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Dolor en primera persona

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Hernán Carbonel

La llorería
Martín Sivak
Alfaguara
281 páginas

Orfandad. El autor de El salto de papá escribe sobre la partida de su madre, entre otros temas.

Foto: Mariana Nedelcu

Suele ser complejo el ensamblaje de una estructura narrativa cuando se ocupa de, por lo menos, tres historias a la vez. Cómo entrelazarlas, cómo encastrarlas para que no se le noten las suturas. Esa es una de las primeras especulaciones que se le plantean al lector al abordar La llorería, el nuevo libro del periodista y escritor argentino Martín Sivak. Tres historias presuntamente inconexas, que se entrecruzan, que van y vienen en el tiempo. El duelo y la aventura, dos pulsiones de vida disímiles que terminan por amalgamarse en un texto que es una verdadera montaña rusa de sensaciones.

Todo comienza en 2018, con el «primer final». En vísperas de nochebuena, su pareja lo deja por mensaje, ella en la Patagonia, él en Catamarca. Entonces comienza su calvario: se convertirá en un hombre que llora y llora, con el dolor a cuestas, ante lo cual empieza a escribir un diario para no caer «en la desesperación más absoluta», mientras se sube a un vuelo a Estados Unidos, visita a su hijo, toma apuntes, googlea cómo olvidar a una mujer lo más rápido posible.

De allí, un salto temporal a 2002, cuando conoce a Sean Langan, reconocido documentalista británico que reside en Buenos Aires y registra los coletazos de la crisis de 2001. Langan era corresponsal de guerra, una estrella periodística de la BBC, que llegó a ser secuestrado por los talibanes mientras intentaba entrevistar a Bin Laden en su refugio de las montañas. Alguien le pasa a Sivak, por entonces un veinteañero, el dato de que Langan necesita un asistente, productor e intérprete. Así comienza un viaje iniciático por América Latina, donde aparecen Evo Morales, el golpe de Estado contra Hugo Chávez, Tijuana y un sinfín de personajes y contingencias.

Al mismo tiempo que el autor emprende ese viaje, su madre enferma de manera terminal. Hija de un imprentero español, bibliotecaria, militante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, con estudios en psicología y una gustosa dedicación a la familia y los hijos, «mamá intentó lo que papá no pudo o no quiso: quedarse», escribe. Si en ese extraordinario libro que es El salto de papá, Sivak quedaba huérfano de padre, ahora lo era también de madre. He allí el segundo duelo, mientras las historias se hilvanan, se fusionan en un tiempo roto, de vaivenes, sucesos e interlocutores disímiles.

La llorería es un texto intenso, emotivo, de un agudo realismo íntimo, confesional, con chispazos de humor que no desentonan con el corpus general. Un trabajo en el que lo personal se enfrenta al mundo exterior, subjetividad y época dialogan y avanzan fragmentariamente en largos capítulos donde convergen las tres historias. Sivak pone su oficio de periodista al servicio de la narración, sabe cómo establecer, acercándose y alejándose, la distancia con el texto mismo. Autoficción, diario, crónica, memorias, testimonio, literatura del yo: todo eso junto. El título se lo debe a una expresión que solía utilizar su padre y que es parte del argot popular: «A llorar a la llorería». Ante la derrota, a lamentarse a otra parte. Porque si todo había comenzado con un desamor («Yo no tenía ningún problema en no tener un tema para escribir. Involuntariamente N. me lo dio»), y había continuado entre visitas de amigos, mudanzas, cambios laborales, excursiones con su hijo, viajes por Nueva York, Montreal, Los Angeles, Londres o Ciudad del Este, es en el último capítulo cuando Sivak da con las cartas que se enviaban sus padres en 1969, a sus 26 años, la misma edad que tenía él cuando empezó aquella aventura con Sean Langan. «Escribí esto porque me importó y tomó mucho tiempo de mí», dice. Y eso, en el libro, es notorio: está a flor de piel.

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