30 de octubre de 2024
En Mendoza, trabajadoras y trabajadores de la vid lograron tener su propia bodega y crear una interesante propuesta turística.
No me olvides. Asociados de la cooperativa en la entrada de su finca, ubicada en El Espino.
Foto: Gentileza COOTRAVI
El cooperativismo es una herramienta poderosa para que las familias trabajadoras de la tierra agreguen valor a su esfuerzo diario. Este motivo impulsó a 22 personas, contratistas de viñas y frutales de Mendoza, a atravesar diversas dificultades y lograr en 2010 fundar su cooperativa: COOTRAVI. Integrar el sindicato del sector en la provincia les aportó una visión de conjunto sobre las problemáticas a enfrentar. Hoy, con 42 integrantes, COOTRAVI produce y comercializa su vino con tres marcas propias.
Gabriela Olea, tercera generación de contratistas, asociada fundadora y presidenta de la cooperativa, recuerda aquellos primeros tiempos: «Conversábamos entre nosotros y pensábamos: ¡qué lindo sería que los contratistas pudiéramos elaborar nuestro propio vino! También, llevar la uva a nuestra bodega y acceder a un precio justo». Las familias contratistas cuidan los viñedos durante todo el año: podan la vid, la atan, la desbrotan. Al finalizar el ciclo, cosechan y entregan la producción al patrón a cambio de un porcentaje, que va entre un 15% y un 18%. Si circunstancias climáticas, como heladas o granizo, destruyen la cosecha, las familias reciben un sueldo mínimo, insuficiente para satisfacer sus necesidades más elementales.
«A los 9 años estaba arriba de una escalera atando parral. Recuerdo muy bien cuando caía la helada y apenas nos alcanzaba para comer», cuenta Gabriela. Y sigue: «Incluso hemos sufrido estafas: los contratistas quedamos afuera de los acuerdos entre patrones y bodegas».
El objetivo colectivo de aquel entonces era claro. Gabriela lo cuenta: «El sueño era tener nuestra propia bodega. Realizamos cursos sobre elaboración de vinos caseros y accedimos a la matrícula expedida por el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) para elaborar y comercializar en pequeña escala. Allí comenzó nuestra aventura de ser bodegueros».
El gran salto
Gracias a un crédito brindado por el Estado Nacional, en 2013 la cooperativa dio el gran salto cuando pudo comprar una finca de 74 hectáreas en El Espino (departamento de San Martín), que incluía una antigua bodega, construida en el año 1950. A la finca, con viñedos, parrales, ciruelos y olivos, y a la bodega, la llamaron «No me olvides».
Marca propia. «Del contratista» e «Ilíada» son las etiquetas que comercializa Cootravi.
Foto: Gentileza COOTRAVI
El nombre fue una idea del primer referente y presidente de la cooperativa, Rubén Cepeda. Rubén creía que la bodega debía hacer presente a las familias trabajadoras, sin la cual la vendimia no podría realizarse. Rubén falleció mientras se hacía realidad el primer gran sueño colectivo. «Fue un gran hombre. Soñó con nuestra bodega y nos transmitió ese sueño a nosotros, jovencitos que aprendimos a su lado el significado de la perseverancia. Cuando falleció, vinieron momentos muy difíciles, pero salimos adelante: nos ordenamos internamente, reacondicionamos la bodega y la pusimos en producción».
En 2020, en plena pandemia, COOTRAVI logró lanzar al mercado su primera marca: Del Contratista. Para ello fue clave el apoyo de la Red de Alimentos Cooperativos. Esta estructura asociativa aúna en la comercialización a cerca de 180 organizaciones de todo el país. «La Red nos permitió acceder a financiamiento para elaborar, fraccionar y etiquetar nuestra primera tanda», nos cuenta Edgar, asociado fundador y tesorero de COOTRAVI. En 2021 la cooperativa incorporó una nueva marca, El Peón, un vino tinto en damajuana. Y, dos años después, dio otro salto evolutivo, iniciando la comercialización de La Ilíada, un vino malbec reserva añejado en barricas de roble por 8 meses.
En tiempos recientes, COOTRAVI se abrió a nuevos servicios: desde mediados de 2023 la cooperativa comenzó a recibir a turistas con una propuesta que incluye degustaciones, visitas guiadas por la finca y la bodega, e incluso el hospedaje en un caserón con un entorno arbolado en la finca. «Tenemos una historia para contar. No me olvides es una bodega administrada por nosotros, los trabajadores de la vid», resume Edgar.
«Hoy podemos ayudar a nuestros hijos para que estudien y cumplan sus sueños, incluso para que lleguen a la universidad», reflexiona Gabriela. Y sigue: «Es difícil perseverar cuando las cosas van mal, cuando no hay plata, las deudas crecen y el Estado no te apoya. Nosotros sostuvimos nuestra meta colectiva y reconocimos el valor único de cada persona. Por ello estamos aquí, aunque muchos nos ignoran. Hasta el día de hoy, no nos hacen partícipes de la Fiesta de la Vendimia».
Con 14 años de historia, ya trabajan en su próxima meta: lograr la exportación y que el vino de las familias contratistas comience a andar por el mundo.