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La mirada de Francisco

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Washington Uranga

El pontífice dejó de lado el lenguaje diplomático y desplegó una evaluación crítica de la gestión libertaria. Reivindicó la justicia social, condenó la represión y alentó a los movimientos sociales.

Santo Padre. «La competencia ciega por tener más y más dinero no es una fuerza creativa», expresó el líder del Vaticano.

Foto: Getty Images

Desde el Vaticano y en el marco del Encuentro de los Movimientos Populares de todo el mundo, el viernes 20 de septiembre el papa Francisco pronunció un discurso religioso de gran impacto político. Para la Argentina, porque apuntó de manera certera a cuestiones centrales de la vida política y social, demostrando gran nivel de información sobre lo que aquí sucede y saliendo al cruce de cuestiones que atraviesan la gestión de gobierno y al quehacer político nacional. Más allá de nuestras fronteras, porque Jorge Bergoglio corroboró ante el auditorio internacional los ejes centrales de su discurso social.

En términos generales, no se podría decir que el papa haya sorprendido. Quienes siguen sus pronunciamientos encontrarán en lo dicho en la reunión promovida por el Dicasterio (ministerio vaticano) para el Desarrollo Humano Integral la síntesis y la ratificación de lo que Francisco ha venido señalando en oportunidades anteriores. 

Quien sin duda fue sorprendido fue el Gobierno argentino que encabeza Javier Milei. En la Casa Rosada no se esperaban semejante nivel de crítica y no pudieron evitar el desconcierto. La orden impartida por el propio Milei fue no responderle al papa. El vocero Manuel Adorni se limitó a decir que, si bien no están de acuerdo, respetan lo dicho por la máxima autoridad del catolicismo.

¿Por qué la sorpresa? 
Porque no es habitual que un papa se exprese de manera crítica y contundente sobre aspectos sociales y políticos de un país. Ni siquiera del propio. El llamado «magisterio eclesiástico» suele hacer alusiones más generales, referidas a principios y sin tanta precisión y señalamiento directo como lo hizo Bergoglio en esta ocasión. Francisco no improvisó. Más allá de pequeñas acotaciones agregadas de modo coloquial, cada una de las palabras fue pronunciada con intención y destinatarios precisos. El papa leyó en español el texto escrito por él mismo. 

Llamó la atención la precisión de las críticas que denotan que, por más que viva en Roma y se ocupa del mundo, Bergoglio sigue muy de cerca lo que pasa en el país. No habría explicación para semejante discurso si Francisco no estuviera realmente preocupado por lo que está pasando en la Argentina y por el sufrimiento de los más pobres («los pobres no pueden esperar»).

Su discurso fue largo y minucioso. Amerita una lectura atenta y detallada. Sin embargo, se pueden extraer algunas ideas eje, aunque la síntesis dejará inevitablemente afuera otros aspectos no menos importantes y valiosos.

Roma. Reunión con dirigentes de la CGT días antes del encuentro con movimientos sociales.

Foto: NA

Conocedor de que sus palabras no solo causarían impacto sino que serían cuestionadas, el papa advirtió que «no tengo el monopolio de la interpretación de la realidad» y «tampoco tengo la bola de cristal», pero «escucho». Y agregó que «sí veo una cosa que me preocupa: avanza una forma perversa de ver la realidad, una forma que exalta la acumulación de riquezas como si fuera una virtud. Les digo: no es una virtud, es un vicio», remató. Porque la competencia ciega por tener más y más dinero «no es una fuerza creativa, sino una actitud enfermiza, un camino a la perdición» subrayó por si a alguien le quedaba duda.

En la misma línea argumental llamó una vez más a trabajar por la «justicia social» («una expresión creada por la Iglesia») en abierta contradicción con las afirmaciones de Milei, quien sostiene que «el concepto de justicia social es aberrante, porque es robarle a alguien para darle a otro». Para Francisco se necesitan políticas para que todos tengan tierra, techo y trabajo. Porque «o es la armonía de la justicia social o es la violencia después de la desolación».

Organización y acción comunitaria
Con Juan Grabois (uno de sus asesores) y Alejandro Gramajo (secretario general del UTEP) sentados en la misma mesa del palacio San Calixto, junto a dirigentes sociales de todo el mundo, Francisco subrayó el protagonismo de los movimientos sociales y populares como artífices del cambio.

«La misión de ustedes (los movimientos sociales) es trascendente. Si el pueblo pobre no se resigna, el pueblo se organiza, persevera en la construcción comunitaria de la ciudadanía y a la vez luchan contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más temprano, las cosas cambiarán para bien», dijo Francisco. Y ratificó que «los acompaño en su camino» porque «ustedes no se achican, ustedes van al frente» y porque «sigo creyendo que de la acción comunitaria de los pobres de la tierra depende no solo su propio futuro, sino tal vez de toda la humanidad».

Para el papa «el grito de los excluidos también puede despertar las conciencias adormecidas de tantos dirigentes políticos» a los que endilgó «cobardía», lo que «los lleva a cambiar sus convicciones por conveniencias», sin señalar directamente a nadie, pero dándose por enterado de la actitud de aquellos a los que Milei llamó «héroes» por modificar su voto en Diputados para impedir el aumento de los jubilados.

Cultura del descarte 
La argumentación teórica y doctrinal del discurso no excluyó las críticas y las denuncias. Francisco recordó que le mostraron un video de la represión a los jubilados que pedían por sus derechos. «El Gobierno se puso firme y en vez de pagar justicia social pagó el gas pimienta. Le convenía», dijo el papa con ironía. En otro pasaje denunció que un ministro del actual Gobierno –que no identificó– pidió una coima para facilitar un proyecto en el país de un inversor internacional. «El diablo entra por el bolsillo».

Señaló a la «meritocracia» como la «cultura del ganador» que es parte de la «cultura del descarte», practicada por gente que «parada sobre ciertos éxitos mundanos, se siente con el derecho a despreciar de forma altanera a los “perdedores”». Y recordó que «muchas veces las grandes fortunas poco tienen que ver con el mérito: son rentas, son fruto de la explotación de las personas (…), de la especulación financiera o la evasión impositiva, derivan de la corrupción o del crimen organizado». 

También hubo tiempo para reiterar su propuesta de las Tres T (tierra, techo y trabajo) y para respaldar la idea de salario básico universal.

En Argentina, el obispo Gustavo Carrara, auxiliar de Buenos Aires y figura comprometida con los sectores populares, sintetizó que el discurso de Francisco «no tiene desperdicio» y que lo que hizo el papa «es llevar el Evangelio de Jesús a la vida social, al mundo del trabajo, de la economía, de la salud, de la educación».

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