18 de septiembre de 2025

Washington. Ceremonia de toma de posesión del segundo mandato de Trump, el 20 de enero de 2025, en el Capitolio.
Foto: Getty Images
A punto de cumplirse ocho meses de la juramentación de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos el balance de su gestión es deficitario. Sus bravuconadas de campaña y en la noche misma en la que asumió la primera magistratura se desvanecieron con el paso del tiempo. Sus disparates, desde la pretensión de anexar a Canadá como estado número 51 de la Unión Americana hasta la compra coercitiva de Groenlandia se convirtieron en divertidos memes para consumo del gran público pero, además, indispusieron a Washington con dos países de excepcional importancia en el tablero geopolítico estadounidense. Canadá y Estados Unidos comparten la frontera más larga del mundo: 8.991 kilómetros y, además, es la más segura cuando se la compara con la más corta pero mucho más turbulenta frontera de 3.150 kilómetros que separa a este país de México. Podríamos agregar, siguiendo un notable texto del dominicano Juan Bosch, al Caribe como la tercera frontera imperial, cuna de múltiples desafíos y conflictos desde hace más de un siglo.
Gracias a la incontinencia verbal de Trump, las actitudes amigables que los canadienses tenían en relación con su vecino cambiaron radicalmente. Una reciente encuesta del prestigioso Pew Research Center halló que ahora el 59% de los encuestados consideraban a Estados Unidos como la mayor amenaza a su país contra el 17% que señalaba a China y el 11% a Rusia, lo que configura un giro de ciento ochenta grados en el clima de opinión imperante por décadas en Canadá. Otro tanto puede decirse con relación a la airada respuesta del Gobierno de Dinamarca, por décadas uno de los más estrechos aliados de Washington en la Unión Europea y la OTAN, y el firme rechazo de las autoridades de Groenlandia, un territorio autónomo pero perteneciente al reino de Dinamarca, cuyo gobernante también criticó acerbamente el comentario del mandatario estadounidense. No corrió mejor suerte la fanfarronada de Trump de poner fin a la guerra de Ucrania en 24 horas o de retomar el control del Canal de Panamá en cuestión de días. En este caso se anotó una pequeña victoria al lograr que el sumiso presidente de ese país, José Raúl Mulino, autorizara el retorno de una módica fuerza militar estadounidense a tres cuarteles preexistentes en el territorio panameño, pero el asunto está lejos de haber sorteado los problemas legales que entraña tal autorización y que podrían llegar a anularla. Esta parcial capitulación ante la prepotencia estadounidense tuvo como contrapartida una brutal campaña para destruir al SUNTRAC, el principal –y más combativo– sindicato de Panamá que nuclea a trabajadores de la construcción e industrias afines, interviniendo las cuentas bancarias de la organización, persiguiendo a sus dirigentes y reprimiendo las protestas callejeras que se suceden casi a diario.

Sur global. El bloque cobra mayor protagonismo en el nuevo sistema internacional multipolar.
Foto: MEAphotogallery / CC BY-NC-ND 2.0
La «desoccidentalización»
Estas actitudes e iniciativas de Trump hablan con elocuencia de la desesperación de la clase dominante estadounidense por restaurar la perdida supremacía internacional que gozaran durante más de medio siglo a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Tanto republicanos como demócratas se resisten a admitir que el sistema internacional cambió y que lo hizo de modo radical e irreversible. Las placas tectónicas que sostenían la antigua estructura de poder mundial se movieron en una dirección contraria a Occidente, y por ende a su líder, Estados Unidos. De ahí la importancia que ha venido adquiriendo la expresión «desoccidentalización» a la hora de caracterizar los cambiantes procesos internacionales en curso. En el último cuarto de siglo las llamadas «economías emergentes» han logrado éxitos extraordinarios: China, India, Vietnam, Indonesia, Turquía, Tailandia y Paquistán se unen a Japón y Corea del Sur para constituir en el Pacífico un nuevo centro de gravedad de la economía mundial, al cual hay que sumar la renacida Rusia de Vladímir Putin. De hecho, el PIB combinado de los cinco países que constituyen el núcleo original de los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– ya es más grande que el del otrora dominante G7 que agrupa a Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia y Japón. Un sur global empoderado económica pero también política y diplomáticamente, y dueño de un formidable poderío militar, se erige como un obstáculo insalvable a las ambiciones restauradoras del imperio americano. En otras palabras: el multipolarismo llegó para quedarse. Esta frustración ha alimentado la bravuconería del ocupante de la Casa Blanca, un multimillonario caprichoso y acostumbrado a salirse con la suya a cualquier precio. Este rasgo, poco aconsejable para el sutil manejo de las relaciones internacionales, se ve agravado por la generalizada percepción existente dentro de Estados Unidos acerca de la baja calidad del equipo de secretarios, asesores y consultores del presidente, seleccionados más por su lealtad para con el líder que por su competencia en los asuntos de su incumbencia. Un historiador de los gabinetes presidenciales de Estados Unidos, Steve Corbin, comentó hace unos pocos días que el de Trump 2.0 es el segundo peor gabinete de la historia de Estados Unidos. En los primeros 220 días de la administración tuvo una rotación en 13 puestos clave de su gabinete, en medio de un verdadero caos decisional: incertidumbre en las prioridades y las opciones, un comportamiento errático y autoritario del presidente, súbitos cambios de rumbo (por ejemplo, en el tema de los aranceles) y un número récord de 192 órdenes ejecutivas, 47 memorandos y 79 proclamaciones presentadas por el magnate neoyorquino desde que juró como presidente. Bajo estas condiciones, a las que se suman los graves enfrentamientos internos entre algunas de las figuras de más peso en el entorno presidencial (el caso de Elon Musk dista de ser el único) se torna imposible la elaboración de una política exterior que permita la adopción de una estrategia adecuada para enfrentar los desafíos que plantea el nuevo sistema internacional multipolar. El peligro que entraña esta situación es la tentación de resolverla apelando a la vía militar, sobre todo en lo que los estrategas estadounidenses denominan el «hemisferio occidental», es decir, Latinoamérica y el Caribe. El despliegue militar de la Marina de Guerra de Estados Unidos en el Caribe y la declarada intención de atacar a Venezuela es una de las probables, y desgraciadas, consecuencias de este lento pero inexorable ocaso del viejo orden unipolar y las ilusiones de que este siglo sería «el siglo americano» en el cual Washington dominaría sin contrapesos después de la implosión de la URSS.