17 de octubre de 2024
Teoría del tacto
Fernanda García Lao
Entropía
124 páginas
Intersticios. La autora fue finalista del Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos.
Foto: Prensa
Como si nos enfrentáramos a la literatura mitológica clásica hecha con la retórica de lo mejor de lo contemporáneo, Teoría del tacto, reciente libro de Fernanda García Lao, propone un viaje a una tierra extraña, por momentos siniestra, atemporal o eterna. Sin embargo, la experiencia termina capturándonos como si todo lo conocido hubiera sido concebido bajo los parámetros del universo ficcional de cada relato. Ráfagas de sentido en cada palabra destilan flechas de un modo que parece primigenio y original. Y atrapan por su modo personalísimo de rozar temas universales. Difíciles relaciones de pareja, fraternales y parentales, donde el deseo y las necesidades chocan con los límites del mundo.
En otro tipo de literatura, la tragedia de la muerte o de las pequeñas desgracias, por sobreactuadas, se vuelven pusilánimes. Aquí, en cambio, se despliega intensa y breve entre intersticios no pensados de antemano por los personajes. Y las estrategias discursivas, las metáforas reveladoras, la superposición de sustantivos propios con comunes, dan cuenta de la convivencia de los efectos que provocan algunos seres sobre otros en cada trama. Y también objetos cargados de historia, creados a partir de imágenes vigorosas: «El pueblo en verano es una encía, se babea. Pasan los hombres montados en sus panzas como caballos de patas flacas».
En una orfandad sin sobresaltos, la muerte y la locura se naturalizan con espanto contenido en el lector: las atmósferas se adhieren a la piel, y horadan los preconceptos acerca de lo conocido. Crean fórmulas propias ante el agobio y la inminencia del dolor. «La cama ocupa casi todo el espacio (…) tenés neumonía, le digo. Qué curioso, aunque era de esperar. Creo que eso es peor que la muerte. La vida es peor, porque siempre termina mal. Esto lo dice con los ojos cerrados. Me hace sonreír. Su confusión es de una lucidez furiosa».
La imaginación de las y los narradores cuentan sentimientos y sucesos con un punto de vista que descentra lo lineal. En «Yeso» se dice: «Veía la habitación desde arriba, como si el mundo le doliera a otra». Y entre las descripciones se cuelan sentencias: «Tuve que casarme con el primero que apareció. La mami organizó la boda el mismo día que mi hermana. Entramos juntas al altar y fuimos infelices las dos. Nada se puede cuando algo se ha torcido (…) El pasado es un aparato que daña cuando se queda quieto. La repetición no desactiva el duelo».
Como una pequeña denuncia, el énfasis en lo que llamaríamos «lo negativo» opera como leit motiv. En «Esto es el vacío» leemos: «Somos tres hermanas. A cada nuevo doctor hay que contarle la historia clínica de mi madre. La otra no les importa, la historia sana. Si es que eso existe». Y, en «No atender»: «El único que llama habitualmente es mi padre. Si no atiendo piensa que me sucedió algo feo, nunca contempla lo bueno. Yo tampoco, desde aquello». El relato «La gracia del mundo» cuenta que el padre de la narradora murió mientras su madre leía un libro. Cuando se entera, la hija consigue un ejemplar. «Tiemblo de solo pensar que por tenerlo cerca pondré en riesgo su vida, la de mi madre». Como una conjura a contrapelo sobre su propia obra, sigue: «Leo de corrido el primer cuento sin dejar de pensar cuantas veces puede matar un libro, siendo que algunos no logran siquiera provocar un buen dolor de estómago. Pasan lisa y llanamente por el cuerpo y son olvidados antes de encontrar su estante en la biblioteca». Esa liviana indiferencia está en las antípodas de Teoría del tacto, que en su edición española quedó seleccionado como finalista del Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos.