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Obesos y malnutridos

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María Carolina Stegman

Comer mal, comer lo que se pueda. Hoy la obesidad alcanza a más de la mitad de la población en la Argentina, en un contexto político donde el derecho básico a la alimentación sana no está garantizado.

Malnutrición. En los barrios carenciados, al ser más barata, se consume comida con alta densidad energética que lleva a una mala dieta.

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Foto: Jorge Aloy

Comer saludablemente va camino a ser un privilegio para pocos. En un contexto de precios que superan ampliamente a los ingresos, las familias más vulnerables se ven compelidas a optar por los alimentos más económicos y con menos valor nutricional.

Así lo demuestra la información surgida del XXIII Congreso Argentino de Nutrición celebrado recientemente: 26 millones de argentinos y argentinas presentan sobrepeso u obesidad, al calor de dietas poco diversas e insuficientes, sobre todo en sectores con pocos recursos.

Acción consultó a especialistas para saber qué variables juegan en este fenómeno que es la antesala de una enorme carga de enfermedades no transmisibles en el futuro próximo y que parece no tener techo.

Para Sergio Britos, nutricionista y coordinador del informe «Sistema alimentario en la Argentina: seguridad alimentaria, dietas saludables y salud ambiental», en las últimas décadas se consolidó un patrón alimentario que combina exceso de calorías con déficit de nutrientes esenciales y de alimentos clave en la dieta. «La mayoría de los argentinos realiza una dieta muy desequilibrada que conduce a múltiples deficiencias y a enfermedades crónicas, pero no se trata de una responsabilidad individual: forma parte de un sistema alimentario que desde un inicio no tiene como objetivo explícito producir suficientes dietas saludables, acompañado de una economía que limita el acceso a las mismas».

Tan cierto es lo que afirma Britos –quien es además vicepresidente del Congreso Argentino de Nutrición–, que de acuerdo con el «Informe sobre Malnutrición en Niños, Niñas y Adolescentes de los barrios populares de la Ciudad», llevado adelante por la Universidad Popular Barrios de Pie y presentado en mayo de este año, en 2024 el 81% de los hogares tuvo un menor consumo de proteínas que en 2023 y el 76% aumentó el consumo de hidratos de carbono.


Ultraprocesados
«Lo que creo que pasó es que cambió el perfil de alimentación de la población, hay un predominio de los azúcares, de ultraprocesados, cuando en realidad deberíamos tener mayor proporción de consumo de frutas y verduras, hortalizas; una alimentación basada más en vegetales que en harinas y carnes. Por otra parte –dice Enrique Abeyá Gilardón, médico pediatra y sanitarista–, la publicidad no está puesta en alimentos saludables, no se publicitan frutas y verduras y el Estado tampoco promociona el consumo de frutas y verduras. Hoy la malnutrición en los barrios carenciados es muy importante, sobre todo porque la comida que tiene alta densidad energética es más barata, eso hace que se tenga una mala dieta, lo que contribuye al sobrepeso y obesidad», detalla el también presidente del Consejo de Nutrición Pública de la Asociación Argentina de Salud Pública, quien asesoró a Barrios de Pie y participó de la presentación de los resultados.

El relevamiento, realizado en el segundo semestre de 2024 y que midió la inseguridad alimentaria sobre 3.294 hogares de barrios populares registrados en el ReNaBaP de 16 jurisdicciones del país (15 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) también evidenció que el 71% de los hogares tuvo menor consumo de alimentos en general, el 89% tuvo menor consumo de frutas y el 87% un menor consumo de lácteos. Otro dato preocupante es que la malnutrición llega al 54,2% en CABA, de la cual devienen altos niveles de obesidad (28,7%) y de sobrepeso (23,1%). Entre los lactantes (0 a 2 años), el 22,2% presenta malnutrición total y un 9,1% tiene baja talla. Y es que la malnutrición atraviesa todas las etapas de la vida, señalan desde las sociedades científicas. En la infancia, se expresa en amplios déficits de hierro, vitamina D, calcio, zinc y ácidos grasos esenciales.

En la adolescencia, persisten las dietas escasas en vegetales, frutas y lácteos y excesos de harinas refinadas, panificados y alimentos ocasionales, y en los adultos, se manifiestan altos niveles de obesidad y enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión arterial y cardiovasculares. Esto significa que la malnutrición no es solo la falta de comida. «Los datos muestran que nuestro sistema alimentario no es eficaz en asegurar lo más básico: que todos puedan acceder a alimentos frescos, variados y nutritivos», asegura Ayelén Borg, licenciada en Nutrición, coautora del documento y especialista en políticas alimentarias.


Problemas de distribución
Es claro que el flagelo de la obesidad y el sobrepeso no es patrimonio exclusivo de la Argentina. Unicef publicó hace pocos días un nuevo informe donde advierte que la obesidad se ha convertido en lo que va de 2025 en la forma más predominante de malnutrición, por encima incluso del bajo peso. Tal es así, que esta condición afecta a 188 millones de niños y niñas en edad escolar y adolescentes a nivel global, es decir 1 de cada 10, situación que los deja expuestos a enfermedades que pueden ser mortales.

Mundial. Cambió el perfil de alimentación de la población, hay un predominio de azúcares, harinas y ultraprocesados en lugar de frutas, verduras y hortalizas.

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Ahora bien, pensar en un único factor como determinante de la inaccesibilidad a los alimentos de calidad nutricional es casi imposible a nivel local. Se conjugan el poder de la industria, el peso de los impuestos en los alimentos, la falta de políticas públicas que promocionen el consumo de frutas y hortalizas y sobre todo, al decir de los expertos, la forma y lugar de producción de lo que se consume.

Lo que sí es claro, de acuerdo con las conclusiones del Congreso, es que comer saludablemente es más costoso, de hecho aseguran que comprar 100 calorías de alimentos saludables –como frutas, verduras o lácteos– cuesta hasta siete veces más que obtener las mismas calorías en base a panificados o harinas, y tres veces más que alimentos de bajo valor nutricional.

«Hay algo que no se puede soslayar y es que la situación en Argentina es excepcional: producimos todo lo que consumimos, se produce de todo, salvo café. Ahora –comenta la nutricionista Miryam Gorban–, el problema es que los centros de producción están muy distantes de los centros de consumo, con lo cual tenemos estos alimentos a los que llamamos kilométricos, porque de pronto tenés que ir de Mendoza a Buenos Aires, de Buenos Aires a Salta o la Patagonia; las distancias son grandes y los costos que tiene la energía fósil son elevados, por eso se encarecen enormemente», aclara la referente de la Red de Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria y Colectivos Afines (Red Calisas) que nuclea a más de 60 espacios constituidos en universidades públicas, instituciones de educación superior y organizaciones sociales comprometidas por una alimentación sana.

Para Gorban, quien es además doctora honoris causa de cuatro universidades (UBA, Universidad del Litoral, Universidad de La Plata y Universidad de Mar del Plata), «hoy no podemos garantizar en la Argentina soberanía alimentaria porque hay dos aspectos que hay que tener en cuenta: inflación y por otro lado la propiedad de la tierra. Las tierras están en pocas manos, y son de alto valor, esto condiciona el costo de los alimentos, además de las distancias entre la producción y el consumo, que es costosa porque se cubre por ruta y no por ferrocarril –sostiene la nutricionista–. A su vez, tenemos un modelo productivo hegemónico, al igual que el económico; hay que producir y consumir en cercanía, apuntar a que las ciudades estén rodeadas de chacras y de quintas que las autoabastezcan para lograr la autosuficiencia alimentaria y además controlar precios y evitar la especulación».

Y el problema no termina allí. Para los especialistas a esto se agrega la cuestión de los impuestos: «El sistema impositivo también impacta de manera negativa y regresiva: hasta el 40% del precio de los alimentos está compuesto por impuestos. Eso encarece aún más lo saludable y refuerza la desigualdad», asegura Borg.

Sin dudas, ni el problema ni la solución a la malnutrición tienen una única variable. Fuera de la agenda gubernamental y en un contexto de retroceso de programas como la Prestación Alimentar o el ProHuerta, altamente valorados, no se avizora un horizonte auspicioso. Mientras tanto, gran parte de la población argentina se aboca a la difícil tarea de poner un plato en su mesa, y en muchas ocasiones se conforma con lo que puede, aun a costa de la propia salud. 

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