12 de agosto de 2025
Los cautivos
Martín Kohan
Random House
204 páginas

Novela. El escritor revisa un hito fundacional de la literatura argentina.
Foto: Juan Quiles/3 Estudio
Todo comienza con un grupo de paisanos reunidos en siete u ocho ranchitos miserables: son peones de la estancia Los Talas, cerca de Luján. Hijos de la abulia y la desidia, de la «extrema precariedad de su inteligencia», con una idea superficial del mundo, no les queda otra que la fatal sucesión de los días y las noches. Viven una sexualidad desbocada y el gozo por el acto de la violencia misma. Es 1839 o 1840 en plena pampa –planicie, cielo, luna, campo, árbol, río, pájaros–, donde un lugar es igual a otro y la riqueza de la tierra lleva al desperdicio.
Como si se tratara de un ser todopoderoso, el patrón es el único que sabe distinguir entre el bien y el mal; es el que ordena, el que ostenta no solo la propiedad sino también la verdad, el don del perdón aunque no haya nada que perdonar. El que, con su casa, marca la noción del afuera y el adentro para quienes no conocen otra realidad que la que transcurre al aire libre.
Pero en un momento el gauchaje se enterará de que ese hombre que está en la casa, al que ven moverse entre sombras, no es el patrón sino un amigo suyo, un tal Echeverría. ¿Qué hace ese hombre allí encerrado? Escribe un largo poema y pasa fogosas noches con una de las paisanas, llamada Luciana Maure. Que eso concuerde con la llegada de una partida de federales a las órdenes del Restaurador, no es azaroso.

Esas vicisitudes ocupan la primera parte –titulada «Tierra adentro», donde cada capítulo lleva el nombre de un animal– de Los cautivos, la reciente novela de Martín Kohan. Escritor, ensayista, docente universitario de teoría literaria y un gran lector de la política argentina, Kohan planta a su narrador en la vereda opuesta a la que podría intuirse es su posición ideológica. Se trata de una visión sarmientina, desde el concepto mismo de barbarie. «Les faltaba dignidad para ser considerados como tema literario. Nadie querría manchar las páginas con la suciedad relajante de sus vidas degradadas», escribe. Quizás por eso el narrador de esa primera parte transmita desde el plural: duda, suprime, explica, amplía, juzga, corrige, interpreta las palabras de los otros.
Y así como la sexualidad puede romper las diferencias de clase, un acto de amor se puede convertir en un hecho político. Porque la segunda parte transcurre en Colonia del Sacramento, Uruguay, entre la noche del 14 de julio de 1841 y las primeras horas de la mañana del 15. La protagonizan dos mujeres: Luciana Maure, que ha llegado desde tierras lejanas en busca de Esteban Echeverría, y Estela Bianco, joven prostituta de la ciudad. Ambas examantes del poeta de la Generación del 37, exiliado en la banda oriental por su condición de unitario.
Aquí el narrador se mueve entre la Historia con mayúsculas y la ficción, refiere las Obras completas del autor de La cautiva, va de los supuestos a aquello que ya ha sido contado por los historiadores, aunque advierte que «el que aspire a la verdad, acuda a la historia. Lo que aquí se registra es mentira». Desde la perspectiva de lo que simula ser una nota periodística dirigida a un turista inquieto que visita el cementerio de Colonia, el epilogo refiere el derrotero del cadáver de Echeverría luego de los tiempos difíciles del sitio de Montevideo, y el final de aquellas dos mujeres.
Kohan –como Guebel en la reciente La mujer del malón, Cabezón Cámara en el ya clásico Las aventuras de la China Iron o los gauchos punk de Michel Nieva– instala en Los cautivos la revisión de un hito fundacional de las letras autóctonas del siglo XIX. Con un giro desafiante similar al de su maravilloso cuento «El amor», donde Fierro y Cruz se convierten en amantes, desarrolla el trasfondo político de una historia que, a la vez, habla del amor y el desamor.