Historia | 1955-2025

Cuando el cielo se oscureció

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Daniel Vilá

El salvaje bombardeo sobre la Plaza de Mayo con el que se pretendió terminar con el gobierno de Perón se descargó sobre miles de personas que circulaban por el centro porteño. Historias de víctimas.

Arrasada. La plaza fue destruida por las bombas. Trolebuses y automóviles quedaron destruidos.

Foto: Archivo General de la Nación

Ese jueves 16 de junio el clima se presentaba nublado y frío y nada permitía suponer los dramáticos acontecimientos que se vivirían poco después del mediodía. Los oficinistas, con el diario bajo el brazo, se aprestaban a iniciar la rutina diaria del módico almuerzo, centenares de paseantes recorrían la calle Florida y muchos de ellos se detenían ante las vidrieras de Harrods o Gath y Chaves para enterarse de las últimas novedades de la moda, en tanto los niños, acompañados por sus madres, abandonaban masivamente las escuelas para dirigirse a sus domicilios. Todo parecía normal, sin embargo, una oleada de rumores enrarecía el ambiente, una constante desde que en abril se fue profundizando el enfrentamiento entre el Gobierno de Juan Domingo Perón y la Iglesia católica.

Repentinamente, el cielo se oscureció ante la irrupción de una treintena de bombarderos de la Aviación Naval y una fracción de la Aeronáutica que comenzaron a arrojar bombas sobre la Plaza de Mayo y sus inmediaciones. Una de ellas impactó sobre un trolebús colmado de pasajeros, la mayoría de los cuales perdieron la vida. El sector comprendido por las avenidas Leandro Alem, Madero, Corrientes y Rivadavia se convirtió en zona de guerra. Los atacantes, además, dispararon sus ametralladoras contra los trabajadores que se dirigían a la plaza convocados por la CGT, a pesar del pedido del propio Perón, que logro refugiarse en el subsuelo del edificio Libertador, de que no se expusieran a la masacre.

Uno de los pilotos, Guillermo Palacios, llegó a derramar 800 litros de combustible auxiliar sobre los autos incendiados de la Casa de Gobierno, a pesar de que no había recibido orden alguna en ese sentido. Muchos años después, cuando ese episodio negro de la historia argentina comenzó a esclarecerse, se justificó alegando: «Fue una reacción a las medidas que agobiaban al país». El enlace entre los sublevados y la Escuela de Mecánica de la Armada era un oficial de 29 años: Emilio Eduardo Massera.

Humo negro. Zonas cercanas a la Casa Rosada también recibieron impactos.

Foto: Archivo General de la Nación


Testimonios
Las declaraciones de las conmocionadas víctimas que lograron sobrevivir fueron recogidas –en su inmensa mayoría– recién a comienzos de este siglo por académicos e investigadores. En 2009, el Departamento de Historia, la Facultad de Humanidades y el Centro Regional Universitario Bariloche de la Universidad Nacional del Comahue reflejó en un impreso las experiencias de los testigos del insólito bombardeo contra la población civil. Entre los relatos sobresale el de un soldado de la clase 1934 que cumplía con la conscripción en el Regimiento de Granaderos a Caballo. En una descripción del viaje del cuartel a Plaza de Mayo, destacó: «Me causaron mucha impresión dos personas ancianas que se abrazaban y lloraban […]. En ese tiempo, en segundos, yo rememoré creo que desde el momento en que nací. Nunca me habían pasado (tantas cosas) por la mente hasta ese instante. Creo que fue una situación límite que uno vive por primera vez».

A fines de 2012, y durante todo 2013, se llevó adelante la mayor parte del proyecto «Voces olvidadas», un archivo oral con 25 testimonios de sobrevivientes y familiares. El DVD se difundió en varias plataformas, para que distintos públicos, los alumnos de las escuelas, por ejemplo, se informaran de las características de una masacre que durante un extenso período fue subestimada por la historiografía argentina.

Estupor. Ciudadanos azorados ante las víctimas mortales del ataque. 

Foto: Archivo General de la Nación

«Yo iba por el Bajo, en el trolebús 303», cuenta en una de las entrevistadas filmadas, Laura Abatángelo. «De la primera bomba que cayó, las esquirlas me cortaron la pierna». Por su parte, Ignacio Olarte rememora que cuando escuchó a lo lejos el rumor de las bombas, se fue directamente para la plaza. «Las esquirlas me dieron en el tobillo izquierdo, me lo sacaron completamente». Antonia, que era alumna de una escuela católica, señaló que años después supo que «en el sótano del colegio se hacían reuniones de los comandos civiles». Algunos relatos incluyen imágenes de los cuerpos ensangrentados que llegaban al Hospital Durand y de los cadáveres quemados y mutilados.

El testimonio de una de las sobrevivientes, Natividad López, entonces de apenas18 años, es ilustrativo de la magnitud de la tragedia: «Cuando se destrozó el micro, quedó todo de costado, yo caí a la calle. Pero cuando me quise levantar, me faltaba la pierna. Me acuerdo que di tres saltos y me puse en la vereda. Había un charco de sangre, pero no me dolía nada. (…) Después aparecieron las ambulancias. Y allí me levantaron, nos pusieron uno sobre otro, y nos llevaron al Argerich. Y ahí a los que ya estaban muertos los dejaban en distintos lados. Porque cuando yo llegué, había un montoncito acá, otro por allá».

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