10 de enero de 2018
Unos pibes jugaban a la pelota en el parque. Uno se quejó de que le habían hecho foul en el área, a pesar de que en el potrero se juega sin área y sin referí. Tomó la pelota con la mano y cobró penal. Emulando pose y mirada de crac, alardeó: «Va ahí…». Le pegó con efecto, pero la pelota pasó muy lejos de una de las remeras del improvisado arco. Salió disparado a buscarla. Al volver, dijo ofuscado: «Va de nuevo ¡estos arquitos son muy chiquitos!», y agrandó el arco con determinación. Ahí me di cuenta de que era el dueño de la pelota.
Eso mismo hizo el gobierno el 28 de diciembre pasado, el día de los Santos Inocentes, cuando el jefe de Gabinete, los ministros de Hacienda y Finanzas, y el presidente del Banco Central anunciaron cambios en las metas de inflación. No era para menos: habían errado por dos años seguidos. El 25% de Prat-Gay terminó siendo 41%; el 12% a 17% de Sturzenegger les va a dar 24%. Piensan que están un año desfasados. Ojalá. Algunos se horrorizaron de los demonios culpables por la pérdida de la independencia del Banco Central. Pero, como dice Borges en una milonga, «nadie pierde sino lo que no tiene y no ha tenido nunca». Por primera vez, el titular del Central es un exdiputado del partido de gobierno. El jefe de Gabinete subiendo la meta de inflación en conferencia de prensa con el presidente del BCRA sentado al lado es una pesadilla solo para los que creen que la inflación se baja dando señales mentales y corporales al mercado. En tal caso, la imagen de los cuatro remitió mucho al lanzamiento del Challenger de los Cedines del gobierno anterior. Independencia sería pretender que los pibes hagan goles sin darse pases.
Afuera precalientan para entrar el tarifazo y la devaluación. ¡Qué refuerzos! ¿Habrán subido el dólar para cumplir la nueva meta más alta? ¡Que la inocencia nos valga!