Surgido en la década del 70, el término «sororidad» alude al trabajo de construcción de lazos de solidaridad entre mujeres para apoyarse en sus necesidades cotidianas y, al mismo tiempo, enfrentar la cultura patriarcal. Los nombres de las nuevas luchas.
28 de diciembre de 2017
Ni una menos. La movilización en las calles fortalece redes y visibiliza opresiones. (Jorge Aloy)
Durante las décadas de los 70 y 80, y tras los logros obtenidos en la lucha por los derechos elementales al sufragio y a la educación, el movimiento feminista tomó un nuevo impulso. En Estados Unidos, mujeres como Kate Millett encabezaron la llamada segunda ola, con proclamas a favor de los derechos reproductivos y la discusión del papel de las mujeres tanto en el ámbito doméstico como en el profesional y laboral. Millett, autora del libro Política sexual, señaló que el patriarcado y las relaciones desiguales de poder entre varones y mujeres no son fruto de la biología, sino una construcción histórica y cultural. Fue, además, quien utilizó por primera vez el término «sisterhood» –hermandad– para designar la unión de todas las mujeres, sin distinciones étnicas ni de clase, contra cualquier tipo de desigualdad. Luego, las feministas francesas tradujeron el término como sororité (de soeur, hermana, y este del latín sor, ídem).
Hay palabras huecas, vacías. Y hay otras, imprescindibles, que nacen para nombrar significaciones profundas y guardan, en sí mismas, cierta poesía. Sororidad es una de esas palabras. La antropóloga y activista mexicana Marcela Lagarde explica que el término se refiere a una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. «Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad, con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión».
Este pacto que plantea la igualdad, libertad y solidaridad, también se basa en el principio de la universalidad, es decir, de extender a cada vez más mujeres los avances en derechos, recursos, bienes y poderes de los que gozan solo algunos millones en todo el mundo. Lagarde asegura, además, que el objetivo no implica coincidir embelesadas en concepciones del mundo cerradas y obligatorias, sino que se trata de sumar y crear vínculos para acordar de manera limitada y puntual algunas cosas. Tejer redes y asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras, y así de manera sin fin.
Normas de género
En La política de las mujeres, la filósofa española Amelia Valcárcel afirma que la llamada «natural solidaridad femenina» es una falsa creencia. Las relaciones entre las mujeres son complejas y están atravesadas por dificultades derivadas de poderes distintos, competencias y rivalidades provenientes de normas de género que mantienen la supremacía masculina y promueven la distancia entre unas y otras. En este sentido, la práctica de la sororidad viene a desmontar la confrontación misógina entre las mujeres.
La lucha contra el femicidio, que es la expresión más dramática de la violencia machista, se inicia con las mujeres apoyándose unas a otras. Madres, hermanas, hijas, amigas, vecinas… En su primera y multitudinaria marcha, el colectivo Ni una menos instó al ejercicio activo de la sororidad. «El femicidio no es un asunto privado, es producto de una violencia social y cultural que los discursos públicos legitiman cada vez que alguien le dice puta a una mujer porque ejerce su sexualidad libremente, cada vez que alguien la juzga por las medidas de su cuerpo, cada vez que alguien la mira con sospecha porque no quiere tener hijos, cada vez que alguien pretende reducirla simplemente al lugar de la buena esposa o la buena madre, destinada a un varón», dice el documento.
En El segundo sexo –un libro publicado en 1949–, Simone de Beauvoir, una de las máximas referentes del feminismo, explicaba que valores tradicionalmente atribuidos a las mujeres, como la frivolidad, la coquetería, la sumisión y la obediencia son un producto de la cultura. «No se nace mujer, se llega a serlo», decía. A partir de ahora y sororidad mediante, la cuestión será que cada vez más puedan interpelarse sobre qué mujer quieren ser.