18 de septiembre de 2024
Escribió y dibujó todo lo que le pasó en su cautiverio durante la dictadura, su testimonio fue determinante para la condena de genocidas. Una historia de compromiso y lucha.
Testimonio. López en un tribunal. Sus planos del Pozo de Arana orientaron al Equipo de Antropología Forense.
Foto: NA
Saber o no saber: esa es la cuestión a 18 años de la desaparición de Jorge Julio López, sobreviviente de su primer secuestro durante la dictadura y testigo clave en los juicios por los crímenes de lesa humanidad. La licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UBA, Agustina Demagistre, realizó entre junio y julio de este año una encuesta para su trabajo final, el podcast El lenguaje como arma protectora y mortal, entre adolescentes de colegios públicos y privados de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires. Una de las preguntas era si sabían quién era Julio López: el 76,5% dijo no saber, en tanto el 23,5% respondió que sí. Es evidente que la historia que les enseñan nunca llega hasta la etapa más reciente. ¿O acaso a pesar de todo el terreno ganado en la lucha contra la impunidad todavía no es posible hablar de dictadura y democracia? El Viejo, como le decían sus compañeros, es precisamente eso: el único desaparecido durante el terrorismo de Estado por primera vez, el 27 de octubre de 1976, y en un Gobierno constitucional la segunda y definitiva, hace 18 años.
Memoria en acción
Es sabido que López era un albañil que vivía en el barrio Los Hornos, en las afueras de La Plata, y militante peronista periférico; que fue secuestrado por una patota de la Policía Bonaerense al mando del genocida Miguel Etchecolatz, que ya había comenzado la cacería de los compañeros de López. A lo largo de cinco meses, el militante fue trasladado varias veces y pasó por cuatro centros clandestinos de detención, donde fue torturado y presenció el asesinato de sus amigos. En el Pozo de Arana estuvo cautivo junto a Francisco López Muntaner, uno de los pibes de «La Noche de los Lápices». Estaba desaparecido y su familia lo buscaba con desesperación. Recién pudo volver a verlo cuando lo llevaron a la Unidad Penal 9 de La Plata, el 4 de abril de 1977. Fue liberado el 25 de junio de 1979. Dos meses antes lo habían «blanqueado», es decir, lo habían puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
López estuvo desaparecido 160 días, sin contar los 812 más que estuvo preso sin condena. En todo ese tiempo, su memoria en silencio fue reteniendo las torturas que padeció y presenció. Cuando pudo, escribió y dibujó todo lo que le pasó, por eso lo tenía tan claro cuando prestó declaración testimonial, primero en los Juicios por la Verdad en 1999 y luego –con más detalles y precisiones– el 28 de junio de 2006 en el proceso oral y público contra Etchecolatz, tras la anulación de las leyes de impunidad. Ese día su verdugo no fue a la audiencia, por eso el 18 de septiembre López estaba ansioso por participar de la jornada de alegatos porque quería verlo, necesitaba verlo; pero nunca llegó a los Tribunales de la calle 6.
Pocos saben que el veredicto del día siguiente solo pudo ser posible por una excepción que hicieron los jueces del TOF 1, ante la ausencia de uno de los principales testigos que había alegado por sí mismo sin delegar la representación. Aun así, Miguel Osvaldo Etchecolatz fue condenado a prisión perpetua.
Tampoco es muy conocido el hecho sucedido durante una de las reconstrucciones en el campo de exterminio Pozo de Arana, en 1999. López habló de cuerpos quemados y entregó un plano que él mismo había dibujado en el que marcó dónde se ubicaban los represores, las picanas y las celdas. Meses después, muy cerca de ahí el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) hizo el primer hallazgo de restos humanos calcinados en un centro clandestino de detención. Fue en 2000 y la tarea se completó en 2008. En el medio desapareció el testigo, pero su testimonio ya hacía historia.
Menos difusión aún tuvo un grotesco y grave episodio ocurrido durante la fallida investigación para encontrarlo. Los organismos de derechos humanos nucleados en Justicia Ya! venían insistiendo ante el juez federal Arnaldo Corazza, ya fallecido, para que orientara sus esfuerzos respecto de la treintena de genocidas que López había nombrado en sus testimonios, en particular sobre el entorno de Etchecolatz, preso en el pabellón de lesa humanidad de la cárcel de Marcos Paz junto a otros represores (cualquier similitud con los genocidas detenidos ahora en Ezeiza no es pura casualidad).
El primer allanamiento fue un fiasco porque habían sido avisados y los investigadores no encontraron nada. Un escándalo que no produjo costo político alguno. Sin embargo, durante el segundo operativo aparecieron líneas celulares y fijas a total disposición de los reos, visitas sin requisa ni identificación, uso de computadoras y otros dispositivos prohibidos para la población carcelaria común y privilegios tales como televisores LCD, acceso al buffet y, más importante, comunicaciones no detectadas ni intervenidas. En definitiva, tenían lo que necesitaran para planear lo que fuera, el centro de operaciones era la enfermería. Además de su agenda, donde figuraban entre otras Cecilia Pando y Victoria Villarruel, a Etchecolatz le encontraron un papel que decía «hay que lograr que un testigo se desdiga».
Búsqueda. A un mes de su segunda desaparición, una pared intervenida con un mensaje que se instaló en todo el país.
Foto: NA
Legado intacto
Entonces, si en las tramas del imaginario colectivo se va desdibujando la figura de López, ¿cómo mantener viva su memoria? Una de las formas más originales es la que encontró Radio Futura 90.5, que cada año realiza una «vigilia sonora» por López, desde la noche del 17 hasta la mañana del 18 de septiembre. «En cada aniversario nos preguntamos por qué insistir, la vigilia se volvió parte del calendario de la radio, y eso tiene que ver con el rol de las radios comunitarias en los caminos de Memoria, Verdad y Justicia, y en la construcción de la democracia», dijo a Acción Martina Dominella, integrante del colectivo cooperativo de Radio Futura. «Insistimos porque seguimos preguntando dónde está López, como desde el primer momento, porque seguimos remarcando la importancia de los juicios de lesa humanidad aunque sabemos que los genocidas se están muriendo, y somos un espacio donde se aloja y se construye la memoria, por ejemplo pasando la noche despiertos conversando con nuevas voces, haciendo nuevas preguntas», apuntó.
Para Dominella, «insistir no es hacer siempre lo mismo sino convocarnos cada año también para analizar a López desde cada contexto actual». El colectivo fue armando un archivo con las voces de referentes que ya no están. «Es un tesoro, está Nilda Eloy, Adriana Calvo, Chicha Mariani, Norita Cortiñas y Hebe de Bonafini, entre muchas y muchos». La vigilia se retransmite a radios de otras provincias. «Rescatamos siempre llegar al día 18 de septiembre y a la marcha en La Plata juntos, después de haber estado toda la noche pensando, compartiendo música y poesía, llegamos de otra manera, y trabajamos mucho la vigilia desde lo visual con carteles, posters y pancartas para marchar», agregó.
Hasta 2008 hubo 105 casos de desapariciones forzadas pero recién a partir de López fue posible nombrarlos de esa manera, quizás porque no podía haber desaparecidos en democracia, parecía una contradicción de términos, un oxímoron, algo inconcebible. Y sin embargo ahí están, la lista que él integra –con 220 desapariciones hasta 2021– no ha cesado de crecer.