Informe especial | CÓDIGOS ADOLESCENTES

De incels, manosferas y violencias

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María Carolina Stegman

Una subcultura incipiente a nivel local y atractiva para ciertos grupos juveniles teje vínculos con una ultraderecha que se renueva discursivamente. La bandera del antifeminismo.

Para buena parte de la sociedad, hablar de incels o célibes involuntarios –tal su definición–, quizás resulte un fenómeno nuevo, una subcultura de la que poco se ha oído hablar y que ahora se devela a través de series como Adolescencia. Estas comunidades, que nacieron en el ciberespacio para compartir experiencias y frustraciones ligadas a lo sexual y amoroso de varones jóvenes y que luego derivarían en una identidad masculina antifeminista y misógina no resuenan tan alto a nivel local, pese a algunos hechos recientes que ya hablan de su presencia. Sí, en cambio, forman parte de la denominada manosfera, un ecosistema más amplio de masculinidades adherentes al antifeminismo, con fuerte presencia en las redes y exponentes bien definidos que logran una gran repercusión. ¿Qué encierra este fenómeno? ¿Cuáles son sus vínculos con la ultraderecha local? ¿Por qué los discursos que alberga tienen tanta pregnancia en los adolescentes? Algunos especialistas aportan una mirada política y antropológica para entender estas subjetividades.


Acciones y reacciones
«Me cuesta pensar el término «incel» en Argentina porque es un concepto que viene del mundo más anglo y está tal vez más desarrollado en Europa. Localmente, tiene más impacto la llamada manosfera o machósfera, de la cual los incels forman parte, pero que es más amplia y que supone este tipo de discursos vinculados al antifeminismo, a cierto grado de misoginia, de machismo o a la reivindicación de este pasado glorioso a recuperar, algo que en términos políticos surge con la ultraderecha en el mundo, y que en materia de género también, es esto que llamamos backlash o reacción antifeminista, que forman parte de un conglomerado de discursos, espacios, youtubers –pienso en Agustín Laje o Nicolás Márquez–, estos tipitos enojados que son declaradamente antifeministas, y acá sí el público que tienen es joven», señala Matías de Stéfano Barbero, doctor en Antropología, investigador del CONICET y miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social.

Ciertamente, más allá de la presencia incipiente de esta subcultura en el país, hay algo que sin dudas se revela dentro de estas «madrigueras cibernéticas» (tal como las denomina Alejandro Campos en su libro El huevo de la serpiente. Incubación y ascenso de los extremismos de derecha), y es su estrecho vínculo con los discursos y las avanzadas de ultraderecha.

«En 2024 hubo un intento de cometer una masacre de un alumno de la UBA, que por suerte se abortó, que en un chat de incels en Telegram manifestó su intención de asistir a una fiesta que se iba a hacer entre los y las estudiantes. A la luz pública, fue el caso más conocido, pero ya antes se podía rastrear su presencia y, algo más importante, algunas intersecciones de simpatías de parte de esta comunidad con el actual mandatario Javier Milei. En Estados Unidos también existe el concepto de Altcel, que es el incel que se identifica con la derecha alternativa, que apoya a Trump. Es una intersección entre los incels y la derecha que está plasmada», advierte Campos, politólogo especializado en Comunicación, Genero y Sexualidad.


Un nuevo discurso, un odio histórico
En los últimos años, al amparo de políticas públicas que buscaban la protección de las mujeres y diversidades en distintos ámbitos, se había ido gestando un camino para deconstruir los mandatos de masculinidad. Hoy, ciertamente el escenario político y social está en las antípodas de este rumbo, con una ultraderecha que precisó de la renovación discursiva que le valió poder moverse como pez en el agua en el ecosistema de las redes sociales, conformado especialmente por jóvenes. Para Barbero, la estrategia se explica porque la ultraderecha se renueva discursivamente. «Antes, el backlash eran discursos más moralizantes que apelaban a la tradición, la familia, lo religioso, contra el aborto o el matrimonio homosexual. Ahora, los discursos antifeministas y que reivindican estos escenarios patriarcales se aggiornaron y tienen discursos postfeministas, es decir, un discurso que apela a la idea de que el sexismo es cosa del pasado y el machismo también, que la igualdad ya fue conseguida; se piensa al feminismo desde un lugar liberal, de igualdad ante la ley; hay toda una serie de estrategias, además, que se combinan con la posverdad, las fake news, la apelación a la biología, las citas de autoridad, van construyendo un marco de sentido que a los varones jóvenes los interpela porque están particularmente precarizados en esta era, no solamente en lo material y económico, sino también en lo simbólico», asegura.

Como señala el antropólogo, el biologicismo ocupa un lugar importante en la concepción de los célibes involuntarios. Su determinismo biológico los lleva a suscribir que las relaciones sexuales de las mujeres están condicionadas por un comportamiento de hipergamia, esto significa que ellas siempre eligen, por estar diseñas biológicamente así, al «mejor macho» para reproducirse. Luego está la pseudocientífica regla 80/20, que sostiene que el 20% de los hombres «atractivos» se «apodera» de las relaciones con el 80% de las mujeres.

Para Campos, además de esta precarización mencionada, hay otra circunstancia que converge para que los adolescentes sean permeables a los discursos reaccionarios, y es el aislamiento.
«Las adolescencias hoy están muy atravesadas por el aislamiento, algo que se potenció con la pandemia. No es solo el hecho de estar solos, sino también de rodearse con personas que piensan igual a uno, algo que pasa en estas comunidades. Este es un fenómeno a pensar, más allá de las extremas derechas hoy, porque hay un lazo muy estrecho entre el aislamiento y representaciones del mundo muy clausuradas, como las teorías conspirativas, y lo cierto es que buena parte de la andrósfera está atravesada por estas teorías conspirativas», sostiene.

Además de estas condiciones, hay algo de lo viejo que permanece inalterable que es la misoginia, ahora exacerbada además por el empoderamiento de las mujeres y la ganancia de un espacio cada vez mayor, aunque reste un enorme camino, en las instancias políticas y sociales. «Ese empoderamiento tiene efectos subjetivos sobre los hombres, no hay que responsabilizar al feminismo por esto, claro está, pero es verdad que hace tambalear algo en el orden de la masculinidad y es mucho más fácil, con ayuda de estos discursos de ultraderecha, construir a los feminismos y a las disidencias sexuales como chivo expiatorio, algo que funciona a nivel psicológico como una descarga emocional muy fuerte», asegura el politólogo.

Para Barbero, si hay algo que hizo la serie de Netflix fue interpelar más a los padres que a los propios chicos. «Lo que preocupa es esto de “mirá este chico”, que a priori no está tan lejos de nuestros hijos, creo que eso está bien logrado y no es menor que el protagonista sea un chico blanco, heterosexual, de clase media, porque situaciones vinculadas a hechos como el que se muestra, racializadas, las vemos todo el tiempo», asegura, a la vez que advierte que «hay que tener cuidado de que este tipo de “obras” no vengan a alimentar un discurso paranoide y punitivo vinculado a esto, porque está en agenda del Gobierno. Hay que cambiar las condiciones materiales y relacionales en las que se producen las subjetividades de los y las adolescentes, las relaciones sociales y de género, o por lo menos no perderlas de vista; si siguen en vía libre las políticas de la crueldad y el individualismo y la competición, todo se va poner peor».

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