21 de diciembre de 2024
Toco y Canto
María Ezquiaga
Pop Art Discos
Segundo. En su nuevo álbum, la ex Rosal se muestra más despojada y menos seria.
Foto: Prensa
El recorrido de Al taco, el libro donde las periodistas e investigadoras Carolina Santos, Gabriela Cei y Silvia Arcidiacono revisan el papel de las mujeres en el rock argentino desde 1954, finaliza en 1999. Ese año, la compositora y cantante María Ezquiaga era, junto con Adriana Vázquez, corista de Baccarat, el grupo que comandaba la voz lounge de Sergio Pángaro. Vía el sello Sony, editaron por aquellos días su álbum debut, Baccarat por el mundo.
Dos décadas y media más tarde, con cinco discos, un par de EP y DVD en vivo con su exbanda Rosal en el haber, María Ezquiaga retoma el hilo de la conversación con la canción íntima pero no intimidante en Toco y Canto, su segundo y esperado álbum, que la muestra más despojada y menos seria. ¿De qué? De cierto sayo del tema, el sonido, el arreglo perfecto. Hasta su voz ha reencontrado cierto aspecto risueño y endeble que repercute en una naturalidad más acorde a sus composiciones. Un desparpajo que le brinda un aire de entereza a cada una de las once piezas que componen Toco y Canto.
En la previa, conocimos el sencillo «Lluvia», una auténtica parceria tanto en la letra –su autor es el poeta cordobés Ricardo Cabral, activista del spoken word en esta parte del mundo– como en la pata musical, con el acompañamiento en voces y coros espectrales del entrerriano Pol Nada –su último, Aparecido, es un arrebato de psicodelia litoraleña–. En esa cadencia de la guitarra de Ezquiaga, entre João Gilberto y Nick Drake, está motorizada la respiración del trabajo. Luces bajas, sensaciones templadas, intensidades líricas. Un piano ensoñado, una percusión escasa pero hipnótica.
Enseguida esa espontaneidad del lazo, esa búsqueda de afinidades electivas, confirma y sella el horizonte del álbum: «Donde nos dejamos» está escrita a cuatro manos con Lucas Martí, viejo conocido del proyecto Varias Artistas. Un audio de WhatsApp de Martí –este año editó cuatro volúmenes demenciales bajo el ala de El sonido que nadie quiere ver, bandas sonoras de documentales imaginarios– plantea el modo en cómo va a correr esta tenue pero sardónica balada. Más adelante escucharemos a Silvana Meyer y Marcelo Zanelli, voluntades escribiendo en el cielo.
Si hay algo que exhala Toco y Canto es la alegría de compartir con otros y otras este viaje por el centro de las emociones, de traspapelar sensaciones, de urdir en paradojas. Así, desde la producción precisa y contenedora del multiinstrumentista Manu Caizza, a la mezcla y posproducción de su excompañero de grupo, Ezequiel Kronenberg; desde revivir «El miedo» de Alfonso Barbieri, interpretado en compañía de su hacedor, a cantar junto a su hermano Marcelo Ezquiaga la preciosa «Mi primera impresión».
Con el trovador Pablo Dacal, en tanto, bordan el embeleso en «Mirando las nubes», una canción tan mántrica como atemporal, con cierta reminiscencia lennoniana. «Mirando las nubes que se van/ como el día/ Para qué llamar al silencio cuando se va/ como el día, como el día/ sos causa perdida», nos alientan. Mientras que Ezquiaga redobla su apuesta sumando a la aguerrida Mariana Bianchini (ex Panza) en «Sampler», una postal rockera que ridiculiza los mandatos masculinos en redes sociales y demás. Y algo más: no se pierdan las perfomances de música y poesía que Ezquiaga realiza con la poeta y traductora Laura Wittner.