Deportes | CASA DEL BOXEADOR

Después de la pelea

Tiempo de lectura: ...
Marina Porcelli

Nacida en 1947, funciona como una mutual de púgiles retirados en la que se fomentan los encuentros sociales y la formación. El programa en cárceles liderado por sus referentes. Modelos y redes.

Pura historia. Placa con los nombres de los fundadores de la casa ubicada en el centro porteño.

Foto: Bruno Szister

Sergio Víctor Palma decía que se llevaba a las patadas con eso de ser exboxeador. Que era muy complicado desprenderse de lo que hizo siempre: pelear. Cómo es la vida después del boxeo: a pesar de los esfuerzos descomunales que exige la actividad, casi no hay pugilista que no declare con melancolía infinita lo duro que resulta no subirse más al cuadrilátero. No sentir más la adrenalina. De hecho, esa es una de las causas de la fundación de la Casa del Boxeador (ubicada en Bartolomé Mitre 2020, Ciudad de Buenos Aires) en 1947, un centro de retiro para púgiles, creada con una intención parecida a la que tuvo la Casa del Teatro. 

Los últimos años de la década del 40 se caracterizaron por el apoyo fuerte del Gobierno peronista para el desarrollo del deporte. No solo del fútbol, claro, que siempre tuvo un arraigo masivo, también se promovieron disciplinas como el básquet (la camada del 50) o el boxeo. La delegación argentina que participó con más de 200 atletas en los Juegos Olímpicos de Londres de 1948 es uno de los ejemplos más claros. El historiador Jonathan Palla sostiene que en esa década «la profesionalización del boxeo implicó su organización como actividad mediada por el dinero y esto puso en discusión las condiciones en que se realizaba el espectáculo en términos de empleo». En ese entonces nació la Casa del Boxeador, que se trata de una mutual, no de un club, en tanto presta servicios, ayuda mutua, y está sostenida por el aporte de los asociados. Que plantea en su estatuto «fomentar la enseñanza y la práctica de box, y organizar festivales, reuniones de camaradería». Por ahí pasaron Pascual Pérez, primer campeón mundial, y la icónica figura de José María Gatica, entre otros. También celebridades como Alberto Olmedo cuando recién llegó de Rosario. Hoy está presidida por Raúl Landini (hijo, su padre fue uno de los fundadores, y el gimnasio lleva su nombre), por Marcos Arienti (secretario de la WBC) y por Federico Lubo Millán (DT y profesor de educación física). Pero, además, Arienti y Lubo Millán llevan adelante otro proyecto, por fuera de la Casa, que se llama «Box sin cadenas» y que entiende el boxeo como herramienta de formación, enfocado en dar clases en cárceles de todo el país. 

Una necesidad colectiva
«Lo que hermana este tipo de proyectos –dice Arienti– es una propuesta idéntica a la de Fernando Albelo que gestionó durante veinte años el Almagro Boxing Club: saber que la formación excede lo deportivo. Lo que nos mueve son modelos como el de formadores como Amílcar Brusa o Alberto Zacarías, Pedro Franco. Ellos no son solamente técnicos. Es una escuela de pensamiento y el boxeo es consecuencias de una serie de valores». Lubo Millán coincide con esta idea y agrega que «la Casa es una reliquia en sí, nace como una necesidad social de un público desatendido. No es un club, sino que junta recursos para ayudar al boxeador, lo entiende como laburante».

Además del gimnasio, donde se dan clases mixtas de 8 de la mañana hasta las 21 horas, toda la semana, el primer piso cuenta con un comedor amplio, espacio para los festejos del 14 de septiembre, fecha icónica en la que se homenajea la pelea de Firpo contra Dempsey de 1923. El salón se llama «Justo Suárez» y sobre las paredes muestra, a modo de galería, más de veinte retratos hechos por Juan Roberto Mezzadra, el dibujante de boxeadores. Y en ese mismo salón se celebra, a partir del 13 de julio de este año, el Salón de la Fama argentino. Hay que repensar a fondo las políticas deportivas, dicen Arienti y Lubo Millán. Los programas, los proyectos. «Cómo puede ser que una figura como Roña Castro, que tuvo en vilo al país en su pelea de 1994, contra Jackson, hoy no pueda insertarse como asesor».

La frase mítica la lanza Perón durante una entrevista en los años 40, y queda instalada para siempre. «Una hora en el club es una hora menos en la calle». Hoy habría que redefinirla, comenta Arienti, hoy habría que decir que «una hora en el club es una hora menos en las redes».

Puños arriba. Jornada de entrenamiento en el gimnasio que rinde tributo a una figura del boxeo argentino.

Foto: Bruno Szister

Una cuestión clave está vinculada a lo formativo, que necesariamente implica un proceso y ese proceso es necesariamente lento, paciente, racional. Pero cómo le explicás a un pibe, sigue, que tiene una necesidad ya, que formarse en el deporte lleva mucho tiempo, se necesita mucha calma. La impronta que traen las redes es devastadora: les hacen creer a los chicos y chicas que con dos videos de YouTube ya podés ser Floyd Mayweather. Como si no hubiera esfuerzo, ocurre una especie de desacralización del lugar del saber. Es muy común ver a pibes que ya son boxeadores profesionales, y que si los analizás con el ojo fino se vienen comiendo derrotas porque recién están terminando la carrera amateur.

Sin cadenas
Aunque ser popular en las redes es distinto en el fútbol que en el boxeo. En el boxeo los ídolos son accesibles, están ahí. Estirás la mano y podés conocerlos. Andan por la calle. «Pascual Pérez, por ejemplo, entrenaba a la par de los otros». «O Brian Castaño», señala Arenti. «Vas a Isidro Casanova y lo encontrás en su casa cortando el pasto. Pero acceder a Enzo Fernández, en cambio, es totalmente imposible. Al Almagro fueron boxeadores de la talla de Lucas Matthysse. Todos entrenan al lado de Karen Carabajal, que es un ejemplo enorme». Por eso la Casa implica una reivindicación del espacio, de modelos reales, que no existen solo en lo virtual.

«Box sin cadenas» también trata sobre el tiempo de desarrollo y sobre el trabajo, sobre lo que viene después. Construir futuro. El programa inicia en 2013, y el primer prejuicio que desbanca es la idea del boxeo como generador o promotor de la violencia: en realidad, ocurre todo lo contrario. En las clases, el boxeo establece reglas, organiza, regula la acción, da marco para el entrenamiento y para expresar necesidades. «Box sin cadenas» trabaja en distintas unidades penitenciarias de varones y mujeres, con un caudal amplio de profesores. Pero la enseñanza no consiste solo en la preparación física, o en hacer foco, o en pegarle a la bolsa, sino que está orientada a la formación de técnicos. «Formar formadores». Se dan cursos, exámenes, que reconoce y respalda la FAB, y se otorga el carnet de DT al final de los encuentros. «Cuando salís, no tenés ni la sube», dice Arienti. Lo que se propone, entonces, es generar nuevas herramientas, que puedan usarse y proyectarse afuera, y «Box sin cadenas» monitorea esta preparación. «Así, a través del acuerdo con la FAB, se logra que chicos y chicas con una credencial, una licencia, puedan pensar en un trabajo», dice Arienti: «Pueden dar clases en el gimnasio de su barrio, y si aparece un buen boxeador que hasta puede pelear en Estados Unidos, el técnico debe acompañarlo».

Una última anécdota redondea el cierre. Lubo Millán insiste en que el boxeo tiene mucho para enseñar. Una vez, dice, entrando a un club de Villa Raffo con un amigo, quedé totalmente sorprendido porque en una de las paredes del fondo, la más grande, estaban colgadas más de 50 remeras, todas de clubes distintos, como si fuera un museo. Eso en el fútbol no pasa, le dijo su amigo. «En River no pasa, en Boca no pasa, no ves colgadas las remeras de otros clubes». Acá sí. El boxeo construye un sentido de pertenencia, cierto, pero sobre todo hermana a los que lo practican, cierra Lubo Millán.

Estás leyendo:

Deportes CASA DEL BOXEADOR

Después de la pelea