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Astillas de la memoria

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Hernán Carbonel

Arrorró mamá
Silvina Mascaró
Dunken
94 páginas

Historia familiar. Arrorró mamá es el primer libro de Mascaró, licenciada en psicología y actriz.

Entre tantas otras noticias, la literatura del siglo XXI ha traído un nuevo enfoque: ya no la revisión de la relación entre padre e hijo, tan propio de clásicos del siglo pasado, sino la reconsideración del vínculo madre-hija. ¿Algunos pocos ejemplos al pasar? Cosas que nunca hablé con mi madre, de Michele Filgate; Una perla en la arena, de Leonora Balcarce; La voz de la madre, de Silvia Arazi; la excelente Todo sobre mi madre, de Delphine de Vigan; El verano en que mi madre tuvo ojos verdes, de Tatiana Tibuleac; la incómoda pero efectiva También esto pasará, de Milena Busquets; la emotiva Lo que demora el olvido, de Natalia Neo Poblet. Y así podríamos seguir.

El recientemente editado Arrorró mamá, de Silvina Mascaró −licenciada en psicología por la UBA, terapeuta, especialista en clínica infanto-juvenil, actriz−, va en ese camino. El eje argumental es, por supuesto, una madre vista desde la óptica de su hija menor.

El delirio de la mujer va in crescendo: amenaza constantemente con suicidarse, insulta, menosprecia, grita, degrada; genera terror, dominio, angustia, control; se aísla en una habitación mal iluminada, desordenada, con olor a hospital; necesita permanentemente de la mirada de los demás. Una madre violenta, oscura, medicada, que oscila entre la normalidad y el desvarío y construye un infierno cotidiano.

Frente a ella, la narradora, la que carga con la maldición de su progenitora, la que teme parecerse a ella, la que hará lo posible, cuando su estructura psíquica y emocional se lo permita, para despegarse de esa sombra. «Nunca le dije a mamá cuánto dolían sus palabras», dice, porque el lenguaje no es inocente y porque la pérdida de la inocencia va más allá del lenguaje.

Y mientras tanto, en ese andar cronológico y a la vez astillado del relato, van surgiendo los recuerdos como cuando se salta sin una red sobre la cual caer. La niñez en un departamento del barrio de Floresta, edificio en un pasaje de casas bajas; los vecinos, la escuela religiosa ahí nomás, a pocos metros. Las escenas cotidianas, los abuelos, los juegos de infancia, las vacaciones junto al mar, la historia con mayúscula (Vietnam, el Muro de Berlín, Martin Luther King, el Mayo Francés, la Guerra de Malvinas).

En medio de todo eso hay un padre que protege, entretiene, recoge hasta donde puede, hasta que no puede más. Y, sobre todo, una hermana que ayuda y contiene, que se apega y se despega, que juega en espejo: si una era la princesa de mamá, la otra sería la payasa de papá.

Dice Paul Auster que, si al final de la historia, el personaje no se transforma, no ha cumplido su objetivo. Y acá la máxima se cumple a rajatabla. Así es como la narradora comienza a transformarse lentamente, reemplaza a Cristo por el Che, descubre en el trabajo social con jóvenes marginados una brecha para la empatía; comienza a escribir, se acerca a ese fenómeno catártico que es el teatro, busca sus primeros amores, se encuentra con la psicología en el análisis y en el estudio.

Arrorró mamá pone en foco la memoria que, junto al lenguaje, son el origen de todo relato. Con precisión quirúrgica, con lujo de detalles por momentos, de manera más genérica en otros, los distintos pasajes se suceden como «fragmentos de un rompecabezas al que le faltan piezas por obra de la disociación».

Entre géneros por demás actuales como la autobiografía y la literatura del yo, Mascaró trabaja sobre capítulos breves, cuyos títulos van de referencias culturales («El bebé de Rosemary») a los personajes que los componen, salpicados por citas a Hesse, Sartre, Lacan o Freud.

La prosa es rítmica, ágil y de frases cortas. Por lo atroz, por la crudeza del relato, podría decirse que es un libro-catarsis. «Feto sin vientre soy», escribe esa mujer que alguna vez fue niña. Y la sentencia anula toda vacilación. Todo eso está escrito «sobre la alquimia de transformar en milagro el barro».

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