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Argentina empezó a liderar ránkings económicos. Pero no se trata del Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas o alguna variable similar. Lo que encabeza el país son ciertos indicadores de vulnerabilidad financiera externa, que elaboran organismos de calificación internacional.
Una señal preocupante llegó en noviembre de 2017, cuando S&P incluyó a nuestro país en la lista de los emergentes «más frágiles», junto con Turquía, Pakistán, Egipto y Qatar. Son las cinco economías que, según el informe, más sufrirán los cambios de las condiciones financieras internacionales. Nobleza obliga, cuando en 2015 algunos llamaban a Argentina la «oveja negra» de los mercados, no ocupaba este prestigioso lugar.
La segunda muestra parece confirmar tendencia. En febrero de 2018, el Instituto de Finanzas Internacionales puso a Argentina en el podio de vulnerabilidad financiera, detrás de Turquía. El indicador contempla, por ejemplo, las estadísticas de la balanza comercial o el grado de sobrevaluación cambiaria (menor competitividad), que en nuestro país están entre las peores del grupo de los emergentes.
¿Y por qué importa la fragilidad financiera externa? Porque cuanto mayor sea, más dependiente será el país de los dólares del exterior. Y si, por ejemplo, suben las tasas en el mundo desarrollado, el gobierno deberá pagar mayores intereses por sus emisiones de deuda, y habrá menos recursos para gasto social. Queda claro que no existen los finales felices una vez que un gobierno opta por ingresar a la dinámica de la liberalización comercial y la deuda externa.
Los inversores, en cambio, conocedores de la regla de que a mayor riesgo, más rentabilidad, siguen sin desaprovechar los retornos que no consiguen en otras latitudes. Un rasgo más de la economía rentística que –en tiempo récord– el gobierno logró instalar.

 

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