12 de enero de 2025
1992
Dirección: Alex de la Iglesia
Protagonistas: M. Álvarez, F. Valdivielso, P. Vega, C. Santos, P. Puyol
Netflix
Pista. Valdivielso y Álvarez protagonizan el thriller de De la Iglesia.
Había mucha expectativa en torno a 1992, la serie de Álex de la Iglesia que acaba de estrenar Netflix. Primero, porque el director vasco ganó prestigio internacional merecidamente con dos películas fabulosas y todavía hoy muy recordadas con las que inició su carrera como cineasta, Acción mutante (1993) y El día de la bestia (1995). Y también porque su única incursión en el mundo de las plataformas de streaming (30 monedas, en HBO Max) había sido fallida: la cortaron en la segunda temporada, aunque estaba previsto que tuviera una tercera.
Como atractivo extra, esta nueva serie tiene un punto de partida ocurrente, sobre todo para los españoles más nostálgicos. Este thriller está relacionado con la Expo de Sevilla, cuyo valor simbólico es indiscutible: fue el hito que terminó de abrir las puertas de España al mundo después de la larguísima noche franquista.
La Expo exigió una faraónica inversión en infraestructura, incluyendo la construcción del AVE, la línea de ferrocarril de alta velocidad que une la capital del país, Madrid, con Sevilla, en apenas un par de horas de viaje; la ampliación del aeropuerto de San Pablo; y la inauguración de varios puentes que articularon la movilidad en la ciudad andaluza, además de la recuperación de la hasta entonces abandonada isla de la Cartuja para levantar en unas 250 hectáreas los pabellones de la muestra.
De la Iglesia trabaja muy bien el contraste entre lo que queda hoy de aquellas instalaciones de la Expo, una especie de terrorífico parque de atracciones en ruinas en el que el villano de la historia tiene su centro de operaciones, y la monumentalidad del Parque Científico y Tecnológico de Sevilla, donde funcionan medio millar de empresas.
La acción se desarrolla en el presente, pero resuenan los ecos del pasado. Hay un vengador implacable, que usa al fuego como principal arma de ataque a sus víctimas. Y muy pronto aparecen pistas de que es una trama de corrupción empresarial y política relacionada con aquel extraordinario emprendimiento la que motiva su reacción intempestiva.
El asesino se oculta detrás de un disfraz icónico (el de Curro, la mascota oficial de la Expo) y hay una pareja protagónica que decide enfrentarlo: un expolicía que tuvo que dejar la fuerza por su alcoholismo (Fernando Valdivielso) y una mujer cuyo marido murió incinerado (Marian Álvarez). Los dos arrastran más de un trauma, pero justamente se hacen fuertes a partir del dolor que los moviliza.
De la Iglesia domina los resortes del thriller. Sabe cómo generar tensión sin resolver el enigma principal de esta ficción hasta el final; filma buenas escenas de acción y notables persecuciones; pone de manifiesto su gran imaginación para crear personajes monstruosos; e incluso acierta con algunas grageas de su conocido humor. Pero también falla más de una vez con algunos lugares comunes en la construcción de roles demasiado arquetípicos, algunos efectos visuales curiosamente desprolijos (todas las imágenes del fuego, que juega un papel importante en la trama, son muy artificiales) e incluso con algunas fallas en la sincronía de los diálogos en escenas de plano-contraplano, extrañas para una producción de este volumen.
Está claro que es un director talentoso, pero todavía no ha conseguido en el nuevo escenario de las plataformas levantar el vuelo que tuvo en su carrera en el cine, tanto en aquellas primeras películas con las que apareció explosivamente, o en otras como Crimen ferpecto y Las brujas de Zugarramurdi. En una entrevista reciente declaró que, de haber una segunda temporada de 1992, la ambientaría en los Juegos Olímpicos de Barcelona en ese mismo año. Ojalá tenga la oportunidad y acierte. No es que esta vez haya fallado, pero la sensación que deja esta incursión bajo el sello de Netflix es que tenía un potencial mucho mayor.