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La revolución de los clubes

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Alejandro Wall

Aunque perdió la final con Brasil, el seleccionado reafirmó que es una potencia gracias al trabajo de instituciones grandes y de barrio de todo el país. La mirada de los especialistas.

Uzbekistán. El equipo albiceleste chocó este 6 de octubre con Willian, una muralla en el arco brasileño.

Foto: NA

Si hubiera que encontrar un villano en esta historia –y en las derrotas siempre se encuentra un villano– ese puede ser Willian, el arquero de la selección brasileña de futsal que tapó todo. Su figura descomunal es una buena explicación de por qué la Argentina perdió 2-1 la final del Mundial de Uzbekistán, la segunda consecutiva, lo que le impidió quedarse con otra estrella después de la conseguida en Colombia 2016. Aunque el villano también podría ser el árbitro español Alejandro Martínez que solo le sacó tarjeta amarilla a Pito por el planchazo sobre Ángel Claudino, algo que ni siquiera modificó después de revisar en el VAR. Brasil estaba arriba por 1-0, era el primer tiempo, y su 10 debió haber sido expulsado. 

Pero por fuera de todo lo que atajó Willian y de las decisiones del juez español, la selección argentina de futsal cerró otro mundial extraordinario demostrando que es una de las potencias de este deporte. Es verdad que todavía son horas de bronca, sobre todo por el final del partido, donde el equipo de Matías Lucuix buscó por todos lados. Ya en la primera parte había sido superior a Brasil, que sin embargo consiguió la ventaja del 2-0 (goles de Ferrao y Rafael). En el segundo tiempo, la Argentina acumuló 34 remates, trece de ellos al arco. Matías Rosa descontó como arquero-jugador. 

«Ver a Brasil defendiendo en diez metros y aguantando el resultado… ¿cuándo iba a pasar algo así? La figura fue el arquero de ellos, eso dice todo. Estoy orgulloso del este equipo. Dejamos todo, dimos el ciento diez por ciento. Nos podemos ir tranquilos que esta vez la suerte no estuvo de nuestro lado, pero merecimos más», dijo Pablo Taborda, el capitán del equipo, parte de esta generación de futbolistas que ganó un mundial (2016) y dos Copa América (2015 y 2022), y que en Uzbekistán jugó su tercera final consecutiva. Aunque cayó como ocurrió en Lituania 2021 frente a Portugal, esta vez fue nada menos que contra Brasil, que obtuvo su sexta corona y es el máximo ganador de la historia. 

Claves del crecimiento
Eso pone en valor lo que consiguió la Argentina más allá del dolor que pueda generar la derrota. Su tercera final mundialista consecutiva forma parte de lo que el periodista Gustavo Bruzos llamó Revolución Futsal, el título de su libro publicado en 2022, editado por ediciones Al Arco. Al inicio del texto, Bruzos entrega una primera clave sobre el crecimiento. Si en 2016, el año del primer título mundial, había dos campeonatos en la AFA, una Primera A con 18 equipos y una Primera B con 42, en 2022 se habían agregado la Primera C con 20 clubes y la Primera D con 28. «En apenas seis años –escribió– el futsal argentino aumentó un 40% su volumen competitivo: pasó de dos categorías y 60 equipos a cuatro categorías y 84 equipos. Un salto de cantidad y también de calidad». Pero agrega otra cuestión de visibilidad: «Se multiplicó la cantidad de horas televisadas en vivo y muchísimos más partidos se pueden seguir por streaming, en transmisiones de los propios clubes y por pequeñas productoras privadas».

La revolución comenzó en ese 2016 con Diego Giustozzi como entrenador. Pero continuó con otros nombres. Ahora la conducción es de Matías Lucuix, que fue ayudante de campo de Giustozzi. Damián Stazzone, campeón del mundo en 2016, hoy es el entrenador de la Sub 20 y además asistente de Lucuix. «Desde 2014 hasta hoy cambiaron el entrenador, parte del cuerpo técnico, dirigentes, jugadores, y el proyecto se mantuvo. Podés ganar o perder pero siempre competimos hasta el final. Y eso está basado en cómo entrenamos, en la línea de trabajo que hay, que en el predio de Ezeiza tenemos todas las condiciones, y que encima fuimos sumando otro tipo de entrenamiento con la Sub 20, la Sub 17, y con el femenino. Hay un eje de trabajo que se respeta más allá de que cambien algunos nombres y eso en el deporte argentino me da mucho orgullo», le dice a Acción desde Tashkent, la capital de Uzbekistán.

Esa continuidad y esa estructura empujó a la Argentina a convertirse en una potencia con un conjunto de futbolistas que llevó adelante esas ideas. Taborda, Alan Brandi, Constantino Vaporaki, Cristian Borruto y el arquero Nicolás Sarmiento estuvieron en todas las finales. «Lo de esta generación es una locura. Llegar a tres finales consecutivas en mundiales es muy difícil, sobre todo en nuestro deporte, que tiene muchísimas potencias, federaciones que invierten muchísimo en el futsal», dice Stazzone, licenciado en Comunicación Social de la Universidad de Quilmes, y que en todo este tiempo estuvo adentro y afuera de la cancha. 

Un clásico. Festejo tras la notable victoria sobre Francia por 3 a 2, en las semifinales.

Foto: AFA

Vínculos de sangre
Stazzone es capitán y emblema de San Lorenzo, donde todavía juega. Semanas atrás anunció su retiro a fin de año. Con el club azulgrana, ganó la Copa Libertadores en 2021. Y también desde ahí reivindica el rol de los clubes en el crecimiento del futsal. Es que este deporte, como otros, también se sostiene en esa extensa red de instituciones que tiene la Argentina. «Los clubes de barrio, obviamente, son clave en nuestro deporte porque es donde más se practica, más allá de que los que más suelen ganar son Boca o San Lorenzo por presupuesto o estructura», dice. Y si muchos emparentan el futsal con lo que entre amigos es el baby o el papi fútbol, Stazzone le da una vuelta al asunto: «Yo soy de la generación que jugaba al papi fútbol y que si no seguías en campo no tenías más vínculo ni con el deporte ni con los clubes de barrio. Entonces, lo que tiene el futsal es que seguís jugando después de los 13 años hasta cualquier edad. Y eso mantiene un vínculo con el deporte y con los clubes de barrio. Tiene, además, toda la rama femenina, que ayuda a la formación de las pibas, que es algo que siempre se reclama, que tengan categorías formativas. En el futsal de AFA ya se agregó la sexta».

Como lo marca Bruzos en su libro, Stazzone también ubica la explosión en 2016, con el título mundial, y lo vincula no solo al triunfo sino, sobre todo, a su transmisión en vivo. «Se pasó por primera vez en la TV Pública –cuenta–, la final cayó un domingo y la vio muchísima gente. A partir de ahí, fue siempre un crecimiento sostenido de la cantidad de pibes y pibas que practican futsal, y de la cantidad de clubes de barrio o de AFA que empezaron a incluir futsal en sus actividades». 

Pero todavía en ese tiempo, escribe Bruzos, quedaba mucho por construir: «Soñar con un futsal profesional, mezclado con las potencias, solo podía estar en la cabeza de algún utópico o en la de un grupo de locos que, cada fin de semana, intercambiaba extensas charlas vía videollamada de lo que querían para el deporte del 40 x 20 en Argentina». Pero estaban los clubes, los que daban contención social en los pueblos y los barrios, y los que daban continuidad al futsal. Mientras la mirada mercantilista oficial intenta avanzar con sus sociedades anónimas, ahí están los clubes.

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