Cuento | Por Julieta Novelli

El assistant

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Julieta Novelli (La Plata, 1991) es profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata e integra el Centro de Teoría y Crítica Literaria del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Publicó las novelas Volver para mí (2018) y Mi vida con ella (2019) y los libros de poemas Al pajarito, pajarito de las fotos y otros poemas (2019), Un día a la vez (2021), Pasillo angosto (2022) y Nada de esto es un accidente (2022).

¿Qué hace el secretario de Steven Spielberg viviendo y trabajando en una ciudad de la provincia de Buenos Aires, Argentina? El secretario de Steven Spielberg, Steven Spielberg’s assistant, vive y trabaja en la ciudad de La Plata. Tiene una moto gris y negra, ni muy grande ni muy chica, no sabemos la marca porque no sabemos de motos. Es una esquina donde se cruzan una, dos, tres calles. Calle uno, calle sesenta y el diagonal 79. El secretario toma el diagonal en dirección a Plaza San Martín, no tiene casco y usa una remera gris de mangas cortas, los brazos tostados. El pelo es negro y muy lacio, vuela apenas cuando pasa por la bocacalle.

El secretario reparte alimentos congelados en restaurantes con una camioneta de la empresa de la que es un empleado más. Nadie sabe de su vida pasada, ni nota, tras algunas consonantes trastabilladas, el acento inglés. No hay motivo para sospechar que es extranjero y mucho menos el assistant. Sus padres eran argentinos, nacidos y criados en Recoleta. Cuando el assistant y su hermano mayor todavía no habían nacido, se mudaron a Río de Janeiro con un proyecto de camastros de playa y, de ahí, como siguiendo una tracción íntima, terminaron en Charleston, Carolina del Sur, meses después. Los dos hablaban muy bien inglés y se acomodaron, con sus camastros, al nuevo mercado. Los argentinos no dejaban ver, tras sus consonantes tímidamente sonoras, su pasado argentino. Y así se gestaba el destino del assistant, entre padres arrojados y vehementes que perseguían proyectos redituables con pronunciación internacional.

No se esperaba menos, entonces, cuando una tarde de otoño les informó a sus padres que dejaría la preparatoria para trabajar como productor de cine. Los ciudadanos del mundo habían criado a un ser del mundo. Así empezó el camino hacia S. S. 

Fue escabulléndose con agilidad en la industria, trabajó como asistente octavo en Rescatando al soldado Ryan. Vio de lejos a S. S., a Hanks y a Pepper un par de veces durante las grabaciones en Irlanda. Después vino Inteligencia Artificial donde descendió a asistente once. Fue un año más tarde cuando se convirtió en uno de los diez secretarios encargados de finanzas y compartió la mesa con S. S. Él lo miró a los ojos porque le tocó hablar en dos oportunidades y una tercera cuando tuvo un ataque de tos. Al assistant le importaban poco y nada los ojos de las estrellas, era su deseo de hacer el que lo ponía en movimiento. S. S. lo notó enseguida durante el ataque de tos. Ni dramatismo, ni coartada; no exageraba, no se disculpaba, simplemente, tosía. S. S., como todo ciudadano del mundo, captó la fuerza y cierta hosquedad en un joven que, además, destacaba por su habilidad con los números. 

Al día siguiente comenzó su trabajo de assistant de S. S. Estaba entusiasmado con la posibilidad de conocer otras zonas de la producción, del mundo y de la intimidad. Es que S. S. le entregó su intimidad. Estaba preparando su película La Terminal y el assistant fue quien tuvo la decisión final sobre H. Cuando le mostraron el video del casting, dijo: es empático y simple. La película se grabaría en un aeropuerto de Latinoamérica para abaratar costos. El assistant era el principal mediador por su capacidad de hablar en español como si no fuera más que español. La locación sería El Dorado, el aeropuerto de Bogotá. Para ese entonces, S. S. y él pasaban todo el día juntos y habían inventado una máquina de pensar acompasada. Un mes antes del rodaje, los productores desestimaron de cuajo El Dorado y llamaron a McDowell para que armara un set de grabación. El assistant ya estaba en Bogotá esperando por S. S. No recibió ningún llamado, no se esperaba de él una opinión, solo se topó con el correo frío de la secretaria anterior y, en adjunto, el pasaje de vuelta. 

El corazón se le astilló. Como todo ciudadano del mundo practicaría el desapego, la ironía y seguiría camino, pero antes se preguntó si amaba a S. S. Enseguida se empujó del fondo de ese pensamiento y salió a la superficie, no dispuesto a bucear en esas profundidades. Volvió a la tranquilidad de Charleston hasta que una tarde, era agosto, sus padres murieron estrellados en una avioneta al sur de Nevada. Cuando recibió la noticia, estaba tomando sol en uno de sus camastros en Seabrook Island. Respondió: oh, ok, ok. Como única huella de un posible dolor, pidió que los cuerpos regresaran por tierra. Indemnizaciones y ventas incitaron a él y a su hermano a separarse por la llanura mundial. 

Una tarde de marzo del 2008, el assistant llegó a Buenos Aires con una valija de mano. Se instaló en un hotel de Recoleta donde había estado con sus padres en la adolescencia. Desde allí, digitó en perfecto español: una casa en una ciudad cercana sin mar ni camastros ni aeropuertos. Fue cuestión de un mes encontrar la locación que deseaba para esta nueva vida en el barrio El Mondongo de La Plata. Su mundialismo era tal que podía quedarse quieto y vivir una vida monótona en un barrio cualquiera. Una mañana epifánica descubrió que ser mundial era un destino vago y solitario, se levantó de la cama, abrió su computadora y se puso a buscar una moto, ni muy grande ni muy chica. Como director y productor de esa vida, consiguió en una tarde todo lo que visualizaba, hasta alcanzar el empleo más verosímil. Se puso a las órdenes de un ciudadano local, por momentos bastante pelotudo. Adoptó un perro, un galgo blanco, le puso Tonny. A las dos semanas, se acostumbró a viajar en el asiento del acompañante y llevar en la mano un papel con una bic azul. Mientras su compañero ubicaba la camioneta, él bajaba y hablaba con los clientes, un assistant total, no había con qué darle.

Es un jueves de noviembre y va a trabajar como todos los días desde hace seis meses, toma con su moto el diagonal 79. Se puso una remera gris de mangas cortas. Los tilos de El Mondongo están en su esplendor y enmarcan en verde su espalda. Se escuchan los bocinazos de los nuevos recibidos que vienen de la facultad de Medicina. Ve un par de camisetas azules y blancas que ya ubica, es el equipo del que lo hicieron hincha sus compañeros de reparto. Ahí pasa rápido por la intersección de las tres calles, acelera en una moto ni muy grande ni muy chica, igual que la ciudad, que la vida que se produjo el assistant con una sensibilidad de cine francés. A dos cuadras, unos metros antes de la plaza San Martín, en el club de ajedrez, un auto blanco, no sabemos la marca, lo va a embestir. Saldrá volando y caerá unos metros al sur. No diremos que en el vuelo pensará en su destino sudamericano, en su mundialismo o en S. S. Solo quizás que en el momento en el que ahora lo vemos pasar, como todo buen assistant, tiene la capacidad de verse a sí mismo desde atrás, es capaz de ver su propia toma desde la espalda, tal como lo estamos viendo pasar nosotros. 

Su cabeza sonará amplificada contra el asfalto. Desde esta esquina, si se presta atención, se va a escuchar. Una señora cerrará los ojos de la impresión. El tráfico se irá trabando en el medio de la intersección. La policía llegará cuando la gota de sangre del assistant esté ya disecada al lado de su ojo izquierdo. La señora del club de ajedrez traerá una manta azul y lo tapará. El assistant se irá enfriando pero no todavía. En la morgue, su jefe junto con el conductor del reparto firmarán la planilla y descubrirán que era ciudadano mundial. Assistant de los assistant y de S. S. Tonny será rescatado por su compañero de reparto dos días después.

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