, en el mundo, este mundo del que solemos estar lejos», anotaste.
–Muchas veces se planteó a la poesía como evasión, como consuelo. Creo que la poesía despierta, al revés del sueño. Despierta en el sentido de que en nuestra vida habitual tenemos muchas capacidades aletargadas, no la ponemos en actividad porque la vida actual no lo permite; no solamente en esta etapa con este Gobierno sino en general con el capitalismo. La poesía nos remueve zonas adormecidas: la imaginación, la capacidad de vincular lo que parece no tener ninguna relación, la posibilidad de ver las cosas de otra manera, fantasear con otras realidades.

–Tenés una actividad diaria en Facebook. ¿La red puede funcionar como un espacio de discusión?
–No estoy seguro, veo por algunas respuestas. Tengo cierta vocación docente, fui maestro de escuela: si veo que escribo algo que le importa a alguien, hice algo. Uno tiene que hacer cosas que alguien sienta que le sirven, que encontró algo que le importa. Para mí es como estar con amigos, como criar hijos, cosas que uno no hace para obtener provecho. Hacer las cosas de la mejor manera que uno puede, con responsabilidad, jugándose en lo que hace, no cambia nada a la sociedad pero va contra la mediocrización, la domesticación, la banalización que produce una dictadura y también la cultura neoliberal.

–Sería una forma de plantarse ante la situación actual.
–A mí me gusta la palabra «resistencia». Aparte de que nací y me crie en una ciudad que se llama así, creo que resistir es mantener vivo lo que importa y, si lo lográs, eso puede avanzar y cobrar algún espacio. No tiene gran repercusión social, no sirve de nada contra la Ley Bases, pero es mantener vivo lo que se pueda mantener vivo. Está el mito, y algo de cierto tiene, de que los monjes preservaron la cultura en los conventos a principios de la Edad Media antes de la expansión en el Renacimiento. Tal vez sea ingenuo pensar así, pero nada de lo bueno que uno haga es en vano.

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