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Dime qué comes

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Florencia Vidal

Comer rápido, mal y productos sin valor nutritivo parece ser la norma de estos tiempos. ¿Cuáles son los efectos de una dieta basada en la industria de la alimentación? Ultraprocesados, salud y negocios.

Foto: Shutterstock

«Los alimentos que comemos hoy no solo son más caros o inaccesibles, además están contaminados, son de peor calidad y densidad nutricional, son menos seguros y naturales, los consumimos tragando, devorando, sin decidir lo que queremos comer, sin racionalidad», afirma Patricia Aguirre, doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires, docente e investigadora del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús.

Por falta, por sobra o por deficiencia, es sabido que los alimentos tienen efectos sobre la salud. El médico griego Hipócrates lo dejó claro con la frase: «Que tu medicina sea tu alimento y el alimento, tu medicina». Pero claro, hace 2.500 años las dietas se basaban en productos frescos, no en procesados y, mucho menos, en ultraprocesados cuyo consumo masivo es señalado por la Organización Mundial de la Salud como el responsable de gran parte de las enfermedades no transmisibles.

Al respecto, un nuevo estudio, realizado en once países y publicado por la revista The Lancet Regional Health, reveló que un mayor consumo de alimentos como snacks empaquetados, gaseosas, comidas congeladas procesadas, golosinas y panificados industriales –que contienen ingredientes como edulcorantes, colorantes, saborizantes, estabilizantes, altos niveles de azúcar, grasas trans y sal y a la vez son bajos en fibra y nutrientes esenciales–, se asocia con un aumento significativo en la mortalidad por todas las causas, incluidas enfermedades circulatorias, digestivas y Parkinson.

Las formas de vida que predominan en las sociedades urbanas contemporáneas estimulan la difusión de este tipo de alimentos y contribuyen a multiplicar así los enormes beneficios de las industrias que los producen. «Si vivimos corriendo, vamos a comer rápido, entonces, la industria ocupa ese nicho, que es enormemente fecundo para la ganancia, pero no para la salud: te da ultraprocesados que sustituyen la comida por un envase. Esa comida es parte de esta manera de vivir, y si queremos vivir de otra manera, tenemos que cambiar esta comida».

Para la investigadora, la alimentación actual está atravesada por el fenómeno global de la precarización debido a «la dinámica perversa del sistema alimentario» que impulsa modificaciones en la agricultura, la ganadería, la pesca, la industrialización, la comercialización, el supermercadismo y la publicidad. «Las decisiones de las multinacionales de la alimentación impactan sobre la Argentina y todos los países están sufriendo el embate de estos grandes holdings trasnacionalizados», dice.

En el 2022, tras la sanción de la Ley de Etiquetado Frontal de Alimentos, la cocinera Narda Lepes, una de sus impulsoras, expresó que su siguiente batalla era lograr que se redefina a qué se llama alimento, es decir, modificar la legislación según lo que tiene o no valor nutritivo. Se trata, dice Lepes, de repensar lo que llevamos a la mesa y hacerlo mediante una decisión consciente. «Desde lo personal, es pensar si comés tal cosa porque te gusta o porque estás condicionado para que te guste porque tiene un montón de químicos y aditivos desarrollados para que engañen al cerebro, al paladar y a los sentidos. Es más difícil, pero no sé cuántas cosas son más importantes que lo que comés», afirma.

Cambiar para bien es posible, según Aguirre, si se define qué es bien y cuáles son los puntos críticos del sistema. Sobre esto, la especialista enfatiza la necesidad de levantar la bandera de la cocina. «Cuando comemos, votamos con la boca, por eso, esta noche no cenes ultraprocesados, tu salud y los productores de frutas y verduras te lo van a agradecer y, probablemente, no les guste nada a las trasnacionales». A la vez, propone que se les exija a los representantes que no les den exenciones impositivas a ellos, sino a la agricultura familiar, porque para comer cinco porciones de frutas y verduras al día, como recomiendan los nutricionistas, necesitás un salario mucho más alto que el promedio de la población argentina. «Las frutas y verduras son caras, entonces no son accesibles para quienes tienen ingresos por debajo de la línea de pobreza. Por eso, entre otras cosas –concluye Aguirre–, necesitamos subsidiar a los quinteros para que produzcan más y bajen el precio». Un país más justo será también, así, un país mejor alimentado.

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