Voces | ENTREVISTA A SOL FANTIN

El silencio no nos protegerá

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Beatriz Chisleanschi - Fotos: Jorge Aloy

La autora sufrió abusos de adolescente que plasmó en un libro que se distribuyó en escuelas bonaerenses. En una acción comandada por la vicepresidenta, casi fue censurada. Su palabra y su historia.

La cita es en el Centro Cultural de la Cooperación, un lugar ideal para quien ha encontrado en la escritura su tabla de salvación. Sol Fantin llega unos minutos tarde, pero apenas abre la puerta, su presencia se hace sentir.

Con 42 años, además de escritora es licenciada y profesora en Letras recibida en la Universidad de Buenos Aires y docente en profesorados de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero, fundamentalmente, en escuelas públicas primarias. Imposible no observar cómo le brillan sus profundos ojos celestes cuando habla de su trabajo como maestra.

El nombre de Fantin, autora entre otros libros de Si no fueras tan niña, editado por Paidós, resonó mucho en los últimos tiempos junto al de Dolores Reyes, Aurora Venturini y Gabriela Cabezón Cámara a raíz del ataque de parte de Victoria Villarruel, la vicepresidenta de la nación, por considerar que los libros de estas escritoras –que se encuentran en las bibliotecas escolares de las escuelas de la provincia de Buenos Aires como parte del programa «Identidades Bonaerenses»– «exaltan la pedofilia y sexualizan a los niños».

Víctima de abuso sexual durante su adolescencia y parte de su juventud, Sol Fantin reconstruye en Si no fueras tan niña su historia como una forma de sobreponerse al dolor, a los tabúes sociales y a la confusión en la que estuvo envuelta desde los 15 a los 21 años. Movilizada por este intento de censura, Fantin escribió una carta destinada a las familias que alcanzó una alta repercusión mediática.

–¿Cómo viviste esa situación de censura?
–No hubo una censura concreta, no es que se retiraron los libros de las escuelas, porque si eso hubiese sucedido, estaríamos hablando de otra magnitud de problemática, que debería involucrarnos con una respuesta mayor a la que hubo. Pero sí se produce un amedrentamiento sobre la lectura de ciertos materiales y yo, que tengo muchos años de docente, sé que repercute al interior de las escuelas, porque ese tipo de declaraciones generan temor, totalmente lógico, entre las maestras y las profesoras. Sobre todo, porque se dijeron cosas como, por ejemplo, que leer en un contexto educativo determinados libros significaba la distribución de pornografía, lo cual indica un delito penal grave, porque la distribución de pornografía a menores de edad, niños, niñas, adolescentes constituye abuso sexual. Entonces, yo imagino que una profesora o una bibliotecaria, que está eligiendo esta literatura para trabajar con sus estudiantes, puede sentirse intimidada ante estas declaraciones. En ese sentido podemos hablar de una censura de hecho.

–¿Cómo te atravesó esta situación, entonces?
–Primero, cuando vi que salía en los medios, me dije ya pasará, no me voy a ocupar de eso. Pero, cuando la situación escaló y hubo otras declaraciones desde otros sectores del poder que no reflejaban la realidad de los libros, sentí que necesitaba poner mi palabra por delante, en la convicción, tal como dice la poeta afroamericana Oudre Lorde, de que «el silencio no nos protegerá». Entonces decidí dirigirme a las familias que podían tener una preocupación genuina, dando una explicación, no solamente sobre lo que yo hice en mi libro, con mi testimonio y mi elaboración ensayística, sino también explicar y aportar herramientas para prevenir el delito del abuso sexual en la adolescencia. Pero, también desde mi lugar como docente y profesional de la literatura, traté de explicar por qué consideramos beneficioso trabajar ese tipo de material en las escuelas.

–¿Cuánto incidieron en tu decisión a hablar los movimientos feministas y ese lema, que es mucho más que eso, «yo te creo hermana»?
–Sin duda que todos los esfuerzos que vienen haciendo los colectivos de mujeres y disidencias desde hace décadas por visibilizar las perspectivas de las mujeres, de las infancias y las disidencias incidió. Todo este trabajo fue un antes y un después para mi generación. No teníamos las palabras, ni los conceptos, ni los espacios de escucha. A mí me pasó, durante muchos años, de empezar a contar algo de lo que me había sucedido y me encontraba con burlas, con risas, con una hipersexualización de la adolescente que yo había sido. Entonces, lo digo en mi libro, yo puedo hablar gracias a todo ese trabajo colectivo previo.

–¿Sos consciente de que al interior de las escuelas tu carta tuvo más peso que tu libro porque invitó al debate?
–Me alegra muchísimo, era mi intención y continúa siendo mi intención. En este fenómeno social de censura hay tres aspectos. Por un lado, está lo específicamente literario, la censura sobre los lenguajes artísticos. Por otro lado, está la parte relacionada con los delitos específicos contra la sexualidad, los aspectos jurídicos y el programa de Educación Sexual Integral, que es una herramienta social que viene a instrumentar en términos concretos un compromiso con la protección de los derechos de las niñeces y adolescencia. Hay una tercera pata, que es el tema de las escuelas. Cómo el hecho de que, a través de los grandes medios, se diga que los libros fueron distribuidos a los adolescentes borra completamente, como si no existieran, a las instituciones escolares. Los libros no fueron repartidos a los niños, ni a los adolescentes, sino que fueron entregados a las instituciones escolares y en bibliotecas, que también son instituciones, donde hay un saber específico didáctico, pedagógico en los docentes que están preparados para seleccionar los materiales y elegir los modos de lectura y de trabajo con los que se va a leer un determinado material en el contexto de un aula.

–¿Qué es lo que te hizo callar en su momento y qué te hizo hablar luego?
–Callar tuvo que ver con sobrevivir, la experiencia del abuso sexual produce muchas trabas a nivel subjetivo, es una experiencia traumática. El proceso abusivo duró casi siete años. Veinte años después de los hechos, empiezo a tomar conciencia de que lo que a mí me había pasado es un delito, pues yo misma minimizaba lo que había pasado. Esto ya lo conté en una oportunidad, una noche estaba en mi casa y dije voy a escribir en un documento de Word todo lo que me pasó, incluidos los primeros contactos cuando yo tenía quince años o los consumos. Había cosas que yo en veinte años no había contado nunca, ni a mis amigas más cercanas. Es un poco en lo que se centra mi libro, en entender cómo hay una trama social que favorecía esta confusión. Si bien hay un delincuente, también había una trama social que a mí me impedía darme cuenta de que yo estaba siendo objeto de una agresión y de un delito. Por tanto, si yo hago el ejercicio imaginario de ponerme en lugar de una adolescente, niña de 14 o 15 años que está tratando de entender algo que pasó en la intimidad de su cuerpo o algún consumo o algún comportamiento que ella tuvo inducida por otra persona, si no me dejan leer un libro donde se habla de eso, mucho menos me voy a animar a tener una conversación con un adulto de confianza y acá es donde los tabúes operan de manera letal. Eso es lo que señalo al final de la carta donde digo que prohibir una lectura es prohibir una conversación.

–¿Y qué pasó cuando te decidiste a hablar?
–A mí mi agresor me confundía. Me había alcoholizado en una situación terrible que relato en mi libro y, claro, yo me sentía culpable. Entonces, cómo le iba a contar a alguien eso que me había pasado y que lo vivía en esa confusión porque, además, los agresores se ganan el afecto de las víctimas y el amor romántico no ayuda para nada. Incluso, aún de grande y ya siendo escritora, por efecto del trauma, no podía identificar lo que me había sucedido. Una adolescente de 13, 14, 15, 16 años enamorada de una figura de autoridad donde fue alcoholizada o drogada y a la que le sucedieron cosas con su cuerpo que no puede entender muy bien producen un daño a nivel psicológico que demanda muchos años para recuperarse. A mí me tocó esto, como lamentablemente a tanta gente, y es algo muy complejo de superar y de nombrar, entonces lo que creo que conseguí en el libro es aportar una perspectiva para que aquellas personas que crían, que acompañan crianzas en las familias, en las escuelas o en distintos ámbitos, puedan hacerse una idea del tipo de ayuda que los chicos y chicas necesitan y que, por supuesto, están en las antípodas de los tabúes y en las antípodas de estas declaraciones que vienen de ciertos sectores del poder y desde el periodismo masivo porque son desprotectoras.

–Dicen que el arte salva. ¿Sentís que la literatura y la palabra te salvaron?
–Sí, por supuesto, la palabra, la literatura, las instituciones de la educación pública. También hice un recorrido de muchos años en el psicoanálisis, además de otras ayudas terapéuticas, pero el psicoanálisis te permite revisar los vínculos primarios en la infancia y en la adolescencia para poder construir vínculos más libres, más felices y menos sufrientes en las vidas adultas. Si yo tuve que vivir toda esa porquería, pasar por el infierno, que sirva, aunque sea, para que alguien venga y me diga «pude hablar con mi hijo, pude hablar con mi hija, pude encontrar alivio en una historia que había vivido yo».

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